Por Juan Pablo Alba*
Lleno de contradicciones. Enemigo de enemigos nuestros: el póster más viciado de defectos que tuvieron las paredes de las villas.
Tramposo, enfermo, mujeriego, educado en el potrero, en la esquina, en las sombras y tentaciones de la noche, rodeado de mafiosos y oportunistas, bien lejos de la academia y sus purismos.
Odiado y amado por igual. El más humano de la imperfecta humanidad, quizás el menos heróico de los héroes populares.
El terremoto mundial causado por su muerte, agrietó la sociedad argentina, sumándole un pliegue más a un paño ya rebasado de contracciones enredadas.
Las críticas basadas en acciones y actitudes ciertas de Diego Armando Maradona, mayormente relacionadas con la violencia de género, expresiones misóginas y una paternidad altamente irresponsable, constituyen los cimientos principales de su hoguera. Entre esos argumentos válidos, también se confunden las intenciones espurias de quienes no le perdonan su origen de clase.
Los análisis unilaterales, las incomprensiones cruzadas y los balances apresurados, se fueron complejizando por la presencia constante de una alta emotividad en el discurso, expresada a flor de piel en redes y medios.
Blasfemo y apócrifo, Diego expresa la síntesis contradictoria de una generación bisagra que creció durante la década del 90, teniendo como modelos a seguir (sobre todo para la construcción de las masculinidades) una paleta de opciones bastante deslucida, entre lo que ofrecía la Industria Cultural como “variables” visibles en esa época.
Entre esos ídolos disponibles, más allá de las valoraciones que hoy pueden hacerse a partir del enorme avance de conquistas en el campo de la sexualidad y el género, sólo uno de ellos había surgido en medio de la pobreza, llevaba la villa orgullosamente en la piel y la lengua, y lucía provocativamente un tatuaje del Che Guevara, desentonando con sus opiniones y acciones, entre el deslucido cielo de ejemplos de humanidad que integraban la élite de la farándula local e internacional.
La disociación operativa de “la vida privada” del hombre y “la vida pública” del jugador de fútbol convertido en deidad, es en el fondo falsa: Diego Maradona era todo eso junto, y las fronteras entre ambos capos, fue claramente muy borrosa y permeable durante toda su vida.
¿Cómo llegó ese pibito de la villa, que soñaba con ganar un mundial, a ser un día tapa de todos los diarios del mundo? ¿Qué aspectos de su existencia tuvo que sacrificar ante el altar del sistema para convertirse en D10S? ¿Cuánto de barro y cuánto de champagne formó parte de sus actitudes cotidianas? ¿Hizo del hambre una fuerza que perduró a pesar de las mierdas y zancadillas que el mundo le puso en frente, y que Diego no supo o no quiso gambetear? ¿Es el último héroe pagano que expresó una masculinidad que ya no tiene cabida en nuestra sociedad actual?
Tan acostumbrados y acostumbradas estamos al pensamiento dicotómico, al blanco y negro existencial, que en el camino no sólo perdemos los matices, sino muchas veces se disipa toda posibilidad dialógica guiada por una concepción que nos permita abordar y aceptar las contradicciones, para lograr resolverlas, y nos vemos enredados en falsas grietas principales que terminan siendo, hasta inconscientemente, funcionales a la división y fragmentación del campo popular, y tendemos más al ataque que la empatía.
Nadie elige lo que llora: a veces el río pasa y lo arrasa todo, y el dolor del pueblo se convierte en una daga que atraviesa corazones tan anchos que no caben en un sólo pecho, y nos sumergen en un duelo colectivo dónde se vuelve moneda corriente la búsqueda de culpables, falsos enemigos, chivos expiatorios para nuestras propias angustias y demonios.
Resulta bastante plausible sospechar que con Diego Maradona, muere mucho más que un ídolo, sino también en él y en las discusiones alrededor de su idolatría, se expresa la decadencia de un modo de ser hombre en el mundo que, afortunadamente, no queremos ser más.
Y no sólo eso: también representa el primer beso cis entre hombres que haya transmitido la TV Argentina en horario pico de tráfico de imágenes, representa la trampa y la gambeta al colonialismo retrógrado de Inglaterra, representa los reclamos de Mar para Bolivia que supo acompañar, así como su emblemática foto de “Stop Bush”, denunciando por fascista al mayor tirano imperialista del siglo XXI, entre otras aventuras de clase altamente valorables.
No es casual que esta disputa aguda por el sentido de su vida (y de su muerte) se dé en estos tiempos: la filósofa feminista Celia Amorós advierte que “la conciencia feminista difícilmente surge en un medio en el que nada se pone en cuestión; surge, por el contrario, cuando la opresión más ancestral se hace visible y deja de ser aceptada como lo mas obvio, como aquello que es natural”. Afortunadamente, gracias al empuje de la Marea Verde y el fuego de las luchas del movimiento de mujeres, hoy en día, nadie que se precie honesto, reivindica o idolatra ese aspecto deplorable de su vida.
Pero la profundidad del debate no se agota ahí. “Gracias a la pelota”, pidió que diga su lápida: todo un homenaje y reconocimiento al juguete más colectivo y de masas que tiene este planeta, y que puede inventarse hasta con un par de medias, convirtiéndose en el elemento central de las risas de la gran mayoría de las infancias pobres de Latinoamérica, que se sienten capaces de todo cuando tiene un 10 en la espalda, aunque sea pintado a mano con marcadores permeables de bajo costo.
“Estoy cansado de ser Maradona”, dicen que dijo días antes de morir. Bienvenidas sean las críticas, que ni las gambetas ni los goles más lindos de la historia oculten ni justifiquen nada, pero que tampoco las clases dominantes nos ganen esta pulseada, que busca bastardear el contenido contestatario y popular del futbolista más antiimperialista que conoció hasta ahora la humanidad.
Eso, quizás, sea lo que lo convierta verdaderamente en el mejor de todos los tiempos.
*Juan Pablo Alba es docente, periodista y escritor, integrante de la Asociación de Filosofía y Liberación. Trabaja en la Universidad Nacional de Jujuy, en institutos terciarios y es Secretario de Comunicación y Difusión de la CTA Autónoma provincial.