Por Germán Mangione*
Cuando me enteré de su muerte, la noticia me impactó. Incluso a mí que nunca fui ni muy futbolero ni mucho menos un “maradoniano”. Y ese impacto me empujó a preguntarme por qué. ¿Por qué me entristecía de esa manera la partida de Diego? Y en esa búsqueda me fui figurando que, aunque ajeno en parte a mi mundo diario, yo también tenía un Maradona en la cabeza, mi Maradona.
Como suele suceder con los ídolos populares, su figura nos entra por algún lado, nos llega queramos o no. Y sea para odiarlo, amarlo o simplemente tenerlo presente, todos vamos armando como un rompecabezas nuestro propio ídolo, en este caso nuestro propio Maradona.
En la mayoría de los casos las piezas con las que lo construimos tienen que ver más con nosotros mismos que con la figura popular en sí.
No es que no podamos ver sus otros aspectos, o que no los conozcamos, pero vamos eligiendo las partes del ídolo para armar. El mío, por mi propia historia, por mis propias necesidades, más allá de sus caminos elegidos, tiene mucho de rebelde. Tiene mucho de rey plebeyo.
El mío tiene el tatuaje del Che, tiene el abrazo eterno a la Cuba de Fidel, tiene el sur italiano sublevado contra el norte rico. Tiene el escenario de Mar del Plata abrazando a Chávez y gritando fuera Bush, como los miles que viajamos para expresar la malvenida al emperador con olor a azufre como supo decir el comandante venezolano.
Tiene, sobre todo, la gambeta y los goles al imperio inglés gritados desde lo más profundo del dolor del territorio perdido en manos del monstruo imperial.
Aunque ajeno a mi mundo (un mundo en el que el fútbol pasa cerca pero no tanto como para despertar esa hermosa pasión que tanto veo disfrutar a mis seres queridos), no puedo negar que mi Diego tiene también el nombre de João Havelange escupido con asco. Un dirigente del fútbol que conocí por su bronca, por su decir retobado en cuanto micrófono se puso adelante.
Y por qué negarlo, mi Maradona tiene también piezas decepcionantes, despintadas y oscuras. Aunque vaya a saber por qué, puestas en un plano inferior, también mi Diego tiene el abrazo con Menem y el enaltecimiento a Cavallo, la actitud misógina y deplorable en sus relaciones que de privadas tuvieron poco, y el reviente como espectáculo que cada tanto se me cruzaba en la vida en alguna pantalla para después transformarse en un pedido desesperado de ayuda de quienes lo quisieron, los disfrutaron y por supuesto lo sufrieron en la faceta recurrente del desborde.
Y seguramente a ustedes que están del otro lado, les pasa algo similar, y de pronto la partida del 10 les deja enfrente su propio ídolo Frankestein compuesto de las partes que quisieron, que eligieron o que simplemente pudieron rescatar de esa multiplicidad de vidas que él vivió.
Algunos de ustedes habrán armado el Maradona leproso que algún día volvería al club de sus amores, o el ídolo nacional que como canallas aprendieron a amar igual por encima de la rivalidad.
Quizás sea usted de una generación que vivió las mejores alegrías que nos pudo brindar con el orgullo de portar la celeste y blanca o pertenezca en cambio a las nuevas generaciones, que sin el traspaso de la pasión familiar por el Dios del fútbol, solo pudieron ver pasar su decadencia y el espectro de una grandeza que solo vieron por Youtube.
A lo mejor su Maradona tiene solo defectos, errores y conductas que no deberíamos perdonar a nadie, ni siquiera a él. Y a pesar de ser solo una parte, no dejará de ser cierto. Ni de ser su Maradona.
Incluso quizás usted es de los que prefirieron diseccionar al astro, separando la mágica técnica futbolística, los goles imposibles y las gambetas soñadas, del ser humano que las llevaba adelante. Quizás, usted piense que eso es posible y está en todo su derecho.
La cuestión es que es innegable que todos tenemos un Maradona propio. Una fragmentación contradictoria armada a medida de nuestras miradas y sobre todo de nuestras necesidades.
Es por eso que está muy lejos de mi intención ponderar a mi Diego, como El Diego ni mucho menos.
Pero siendo esta cuestión así, intentar combinar nuestros Diegos, ponerlos en orden o darle un color homogéneo es no solo una tarea imposible sino inútil.
Sin embargo, además de nuestros Maradonas personales, de nuestro Jesús futbolero personal, existe un Diego superior. El Maradona colectivo, que también se manifestó y con fuerza tras la partida física del 10. Y ese, perdóneme que se lo diga, me parece muchísimo más interesante de entender, de analizar y de poner sobre la mesa, que el suyo o el mío.
¿Cómo es nuestro Maradona? ¿Qué hace que tengamos por encima de las apreciaciones personales un Maradona colectivo? Uno que se aprecia y entiende casi sin palabras, ese que nos unifica en un sentimiento de profundo dolor por estos días más allá de las apreciaciones personales.
Ese 10 colectivo que flota en la conciencia colectiva como un Maradona que patea en cualquier cancha con orgullo de poder hacerlo a pesar de todo, de seguir, como puede, errando y acertando, pero seguir. Ese que en el fondo es la esperanza de que equivocando los caminos también se llega. Roto y mal habido, es cierto, pero se llega.
Jugando infiltrado y sin resto físico, recuperándose una y mil veces, viviendo al borde. El que se reinventó a pesar de las traiciones, las malas condiciones, y las pifiadas.
Y habla sobre todo de un camino, que, aunque sinuoso y tortuoso, se puede caminar sin bajar la cabeza. Sin olvidarse del origen, de los caminos originales. Porque si hay algo que constituye fundamentalmente “nuestro Diego” es esa forma de encarar los caminos que están reservados solo para unos pocos, con el orgullo y la conciencia de ser parte de los muchos.
Porque si hay algo que no le perdonan sus detractores, que, por supuesto tienen su propio Maradona, es la falta de sumisión (que por supuesto no garantiza tener razón ni mucho menos) pero que incomodaba a los que quieren que el mundo se rinda a sus pies, porque así dicen que debe ser el orden de cosas en el mundo en que vivimos.
Finalmente ¿sabe usted por qué me parece más importante descubrirlo, desmenuzarlo y entenderlo?
Porque así como los Maradonas a medida que nos armamos hablan más de cada uno de nosotros que de él, el Diego colectivo no habla de su paso por esta tierra, sino que habla de nosotros, nuestras posibilidades y sobre todo nuestras esperanzas.
Por eso y por mucho más despido con un simple “gracias” a mi Maradona pero sobre todo estaré eternamente agradecido al nuestro, al que creamos colectivamente y seguirá existiendo mucho más allá de su partida física.
*Periodista. Editor en Revista Lanzallamas y en La Brújula. Director del Observatorio de Actividad de los Capitales Chinos en América Latina