A pocos días del cierre de alianzas y semanas de la presentación de precandidaturas, en Argentina se respira una elección incierta. No hay pasiones ni esperanzas. O las hay, pero reducidas, encapsuladas. Hay muchos nombres y pocos candidatos firmes, la sociedad parece mirar desde afuera y alejada de lo que percibe como una “elite” política despegada. Cansancio, agotamiento de una década de estancamiento, recesión o crecimiento con inflación, inflación que agota. No hay posibilidad de pensar un futuro. La vida sigue, se reproduce con dificultades. La percepción social es de lasitud, ante el endeudamiento y la pérdida de poder adquisitivo, como condimento subjetivo creciente: la renuncia a creer en que algo pueda cambiar. Años de elegir políticamente el “mal menor” nos convirtió en la sociedad del “mal menor”.
DERECHAS E IZQUIERDAS
En reuniones de militancia surge el debate de si “hay un crecimiento de la derecha”, o es sólo un fenómeno pasajero. También si eso significa una defensiva de las izquierdas y de lo popular. Generalmente quien afirma esto es retrucado con la siguiente respuesta: una enumeración de triunfos electorales y levantamientos populares como los de Chile, Perú y Colombia, o el triunfo contra el golpismo en Bolivia o la elección de Lula en Brasil, o los niveles de aprobación de AMLO en México. La región acompaña, es más impulso que obstáculo. Es cierto. Pero lo que tiene de amplio no lo tiene de profundo. O las luchas que recorren nuestro país: como los docentes de Jujuy, los metrodelegados, etc. Tanta razón. Las luchas existen y son el hilo de dónde tirar. Estructuralmente las correlaciones de fuerzas son de casi un empate: la derecha no puede avanzar a fondo porque encuentra resistencia popular y sus gobiernos no son duraderos; las izquierdas y el progresismo no van fondo (múltiples respuestas nacen a este fenómeno) y generan nuevas decepciones. El panorama es confuso. El subjetivismo de la voluntad puede chocar con el subjetivismo de la resignación, si hay que elegir uno nos quedamos con el primero, pero no hay que elegir. Hay que graduar bien la situación. Pensar de forma no dialéctica nos inclina a dudar acerca de la posibilidad de que dos o más tendencias contradictorias se deriven simultáneamente de la misma causa. Derechas al acecho y “segunda ola” progresista. Una parte de la bronca y el descontento aparece como posible voto a Milei, CFK mantiene su centralidad como condensación de una parte de la crítica a la orientación del gobierno frustrado, y emergen grandes luchas reivindicativas.
La herencia de la ilegitima deuda contraída por Macri con el FMI funcionó como el antídoto principal contra el “populismo”. Dolarización de la vida. Pocos dólares, poca vida. Fugas y más fugas de esfuerzo argentino. La pandemia, la guerra, la sequía podrían ser atenuantes para entender al gobierno de Alberto, pero no lo eximen de la falta de audacia política para enfrentar a quienes había que enfrentar. Otra decepción. La ausencia de programa común, dejó al descubierto que el único objetivo “que no gane la derecha”, no alcanzó para construir una esperanza. Una vez en el gobierno la fractura quedó expuesta. Post renuncia de Guzmán, la presencia de Massa como “primer ministro” responde a la desesperación, sin dólares se cae el gobierno. CFK aceptó. El articulador con los principales capitales locales, de Davos a Beijing tiene cable directo con Estados Unidos, vendió estabilidad, la estabilidad inflacionaria del acuerdo con el FMI. Llegar. Llegar con ajuste, traslado de riquezas al capital y reendeudamiento que empeora la situación a largo plazo, pero llegar, evitar la corrida y ser presidenciable o que la historia lo devore.
El intento de asesinato de CFK y su proscripción parecieran cerrar un ciclo, se rompieron límites antes no vistos. Su discurso en Plaza de Mayo el 25 parece un repliegue táctico, cavar una trinchera para dirigir a un peronismo en crisis. Mostró su fuerza y su centralidad. Pero también que no hay claridad en cómo seguir. Algunas señales: ir al programa y dar paso a la generación diezmada. Por lo tanto, la acumulación de esta crisis no deriva únicamente en la antipolítica sino en bases que no quieren quedar huérfanas y reclaman que la centralidad de CFK se transforme en orientación para enfrentar a la derecha. Cuestión que queda pendiente hasta el momento. Aunque el escenario este abierto. Esa presión hoy recae en Axel Kicillof como posibilidad de un pasaje más directo de los votos en la pelea por llegar a un ballotage.
LA DERECHA NO LA TIENE REGALADA
La principal fuerza de la oposición, Juntos por el Cambio, bajó a su líder fundador porque el pueblo puede olvidar, pero no tan rápido, los 4 años del macrismo siguen siendo una carga más que un activo para la campaña, la interna es descarnada, pero coinciden en el ajuste: en su versión más gradual, shock o dinamita. Pero como lo muestra la historia, hay un ADN de resistencia popular que no va a aceptar pasivamente el ajuste y hay fuerzas o enclaves de conciencia social organizada para rechazar la entrega y la pérdida de soberanía.
Hay una inercia, en el último periodo, en depositar en la representatividad (gobierno de Estado) la iniciativa política. Esta fue la principal táctica del kirchnerismo y sus fuerzas sociales desde su fundación. Pero cuando esa propia dinámica se ve limitada y constreñida dentro de los frenos de las clases y oligarquías dominantes (medios de comunicación, golpes de mercado, justicia, amparos, armado de una fuerza socio-electoral con representación parlamentaria) y encuentra, también, el frenó en la propia conformación de coaliciones amplias donde las fuerzas de las fuerzas progresistas ceden la hegemonía a actores del “centro político”, como Alberto o Massa, para ganar elecciones pero no radicalizar el proceso, en un intento por frenar el ascenso de las fuerzas de la derecha o la ultraderecha, abonan al crecimiento del opuesto, entran en el bucle. Donde pareciera que se sale, pero se vuelve al punto inicial ¿cómo salir?
El objetivo planteado en 2019 parece renovarse, que no ganen las derechas, porque el panorama empeoró, ahora no es sólo una, sino dos fuerzas electorales de derecha: Milei y Juntos por el Cambio. Lamentablemente el Frente de Todos ya no parece contar con los liderazgos ni la astucia para lograr el milagro. CFK afirma no ser “mascota del poder”, pero se baja ante la injusta judicialización y la amenaza de proscripción. Como antes no fue magia esta vez tampoco lo será. Hay posibilidades de dar vuelta, pero exige protagonismo popular, participación activa de las bases, un programa que vaya más allá de los límites que se construyeron estos años de “posibilismo” y lograr una unidad donde hegemonicen las clases populares. Si no es ahora, tendrá que ser en algún momento. Elecciones inciertas y resistencia a lo que viene son palabras que empiezan a resonar más fuerte.
Entonces, surge nuevamente la necesidad de la capacidad creadora de los movimientos populares, que pierde fuerza cuando todo está depositado en lo estatal-institucional. Tiende a la fragmentación sectorial y el encapsulamiento de demandas que pierden la universalidad necesaria para dirigir los destinos de un país. Para cambiar y dar vuelta el proceso la inercia de la delegación tiene que darse vuelta hacia una nueva voluntad de protagonismo, sea por tomar conciencia de un balance, por supervivencia y/o por los efectos de la propia crisis sistémica-estructural. Que encarne una unidad de fuerza interseccional (clasista, soberana, feminista, ambientalista y antiterrateniente) del campo popular. Una esperanza. A este paso el campo popular entra en las puertas del infierno de la apatía por el fracaso gubernamental y, al mismo tiempo, en una estabilización/estatalización de sus prácticas en el folclore de la marcha no creativa y la sufrida resistencia ante los embates de quienes esta vez vienen por todo. Estos factores son, en parte los que la propia descomposición social está desarrollando. Históricamente las crisis no presentan una salida, sino varias: la salida democrática-parlamentaria, el fascismo o emergencia de luchas sociales que puedan abrir transformaciones radicales. ¿Cuál parece ser la tendencia en nuestro país? Esta pregunta está abierta: ¿vamos a un proceso de descomposición social prolongado con forma “democrática de gobierno” sin resolución de la realidad económica y dentro del bucle o péndulo de decepciones o vamos a una ruptura del ciclo político?
A LOS JÓVENES DE AYER
La actual radicalización de las derechas no es un acto nacido del discurso o la agitación mediática, sino de representación política de un sector de la población. La preocupación radica en los jóvenes, expone un problema crucial para la próxima elección ¿cuál va a ser la actitud del electorado joven? No sólo como un problema de una elección sino como sujetos que son portadores de futuro, en otras épocas sujetos de cambio social y el agua de la que bebían las izquierdas. Los jóvenes de ayer ya no son los de hoy. Nunca lo fueron ni lo serán. El movimiento de la historia. La representación política quedó lejos de poder solucionar cualquier problema, es más se transformó en parte del problema. No es que segmentos de la población espontáneamente fueron esponjas de los medios y Tik Tok que agitaron a Milei y otros personajes estridentes pseudofascistas, que vagan incesantemente por los pisos de cada programa televisivo. Sino que sobre la base de esa realidad objetiva pasaron a representar, para luego potenciar y darle una narrativa y organicidad a algo que estaba latiendo. Las clases dominantes necesitan de una parte del pueblo para poder empujar su programa de reformas. Cambiar el orden de los factores, en este caso altera el producto, no es un problema solo de los medios que construyen subjetividades, sino de subjetividades que se construyeron sobre una materialidad que fue transformando a nuevas generaciones a las cuales la principal fuerza del progresismo el kirchnerismo ni las izquierdas en todas sus variantes pudimos contener: nos quedamos defendiendo lo que se degradaba o era parte del pasado, la defensa de derechos, pero ya no la imaginación de una nueva voluntad colectiva que quiera ampliarlos. Conquistas de los jóvenes de ayer.Nos fuimos transformando en status quo. La paradoja de que haya sido un joven quien intentó asesinar a Cristina siendo que fue durante su periodo donde desde las políticas público-estatales se promovió y construyó un sujeto joven al que movilizó: desde la Ley de Centros de Estudiantes al voto joven. Los jóvenes de hoy no vivieron la Dictadura, el menemismo ni el 2001. No ven valor en algo que no perdieron, o en aspiraciones que no tuvieron. Pensar históricamente ayuda. Pero eso no implica cargar a la juventud de reproches.
Los jóvenes de hoy son otros, con experiencias diferentes a los traumas que le dieron forma a nuestra agenda de los +40. Pero la identidad que dio forma a conciencias de una época donde la democracia, la justicia social o la lucha tenían (tienen) sentido, las nuevas generaciones viven sus propias experiencias y subjetividades, que más que reprochar por qué no adhieren a las nuestras habría que buscar la respuesta a porque adhieren a las antagonistas, luego de vivencias marcadas por la precarización, la desilusión política y el cansancio de una implosión social que no termina de tocar fondo. El paso de cuestionar la representación política a cuestionar la democracia se está haciendo cada vez más corto. Pero este apoyo no aparece como antipolítica sino antipoliticos: en el 2001 fue lucha y que se vayan todos. Hoy tiene un programa de rechazo al Estado, a la redistribución del ingreso, al feminismo y a los Derechos Humanos. Y en segmentos de la juventud se expresa en ideas contra el aborto, la ESI, en síntesis, contra la agenda de derechos y reconocimientos. Incrementado por un consumo de redes que se vio exacerbado en la pandemia, vía influencers de derecha. Todas banderas antagónicas a la etapa previa. Por lo tanto, ante el avance vino la reacción.
Pero esos avances, de la “primera ola”, fueron limitados al no cambiar la estructura productiva ni las relaciones de poder, dejaron a muchos y muchas afuera. Se bajó la pobreza, pero siguió en márgenes altísimos. Y en la juventud habitan conciencias del posfordismo, de un país arrasado por la dependencia, donde no se necesita consumidores para sostener la acumulación de capital. Donde los cambios técnicos amenazan la necesidad de mano de obra. Para muchos y muchas no hay Convenio Colectivo de Trabajo que defender porque trabajan en la precariedad, se sienten desprotegidos. Al mismo tiempo, como afirma Eric Sadin, la subjetividad juega un papel crucial ya que se percibe un resentimiento personal aislado y extremo a gran escala de individuos desposeídos con ilusión de autonomía. Son la generación de la decepción, del alejamiento de la política que le dio forma al ciclo anterior. Ahí radica lo desconcertante.
Al mismo tiempo, nuevamente no todo es tan lineal. En los últimos años el movimiento más revitalizado de las juventudes y que rompió barreras para sumar a miles o millones fue la marea verde, cada marcha se veían mochilas con pañuelos verdes sumarse espontáneamente, esto aportó triunfos importantes para el movimiento y una renovada agenda de demandas y debates teóricos, y tuvo un componente principalmente juvenil. El gran ausente de este periodo es el movimiento estudiantil universitario. Motor de grandes luchas en nuestra historia en los últimos años sufrió un retroceso en su presencia política en las calles. Las fuerzas de las izquierdas perdieron peso luego del auge pos 2001 frente a la reinstitucionalición: ganando nuevamente peso el radicalismo y el peronismo.
La oportunidad en tiempos de futuros próximos la tienen los movimientos populares y las izquierdas, y en particular, para quienes aspiran a que la juventud cumpla un rol de vanguardia. La propia resistencia y el enfrentar los problemas, acciona la territorialidad de la política: sea en un gremio, fabrica, barrio, escuela, etc. y son esas fuerzas las encabezan las luchas, ponen el cuerpo y crecen. El terreno de la lucha no es para los libertarios de tiktok.
LA REGIÓN SI, EL MUNDO NO
La crisis económica mundial es profunda y la guerra en Ucrania la intensificó. El mundo entró en una etapa de bajo crecimiento luego de que la locomotora China entre en un ritmo ralentizado con respecto a la etapa anterior, dos hechos que sucumbieron al capitalismo que se formó luego de la caída del Muro: primero la crisis del 2008 y, luego, la pandemia funcionó como catalizador de tendencias de crisis en las formas de acumulación y las lógicas de generación de valor y de reproducción social. Todo enmarcado en una época de transición histórico-espacial de la hegemonía mundial: de occidente a oriente. Con un declive geopolítico relativo de Estados Unidos, y del otro lado, una potencia que aspira a ser hegemónica en ascenso: China. Una época de reconfiguración de la distribución del poder y las riquezas en el mundo. En este contexto los gobiernos populares de América Latina de la “segunda ola” se ven en serias dificultades para sostener medidas estatales redistributivas como en la “primera ola”, ya que necesitan que las formas de acumulación capitalista funcionen en sus países y en medio de esta crisis mundial, guerra y disputa comercial, esto se ve dificultado. Necesitan del alza de precios para sostener el superávit fiscal. Para lograrlo hay que patear el tablero, es decir tocar los intereses de los sectores concentrados, sino el horizonte de lo posible es el extractivismo: los salvadores de la patria serán Vaca Muerta y el gasoducto, el Litio, las offshore, y la cosecha record del monocultivo con las lluvias prodigiosas del año que viene. Ni siquiera un extractivismo redistributivo sino para juntar dólares para el fondo. Una salida, empujar una acumulación virtuosa, aprovechando nuestros bienes comunes, con control popular en el horizonte de planificar en base a las necesidades sociales y promoviendo la integración regional latinoamericana como forma de disputa autónoma.
SALIR DEL BUCLE
A 40 años del retorno de la democracia, revitalizar la denuncia e investigación de uno de los hechos más antidemocráticos de este periodo, el endeudamiento perpetrado por la administración de Macri y el FMI, sin ello no hay democracia posible. Tal vez este aniversario nos dé pie para discutir, una democracia de la gestión popular de la propiedad común, de la distribución del ingreso y de la justicia social que plantee desafíos en torno a combatir la desigualdad y la soberanía nacional, con más democracia, otro tipo de democracia.
Discusiones en torno a temas programáticos deberán sustituir en esta contienda electoral la escasa dosis de “carisma” de las figuras a votar. Tal vez, esa desintegración de liderazgos deba ser reemplazada por la discusión de temas: los recursos naturales atados a las leyes de federalización menemistas que obturan la soberanía, una trasformación de la educación, democracia participativa, Estado Social. Dar la lucha anticapitalista como condición principal, discutir que los beneficios de la automatización creciente sean para la clase obrera, reducción de las horas de trabajo, renta universal en clave socialista y no neoliberal, cuestionar las formas de producir y reproducir, donde el cuidado de la vida sea el horizonte. Ampliando los márgenes integrando la condición dependiente y la lucha por la soberanía y el control popular a través del Estado de los bienes comunes y estratégicos, con la agenda feminista, del ambientalismo y el antirracismo. Construir una unidad programática que sea una unidad de cuerpos en las calles y en la política. Integrar la dispersión de fuerzas. Pero para integrar debemos revitalizar los espacios de base, de encuentro real, de debates y diálogos, de luchas y experiencias. De calles, clubes, fabricas, facultades, campos, territorializar la política. Solo lo diferente se puede unir y lo disperso agrupar. La excepcionalidad de la participación activa masiva de épocas anteriores choca con periodos donde el cansancio y el hartazgo se mete hacia adentro, en las casas o en los cuerpos, cuerpos cansados. Combinación de furia y resignación. Para que esa furia no sea terreno fértil para salidas reaccionarias, es clave que estemos ahí. Para que haya futuro, hay que creer, volver a creer porque como afirmó Mariátegui “La fuerza de los revolucionarios no descansa en su ciencia, sino en su creencia, su pasión, su deseo. (…) La emoción revolucionaria es una emoción religiosa. Las motivaciones religiosas se han mudado del cielo a la tierra. No son más divinas sino humanas y sociales”.