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Historia obrera

por Matías Rodríguez Gianneo*

Gustavo Nicolás Contreras es Doctor en Historia, investigador adjunto del CONICET y docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Se especializa en la historia del movimiento obrero y del peronismo. Desde hace más de diez años realiza actividades de divulgación histórica y de formación sindical. Fue coordinador de la Escuela de Fútbol “Los Chapatenses” y del proyecto de divulgación científica “Generando conciencia desde el aula a la comunidad”. Dirige la Colección de libros “La Argentina peronista: política, sindicalismo, cultura”. Hace unos meses fue parte del lanzamiento del sitio web www.historiaobrera.com.ar. Dialogamos de este proyecto de divulgación histórica, las nuevas plataformas digitales, los libros y la clase obrera.


Hace unos meses, en plena pandemia, salió al mundo el sitio web Historia Obrera contanos un poco de qué se trata este proyecto.

El sitio web es el espacio principal que elegimos para expresarnos desde el colectivo historia obrera. Somos un colectivo conformado por investigadores e investigadoras del Conicet, docentes universitarios, gestores culturales, artistas, programadores, diseñadores, dibujantes y dirigentes sindicales. El sitio web es el espacio donde, desde distintos posicionamientos, trayectorias y disciplinas tratamos de pensar la historia obrera y generar contenidos en diferentes formatos y dispositivos. El eje principal es la investigación histórica, hace muchos años que nos dedicamos a esto. En Historia Obrera pretendemos que los resultados de nuestras investigaciones sean trabajados de manera interdisciplinaria para encontrar formas accesibles, atractivas y sintéticas de comunicarlos. Queremos encontrar distintos canales para que los trabajadores y las trabajadoras en general se vean motivadas a recorrer y conocer la historia de su clase. En este sentido, creemos que es muy auspicioso el encuentro que hemos logrado con músicos, dibujantes, programadores web y dirigentes sindicales, porque también queremos ponderar la palabra de las y los protagonistas de esta historia, de los sujetos centrales de nuestros estudios para que también hablen de su historia en primera persona, lo cual nos parece sumamente valioso.

El sitio web lo prefiguramos como ese lugar que pueda coordinar los distintos materiales que generamos, porque allí uno puede subir canciones, un libro digitalizado, una película, fotos o podcasts. Hay una variedad muy amplia de materiales que pueden convivir en el sitio web y por eso lo elegimos como el espacio principal para expresar nuestro trabajo. Desde ya no es el único, ya que seguimos imprimiendo libros, como los de la colección “La Argentina peronista” o el de próxima aparición que se titula “Retazos de historia obrera”, o, por ejemplo, seguimos dando cursos de formación sindical. Por lo tanto, el sitio web no es el lugar exclusivo de nuestro proyecto, pero si el principal.


En los últimos años van tomando importancia las nuevas plataformas digitales y se trabaja con formatos más acotados ¿qué lugar ocupa el libro en todo esto?

La pregunta es muy interesante y no es de respuesta simple. Estuve, por un momento, tentado a decir que el libro sigue ocupando un lugar principal para abordar el conocimiento histórico. Sin embargo, la experiencia en el armado de Historia Obrera y sobre todo el libro Retazos de historia obrera me lleva a una reflexión más balanceada. Quisiera responder entonces desde la propia experiencia. Yo pensaba en el libro como el lugar principal de la narración histórica, del conocimiento más complejo, más acabado y más jerarquizado, y por eso inicialmente proyectaba el resto de los materiales como un gancho, como una entrada. Sin embargo, en el andar del proyecto y viendo los resultados de los dibujos, el disco, la película, los podcasts y los diseños que lograron Charlie Serra, Federico Avalos y Luis Kalinky para el libro y el sitio web, me di cuenta que habíamos generado materiales que estimulaban a pensar y sentir históricamente de manera muy potente. Dados estos resultados, el libro perdía centralidad, porque estos productos transmitían muchísimo para pensar la historia, para sentirla, despertaban sensaciones y pensamientos extraordinarios para abordar la historia, como la bronca, el amor, la empatía, el extrañamiento, el enojo, la tristeza, la alegría, el entusiasmo, y todo ello me parece que remite a sensaciones importantísimas para vincularse no solo desde lo intelectual a la historia sino también afectivamente. Si nuestro objetivo es despertar y estimular el pensamiento histórico, la reflexión, el debate, y consideramos que del otro lado hay un sujeto activo, ahí el libro pierde centralidad porque los otros artefactos terminaron siendo muy potentes al efecto. Obviamente, los libros siguen siendo importantes e imprescindibles, aunque no son vehículos exclusivos para estimular el pensamiento histórico. En este sentido, en Retazos el libro fue el eje inicial y ocupó un rol central en todo el armado del artefacto cultural multimedia, pero hemos apostado por la articulación y el complemento, por una idea que sostiene que la suma de fragmentos e intervenciones en distintos soportes y formatos en conjunto nos brindan una totalidad potenciada.


Tu inserción en la academia no te ha impedido trabajar en la divulgación histórica ¿se esta acortando esa distancia entre academia y divulgación?

Yo creo que sí, que efectivamente se está acortando esa distancia y que la divulgación cada vez gana más legitimidad dentro de los ámbitos académicos. Incluso, empieza a haber más propuestas tanto de las universidades nacionales como del Conicet para estimular la divulgación. De hecho, en los últimos años muchos académicos se han dedicado a la divulgación histórica con cierta incidencia y relevancia, logrando un lugar en la enunciación pública de la historia y eso creo que es necesario y muy importante. Sin embargo, todavía sigue habiendo muchas reticencias y resistencias dentro de la academia para intervenir decididamente como tal, institucionalmente, en la divulgación. Lo cierto es que no está jerarquizada como lo están otras instancias. Muchas veces la divulgación tiene que ver con impulsos individuales de los que estamos vinculados a movimientos sociales, o porque tenemos alguna afinidad con algún tipo de disciplina artística, o porque alguien nos pide que demos alguna charla o intervengamos en un programa de radio, por citar algunos ejemplos.

Pero, insisto, la divulgación no está jerarquizada al interior de las Universidades y del Conicet, y pocas veces su realización tiene que ver con programas estructurados y financiados desde estas instituciones donde trabajamos. Por ejemplo, en las universidades públicas de Argentina uno se puede formar como docente, como investigador y está bastante aceitada la práctica de la extensión universitaria, esa actividad que vincula a la Universidad con la sociedad. Pero la extensión no es divulgación; entonces, esa potencial cuarta pata de la formación universitaria que podría llegar a ser la divulgación no tiene aún espacio, o al menos es muy incipiente. Por mi parte creo que las universidades y el Conicet la van a tener que atender pronto con más decisión, en el corto plazo, porque ya hay una demanda significativa de estudiantes, docentes, investigadores y de la sociedad. Además, las propias universidades nacionales fueron armando sus radios, sus medios gráficos y sus canales de televisión y estos espacios demandan profesionales preparados con un perfil adecuado a tal fin. Actualmente, en términos generales, te diría que casi no hay ninguna materia específica dedicada a la divulgación histórica o materias de las carreras que tengan un espacio donde se trabaje la divulgación como una práctica profesional específica. Esto con el paso del tiempo seguramente se ira revirtiendo. Por suerte, hay iniciativas y demandas en este sentido. El año pasado, por ejemplo, pudimos hacer talleres sobre divulgación histórica en Bahía Blanca (en la Universidad Nacional del Sur) y en la Universidad Nacional de Jujuy en el marco de espacios promovidos por estudiantes de la carrera de historia quienes quieren formarse para la divulgación y enfrentar sus desafíos. Creo que para la construcción de estos espacios destinados a la formación profesional para la divulgación histórica es muy importante que el movimiento estudiantil lo tome como una de sus reivindicaciones. Además, esta demanda no sólo debe ser apuntalada desde una posible salida laboral o desde un perfil profesional, sino que también debe ser ponderada desde las potencialidades que brinda para pensar históricamente en conjunto con distintos actores de nuestras sociedades, como pueden ser los movimientos sociales, los sindicatos, los colectivos de mujeres, etcétera. La divulgación, sin dudas, es una actividad privilegiada para democratizar el conocimiento histórico y para construirlo colectivamente con diversos sujetos sociales.

En las últimas décadas tomaron fuerza estudios vinculados a las cuestiones de género, étnicas y de los movimientos sociales ¿en qué momento se encuentran los estudios sobre la clase obrera?

Los estudios en torno a la clase obrera han tenido una renovación muy importante en los últimos veinte años, cruzados justamente por estas miradas atentas a las perspectivas de género, a lo étnico y a las clases sociales, que se han denominado en términos generales: interseccionales. Desde este enfoque interseccional se atienden distintos aspectos relevantes de quienes han sufrido y aún sufren la explotación, la opresión y la subalternidad. Los obreros y las obreras, ciertamente, están determinadas por la explotación capitalista, por esas imposiciones que diariamente realiza el capital para ordenar su vida, pero también es sustancial la influencia del patriarcado y de las diferenciaciones étnicas que marcan negativamente muchos de los aspectos de lo cotidiano en la vida de las trabajadoras y los trabajadores. Está mirada interseccional viene siendo muy potente para repensar la historia del movimiento obrero, y nos parece interesante, como tarea de divulgación, que esa mirada ampliada llegue a los trabajadores y las trabajadoras que son los sujetos más interesados en poder tener un enfoque de este tipo. Satisfactoriamente, han sido muy impactantes en el último tiempo los análisis con perspectivas de género. Esto es algo que se viene impulsando desde hace muchísimas décadas y, en los últimos años, por suerte ha llegado al debate público. El desafío es cómo vincular eso a los estudios de la clase obrera en términos de divulgación, de saber popular, y cómo seguir complejizando esa mirada en los distintos aspectos. Creo que es uno de los desafíos más grandes que tenemos como investigadores e investigadoras de la clase obrera. Esto no sólo para brindar un conocimiento más complejo, sino que tiene que ver con cuestiones teóricas y también podríamos decir políticas, ya que una clase obrera diversa, amplificada y cruzada por múltiples injusticias, y su respectiva conceptualización, genera una visualización que afecta nuestros proyectos del presente. Así, por ejemplo, no es lo mismo lo que resulta de este enfoque interseccional que el que sostenía que la clase obrera era principalmente aquella que estaba vinculada a los sectores industriales de las grandes ciudades, que se percibía en masculino, que tenía que ver con aquellos descendientes de los europeos y que se organizaba con las tradiciones clásicas del movimiento obrero en sindicatos clasistas. Este perfil ha sido muy cultivado desde la izquierda y el gremialismo en general, pero también ha sido el elegido por sus detractores, por sus enemigos. Entonces, estos últimos, en los años noventa pudieron postular el fin de la historia, y el fin de la clase obrera y sus proyectos revolucionarios, porque era ese sector atacado por la dictadura en la Argentina, por las políticas neoliberales en el mundo, el que se había reducido muchísimo, el que más fuerte sintió el golpe de la arremetida del capital financiero internacional durante el último cuarto del siglo XX y lo que va del siglo XXI. Desde esta conceptualización, por lo tanto, parecía que la clase obrera estaba en peligro de extinción porque al focalizar su análisis de esa manera, realmente, su achicamiento era evidente. Sin embargo, tanto desde los sujetos sociales implicados como desde la investigación académica empezó una reconceptualización, que ya venía de antes, pero que ahí ganó toda su dimensión y pertinencia, dada su imperante necesidad. Por ejemplo, en la Argentina de los 90 aparecieron en escena con mucha incidencia los movimientos de desocupados, y los tuvimos que analizar y discutir. Finalmente, asumimos que estaban impulsados por trabajadores y trabajadoras, y por lo tanto eran parte del movimiento obrero. De igual modo, en los movimientos de mujeres que venían creciendo con fuerza también había muchas trabajadoras, y por lo tanto el movimiento de mujeres y sus reivindicaciones podían ser vinculados al movimiento obrero. Lo mismo sucedió con las expresiones territoriales de las luchas piqueteras de los años noventa, con todo aquel despliegue del movimiento de desocupados, los movimientos sociales y el sindicalismo, luchas que fueron creciendo y terminaron con el argentinazo en diciembre de 2001. Si analizamos la territorialidad de este proceso, emergen Cutral Co, Plaza Huincul, Tartagal, etcétera, y nos habilita a pensar de forma distinta estos territorios donde sucedía la historia de la clase obrera, como ya había pasado con el cordobazo, el rosariazo o el correntinazo. De esta manera, podemos concebir a la clase obrera argentina realmente desde una dimensión nacional, atendiendo a su vez sus diversidades locales. Lo mismo sucede con la cuestión étnica, en un país como la Argentina donde tenemos esa reivindicación de los cabecitas negras hecha por parte de un sector del peronismo. Lo cierto es que desde los orígenes del peronismo venimos arrastrando como sociedad una discusión sobre el componente étnico de la clase obrera del país, la cual se tensiona entre los inmigrantes europeos y sus descendientes y los cabecitas negras, y que lamentablemente se ha planteado en situación dicotómica. Pero, ¿quiénes son la verdadera clase obrera argentina? ¿Los hijos de los y las inmigrantes europeos o las y los cabecitas negras? Hoy en día ya tenemos que dar vuelta la página y avanzar a una discusión donde se integre en un plano de igualdad toda la variedad étnica de la clase obrera de nuestro país, tenemos que pensar el movimiento obrero en toda su amplitud y diversidad, sin jerarquizaciones injustificadas ni discriminaciones, y desde allí construir políticas conjuntas. Todas estas cuestiones que fragmentan, que dividen, que excluyen, que jerarquizan injustificadamente, no son solo un problema teórico sino también, y principalmente, político y organizativo para el movimiento obrero.

Desde Historia Obrera nos proponemos recuperar todos estos aspectos que hacen a la vida de los trabajadores y las trabajadoras desde un enfoque interseccional, para analizarla de manera más amplia, tanto en lo productivo como en lo reproductivo, tanto en los momentos de lucha y organización como las horas de ocio (en el esparcimiento, la cultura y el deporte), porque en todos esos ámbitos se desarrolla la clase obrera y se va constituyendo como tal. El plano cultural, por ejemplo, nos interesa muchísimo porque hace a sus tradiciones, a sus identidades, a su representación en el tiempo, tanto para atrás como para delante. Entonces, todas esas dimensiones son fundamentales no sólo como parte de un proyecto intelectual para mejorar un conocimiento histórico que tiene que estar a disposición de los trabajadores y las trabajadoras sino como parte imprescindible para renovar y potenciar nuestros proyectos políticos, sindicales, culturales, transformadores y emancipatorios.

* Matías Rodriguez Gianneo es profesor de Historia (Universidad Nacional de Mar del Plata), docente de escuela secundaria y adultos, investiga la historia del movimiento obrero argentino. Co editor de Revista Lanzallamas.

FOTO: León Contreras

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