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American way of vote

Las elecciones en Estados Unidos y su impacto en América Latina.

Por Luciano Moretti*

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos son trascendentales para el curso de la política global, y en particular para la región latinoamericana.  El triunfo de Donald Trump fue una respuesta reaccionaria frente a este proceso de decadencia que vive desde mediados de los 70. El “sueño americano” se ha convertido en una pesadilla para millones de ciudadanos sobre endeudados, sin acceso a la salud universal y sin acceso a la vivienda. Hasta comienzos de este año la reelección de Trump parecía segura, pero el desmanejo de la pandemia del Covid-19 con más de 200.000 muertos y el estallido social anti racial del movimiento Black Lives Matter (BLM) han puesto a su rival demócrata Joe Biden a la cabeza de todas las encuestas ¿Qué impacto tendría un cambio de gobierno en EE. UU? ¿Qué significa para América Latina?

La “pesadilla americana” en datos: decadencia (relativa) de larga duración

Estudios recientes demuestran que la proporción de trabajadores en sus treinta años (30 a 39) que han logrado obtener salarios más altos que sus padres ha caído de un 90% en 1970 a un 41% en el año 2014, por lo que las nuevas generaciones ganan menos que sus padres, los grupos de clase media han mostrado las caídas más estrepitosas. Desde la década del 70 los aumentos de ingreso han beneficiado mayoritariamente a las familias de ingresos altos, mientras que las de ingreso medio y bajo han encontrado enormes dificultades para mejorar sus ingresos (Liu, Dunford, and Gao 2018). Si bien los EE.UU. continúan siendo la economía más grande del mundo su PBI como proporción del PBI mundial ha retrocedido 7 puntos desde 1970, pasando de un 31,5% a un 24,5%. Este retroceso se observa también en el peso de la manufactura sobre el total del PBI, que decreció de un 23% a un 11% para el mismo período, como resultado del proceso de relocalización de actividades productivas hacia la periferia del sistema mundo capitalista en el marco del proyecto de la globalización. Esta búsqueda de mayores ganancias por parte de las empresas trasnacionales norteamericanas se tradujo en una caída del empleo industrial que cayó en un 40%, de 19 millones de puestos de trabajo a unos 11 millones, en el período 1979-2010. Estos trabajos altamente remunerados y fuertemente sindicalizados fueron reemplazados por empleos en el sector servicios, más flexibles, con menos derechos, lo que está detrás de esta desigualdad en el ingreso.

A esta creciente desigualdad de ingresos debemos sumarle que el 9% de la población (30 millones) no tiene cobertura de salud, mientras que otro 34% accede a la salud a través de programas federales (Medicaid y Medicare) que asisten a personas con escaso recursos o vulneradas. Estos programas están hoy en riesgo bajo la administración Trump que busca recortar sus beneficios. Por ley todos los hospitales del país deben brindar atención a los ciudadanos en casos de emergencias médicas, sin embargo, esto termina en personas endeudas de por vida o en bancarrota. Se calcula que todos los años más de 500.000 personas van a la quiebra por temas relacionadas a tratamientos de salud. En el caso de las personas que necesitan cuidados paliativos y de larga duración la situación los condena prácticamente a vivir en la pobreza[1]. Claramente esta situación se ve agravada por la pandemia del coronavirus.

A esta combinación entre pérdidas de empleos de calidad y aumentos en el costo de salud se le suman las matrículas universitarias que se dispararon por los cielos. Las deudas estudiantiles son la segunda causa de endeudamiento en las familias, detrás de las hipotecas para comprar casas. En este año, el total de la deuda federal estudiantil acumulada alcanzó los 1.6 billones de dólares, siendo mayor que el total del PBI de países como España[2]. Para el año 2016, el total de la clase media representaba menos del 40% de la población del país.

Las crecientes desigualdades económicas son acrecentadas por las desigualdades sociales estructurales de la sociedad norteamericana. Las poblaciones afrodescendientes, los nativos americanos, los latinos y los inmigrantes ilegales sufren una discriminación y persecución estructural, principalmente de la policía y el sistema penal. Es el país con mayor número de presos del mundo y con mayor proporción de su población encarcelada, esto parece afectar principalmente a  poblaciones vulneradas históricamente, por ejemplo, los afrodescendientes representan tan sólo el 12% de los habitantes de Estados Unidos pero constituyen el 40% de la población carcelaria del país [3].

Todos estos cambios coinciden con un período de profundas transformaciones en el Ciclo Sistémico de Acumulación (CSA) estadounidense que afectaron la dinámica de acumulación del capital a escala global [4]. La década del 70 marcó el final de la expansión material de los EE.UU. esto quiere decir que la acumulación de capital a través de la producción y el comercio había alcanzado su límite de reinversión y que las altas finanzas comenzaron a predominar en las estrategias de valorización de las empresas. En ese contexto, junto con la relocalización productiva y el avance de la globalización, se precipitó la crisis fiscal del Estado norteamericano y cobraron relevancia los programas neoliberales y de ajuste estructural.

David Harvey[5] sostiene que el neoliberalismo es el proyecto político del capital corporativo norteamericano para intentar recuperar la tasa de ganancia y la rentabilidad a mediano plazo, lo que implicó un asalto sobre las instituciones del Estado de Bienestar. Entre sus políticas se priorizó alterar las formas de pensamiento y crear las condiciones para reactivar la acumulación mediante el traslado de la producción hacia la periferia, la automatización y la promoción de las privatizaciones y la desregulación financiera, esto es lo que condujo a enormes desigualdades crecientes en términos de ingreso y riqueza. Esto generó que se reconfigurara la alianza entre el gran capital corporativo, el Estado nacional de bienestar norteamericano y el movimiento obrero organizado, que posibilitaba conjugar altas tasas de rentabilidad con legitimidad política y social, iniciando un período de creciente inestabilidad social. La frase “lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos” [6] sería difícil de replicar hoy con Google, o Facebook o Apple. Esta reconfiguración de la relación entre el Estado, el gran capital y la clase trabajadora parece confirmarse cuando se observa que el 25% de las ganancias de las corporaciones más grandes de los EE.UU provienen de 4 paraísos fiscales donde tiene menos del 3% de sus empleados[7]. A pesar de todo esto, EE.UU. continúa siendo la economía más grande del mundo, la superpotencia militar más poderosa y controla la moneda de reserva internacional, el dólar. Por lo que su decadencia es relativa.

Es sobre este contexto, sobre la masa de derrotados y perdedores de la globalización, los trabajadores blancos sin formación, las amas de casa y la población blanca rural que Donald Trump logró su victoria en 2016. Hoy el escenario parece diferente.

El contexto electoral: polarización y guerra civil en ciernes.

La pandemia de la Covid-19 ha agudizado estas contradicciones económicas y sociales hasta el punto que para encontrar niveles de polarización social tan altos debemos remontarnos a la década del 60 y la guerra de Vietnam, o a la época de la guerra civil del siglo XIX. La irrupción del movimiento Black Lives Matters, luego del asesinato de George Floyd, en el medio de la recesión económica más importante, en la que se registran niveles de desempleo y caída del PBI record es la amenaza más importante a la reelección de Donald Trump, pero también hacia el sistema de partidos tradicional.

Si bien ha sido el partido demócrata el que ha capitalizado mayoritariamente el descontento social, esto no ha sido sin concesiones ni costos para el establishment del partido, que ha estado históricamente alineado a las recetas neoliberales, pero que ha sabido contener en su interior a los sectores progresistas populares. Para entender como esto ha afectado al partido debemos remontarnos hacia la interna partidaria del año 2016. Parecía que la victoria de Hillary Clinton, la candidata favorita de la elite partidaria, estaba asegurada. Sin embargo, en el medio de la carrera por la nominación surgió un senador de Vermont, de pasado progresista y abiertamente socialista que logró constituir un movimiento de masas que casi se queda con la nominación partidaria, hablamos de Bernie Sanders y su movimiento “Our Revolution”. Su fortaleza está en su programa político, en la movilización de los jóvenes generalmente escépticos de la política y de los latinos e inmigrantes. De esa enorme carrera por la nominación surgieron en 2018 las nuevas figuras del partido representadas por Alexandría Ocasio Cortez y el “squad progresista” (Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley) ligadas a la interna del partido demócrata conocida como “Justice Democrats”, que lograron ganar bancas para la Cámara de Representantes. Todo este movimiento, encabezado por Bernie Sanders, que parecía venir a copar el partido fue derrotado en el 2020 por el candidato Joe Biden (vicepresidente de Obama y figura tradicional del establishment). A pesar de esto, el impacto de la izquierda popular del partido, abiertamente socialista, ha logrado modificar la agenda del debate público colocando en el centro temas como la lucha contra el cambio climático, la lucha por mejores salarios, el rol de las mujeres y los grupos minoritarios en la sociedad. Este año, el ala de izquierda del partido se verá reforzada por la elección de figuras como Jamal Bowmann y Cori Bush a la cámara de representantes (ambos miembros del movimiento BLM).

En este contexto, el partido republicano ha sufrido un corrimiento hacia la extrema derecha, acusando a Biden de ser un títere de los “comunistas”. El partido que Donald Trump tomó por asalto en el 2016, se fue colocando en las antípodas de este movimiento social por la justicia y la igualdad, reforzando su base de apoyo entorno al supremacismo blanco, la xenofobia, el racismo sistémico y el odio irracional frente a lo diferente. Junto con este giro “irracional” se promovieron medidas de fondo como el recorte a programas de salud como el llamado “Obamacare”, una reforma impositiva que favorece a los multimillonarios, recortes del gasto público en el gobierno federal, en la lucha contra el cambio climático y la promoción de actividades nocivas como el carbón y el fracking de petróleo y gas. Nunca el capital corporativo y especulativo del país había gozado de tantos beneficios.

Predicciones electorales:

El promedio de todas las encuestas nacionales otorga la victoria a Joe Biden por 9,9% sobre el actual presidente Donald Trump. Con estos números el candidato del partido demócrata podría convertirse en el próximo presidente de los EE.UU. Sin embargo, ganar el voto popular no garantiza ganar la elección. Como sucedió en el año 2016 y en el año 2000 los candidatos que obtuvieron la mayoría de los votos no fueron electos presidente. Esto se debe a que en EE. UU la elección es indirecta a través de un Colegio Electoral. En ambos casos los beneficiados fueron los republicanos que lograron llevar a Bush (2000) y Trump (2016). Este sistema electoral se basa en elecciones a nivel estatal, donde cada estado elige una cantidad de electores, en la mayoría el candidato que obtiene la mayoría simple de votos se lleva todos los electores en juego, no es proporcional. Esto genera que a pesar de que en el voto popular no existan grandes diferencias en el sumatorio total, en el reparto de los electores sí (por ej: en 1988 George Bush obtuvo 53% y Michel Dukakis el 47% del voto popular, pero en el colegio electoral Bush obtuvo el 79% de los electores). Para ganar el candidato debe obtener 270 electores de 538 en juego. Por lo tanto, la contienda se dirime en un grupo de estados que suelen cambiar sus preferencias entre demócratas y republicanos. No existe en sí mismo una elección nacional, sino que las elecciones son a nivel estatal existiendo una cantidad de complicaciones, entre las que se encuentra la supresión del voto (dificultar o impedir la participación de segmentos de la población, generalmente minorías), esto se logra mediante sistema de votación ineficientes que generan largas colas, los días de votación son entre semanas, es decir días laborales lo que dificulta la participación, entre otros problemas.

Muchos estados tienen voto por correo o voto temprano, lo que quiere decir que la elección ya arrancó hace un par de semanas. Entre los datos que surgen de esto se registra una mayor participación del voto por correo debido a la pandemia del Covid-19 (hecho que Donald Trump utiliza para denunciar un posible fraude electoral). También se destaca una mayor participación de los jóvenes en estados claves como Florida, North Carolina y Michigan.

Todo pareciera indicar que Donald Trump será derrotado en las próximas elecciones, esto en primer lugar sería una gran noticia para los pueblos del mundo y para la izquierda en general. Retirar de la Casa Blanca a un presidente abiertamente racista, xenófobo, homofóbico, machista ignorante, militarista, reaccionario, fanático conspiranoico y negador del cambio climático, sin duda que constituiría un golpe importante a la ultra derecha reaccionaria global. Pero, ¿sería mejor una presidencia de Joe Biden? ¿Debemos esperanzarnos los latinoamericanos con este cambio?

Las elecciones y su impacto en la región

La política externa de los Estados Unidos es profundamente bipartidista, esto quiere decir que en términos generales goza de la aprobación de ambos sectores en disputa, con sus matices. El único sector relevante que pareciera distanciarse de las posiciones tradicionales es el de Bernie Sanders que condenó el intervencionismo yanqui en la región y mostró su apoyo a causas y gobiernos populares como el de Evo Morales, o la lucha de los palestinos. Sin embargo, en lo que refiere al establishment partidario no se notan cambios significativos. Incluso hay evidencia que los gobiernos demócratas han sido más agresivos para con la región que los republicanos.

Desde el siglo XIX que EE.UU. considera a América Latina como su patio trasero, es una región clave en su geopolítica continental y mundial. Desde la doctrina Monroe de 1823 hasta la actualidad, ha tenido una historia de invasiones militares e intervenciones diplomáticas que configuraron la trayectoria económica y política de la región. Durante el siglo XX, luego de la segunda guerra, se crea la Organización de Estados Americanos (OEA), la que el Che bautizara como el “Ministerio de Colonias”, la cual tendrá una injerencia directa en la política continental y buscará evitar por todos los medios la unidad regional de los países del Sur, o la influencia de potencias extranjeras (como la URSS en su momento) o Rusia y China hoy.

Sabemos que nuestra región está disputada por varias potencias, pero la influencia de los EE.UU. ha sido la más fuerte y más nociva para los intereses de nuestros pueblos. En este contexto, durante la presidencia de Trump pareciera haberse agravado esta situación con el retroceso de los gobiernos “progresistas” y la avanzada de proyectos derecha y reaccionarios como Macri en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Moreno en Ecuador, Lacalle Pou en Uruguay, el golpe en Bolivia, etc. Al mismo tiempo que se recrudeció el bloqueo y las agresiones sobre Venezuela al punto de desconocer a las autoridades, y reconocer a Juan Guaidó como presidente interino y conformar el Grupo de Lima con el sólo objetivo de derrocar a Maduro. El apoyo de la administración Trump ha sido explicito, mediante la concesión de créditos del FMI y grupos de inversión yanquis (como Blackrock) a los gobiernos (como Macri y Moreno), o el apoyo abierto al golpe en Bolivia por parte de la OEA en el 2019. Sin embargo, muchas de estas acciones y tendencias también las encontramos en la administración demócrata de Obama, sólo por enumerar algunos: el golpe en Honduras, Paraguay, el intento de cesión de la “medialuna” en Bolivia, el cercamiento de Venezuela, el golpe parlamentario a Dilma y la operación Lavajato, entre otros. Si bien, parecía que durante esos años Obama se había olvidado mayormente de la región, las cosas comenzaron a cambiar con la llegada de China y de las inversiones extranjeras asiáticas a la región. Esto incrementa la disputa por nuestros recursos. En cuanto a un posible gobierno de Biden, se rumorea que uno de los candidatos a Secretario del Tesoro sería Larry Fink (CEO del grupo Blackrock) por lo que el poder financiero tendría colocada sus garras bien al interior de este proyecto.

Por lo tanto, no debemos colocar nuestras esperanzas ahí, por lo menos en lo que respecta a la región latinoamericana. Como nos ha demostrado la heroica lucha del pueblo boliviano contra el golpe de estado que culminara la enorme victoria electoral del MAS, o el pueblo de Chile y su lucha victoriosa por terminar con la herencia pinochetista, o como hicimos en Argentina derrotando a Macri en las urnas y forjando la unidad del Frente de Todos, sólo la lucha de los pueblos por su liberación en el contexto de una Latinoamérica unida puede garantizar un sendero de autonomía que posibilite el crecimiento económico armonioso, el desarrollo integral de nuestras capacidades y el bienestar general de nuestros pueblos

*Lic. En Ciencia Política. Doctorando en Estudios sociales. Co-Conductor del podcast sobre política de EE.UU. “Power to the people” (https://anchor.fm/power2thepeople/)


[1] Sainato, Michael. 2019. “Tener Un Seguro Médico Privado En EEUU Tampoco Te Salva de La Ruina: ‘Ahora Vivo En La Calle.’” El Diario, November 21.

[2] Gil, Tamara. 2020. “Universidades En Estados Unidos: Las Enormes Deudas Estudiantiles de Hasta US$1 Millón En El País Más Rico Del Mundo.” BBC Mundo, June 22.

[3] BBC. 2013. “EE.UU.: ¿hay Más Negros En La Cárcel Que En La Universidad?” BBC Mundo, March 17.

[4] Arrighi, Giovanni. 1999. El Largo Siglo XX. Madrid: AKAL.

[5] Harvey, David. 2007. Breve Historia Del Neoliberalismo. Madrid: AKAL.

[6] Brenner, Robert. 2009. “What Is Good for Goldman Sachs Is Good for America the Origins of the Current Crisis.” Economics of Global Turbulence.

[7] Parnreiter, Christof. 2018. “America First! Donald Trump, the Demise of the U.S. Hegemony and Chaos in the Capitalist World-System.” Zeitschrift Fur Wirtschaftsgeographie 62(1):1–13.

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