Por Javier Lede*
Estamos terminando un semestre excepcional en el que muchas de nuestras escuelas, universidades y otras instituciones educativas, hicieron un valorable esfuerzo contrarreloj para que las y los estudiantes puedan sostener su calendario de clases a pesar de las políticas sanitarias de distanciamiento físico. La adopción masiva de los medios digitales fue el factor decisivo para afrontar semejante desafío.
Sin embargo, estas medidas de emergencia, que brindan grandes soluciones de corto plazo, pueden traer resultados adversos si se sostienen en el tiempo. Por lo general, es difícil revertir las conductas adoptadas durante las crisis una vez que las situaciones se estabilizan, por este motivo es oportuno revisar esta experiencia antes de caer en la tentación de enseñar y aprender desde casa.
La trampa de la productividad
Se puede argumentar que la adopción de los medios digitales permite bajar costos y escalar el alcance de la educación, a la vez que habilita a establecer métricas para un monitoreo del rendimiento académico y así promover un ciclo de mejora continua.
Pero esta visión de corto plazo no considera que el futuro de nuestro mercado laboral se encuentra amenazado por la automatización. Poco sentido tiene estandarizar los procesos de enseñanza-aprendizaje, haciendo que los profesores se dediquen a dictar contenidos sistemáticamente y los estudiantes incorporen habilidades repetitivas, ya que, en ambos casos los algoritmos son mucho más eficientes. No existe un futuro laboral sustentable para profesores y estudiantes que producto de tal sistema.
El capital social
Otro argumento repetido a favor de la educación a distancia es la flexibilidad horaria, lo que ya desde antes de la pandemia se presentaba en forma de programas “work-friendly”.
Sin embargo, hasta ahora gran parte del valor que ofrecen las instituciones educativas se funda en las interacciones humanas que surgen como consecuencia de las actividades académicas. Por ejemplo, en los ambientes universitarios, los estudiantes desarrollan lazos que resultan en amistades de largo plazo, futuros vínculos laborales e incluso relaciones amorosas, que trascienden ampliamente los contenidos curriculares. Esta experiencia que promueve la empatía tiene un gran valor para el conjunto de la sociedad, ya que el sentido de pertenencia y comunidad estimula las prácticas éticas.
En cambio, al digitalizar los procesos pedagógicos nos encontramos con una serie de situaciones que tienden a erosionar la calidad en la construcción de las relaciones interpersonales y a disolver el espíritu colectivo.
En principio, se suprimen los espacios de comunicación ocasionales, reforzando una lógica transaccional, en la que los estudiantes se vinculan con fines meramente prácticos de intercambio de beneficios. Segundo, al intermediarse la comunicación, se produce un fenómeno de autocensura, ya que todo contenido es susceptible de ser monitoreado y registrado. Tercero, al tener menos oportunidades de interacción, los estudiantes tienden a agruparse siempre entre los mismos compañeros que ya conocen, reduciendo el contacto con lo diverso y la motivación hacia la integración. Como resultado, las relaciones que se crean sólo suelen persistir mientras duran los objetivos curriculares.
En sumatoria, la reducción de contacto fortuito amedrenta el intercambio de ideas y suprime el ambiente del pensamiento crítico, contribuyendo a la inercia del status quo. Al quitarnos los pasillos, las cafeterías y los patios de las instituciones educativas se está deforestando el ecosistema para el debate sobre cómo lograr una mejor sociedad.
Un poder emergente
En cuanto a un nivel macro, al llevar los medios de educación al plano online, estamos acelerando la concentración de poder que ya presentan las compañías tecnológicas. Debemos tener en cuenta que adoptar estos servicios significa nutrir con nuestros datos a un modelo de negocios que se dedica a explotarlos.
Las comunidades online que surgen a través de estas plataformas tienden a reunirnos entre usuarios de pensamiento similar, encapsulándonos en cámaras de eco en las que la repetición de ideas extrema nuestras posturas. Resulta así difícil de sostener la cohesión social, segmentándonos en grupos ideológicos tan homogéneos y polarizados que tornan un imposible promover la inclusividad.
A su vez, las plataformas online utilizan algoritmos que filtran la información de modo que se ajuste a nuestros perfiles, creando lo que se conoce como filter bubbles. El peligro que presentan estas burbujas es que, al ofrecernos una versión parcial y distorsionada de la realidad, nos vuelven especialmente vulnerables a la desinformación como medio de manipulación.
La educación pública debe evaluar estos riesgos antes de contribuir a la dependencia que ya están causando estos servicios online. Es imprescindible que pongamos en duda la aparente neutralidad de las redes.
Lecciones de la pandemia
Las tecnologías permiten acelerar casi todos los procesos productivos, sin embargo construir empatía es una cualidad humana que requiere tiempo. He aquí el valor de preservar las instituciones educativas como una reserva dónde estudiantes y docentes puedan relacionarse en un contexto de diversidad de ideas, por fuera de los vicios de los entornos digitales. Esto no significa excluir la tecnología del ambiente académico, sino utilizarla como una extensión que potencie nuestras capacidades, sin que robe un minuto del contacto en persona.
El acceso a la información ya no es una barrera en las sociedades informatizadas, lo que socava el paradigma de educación como transmisión de conocimiento. Por el contrario, el nuevo desafío consiste en brindar herramientas para un pensamiento crítico que sirva para lidiar con la sobreabundancia de información.
Ante la disrupción tecnológica, memorizar datos o ganar habilidades repetitivas perdió valor. En este contexto de constante avance, se vuelven impredecibles las necesidades técnicas que demandará el futuro mercado laboral. Por esto, la educación se tiene que enfocar entonces en contribuir a florecer las capacidades humanas que no compiten con las computadoras.
Es poco probable, sino imposible, desarrollar la empatía hacia lo diverso si nos aislamos. La trampa que esconden estos medios consiste en la desarticulación del colectivo. Las últimas actualizaciones del neoliberalismo disfrazaron la precarización laboral en forma de plataformas, bajo la promesa de “ser tu propio jefe”. En su próximo paso, los medios digitales de aprendizaje avanzan con una estructura que no deja lugar para la movilización de las causas estudiantiles.
Que la lección de la pandemia nos sirva para entender que la tecnología es un excelente recurso cuando extiende las virtudes humanas, pero resulta en una pésima opción cuando las suprime. La tendencia hacia la digitalización es evidente. Estamos a tiempo de decidir si vamos a darle una dirección que sirva al bien común o si será otro medio para que algunas elites continúen concentrando poder.
* Javier Lede es actualmente estudiante del Master en Comunicación y Gestión de Medios, en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Neu-Ulm (HNU), Baviera, Alemania. Diseñador en Comunicación Visual y Licenciado en Producción Multimedial (UNLP). Tras varios años de trabajar en el área de la comunicación y el marketing, actualmente está centrado en investigar las implicancias éticas en el uso de los medios digitales.