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Belgrano, Vicentin, Punta Quebracho y la cueva de Dark

Por Germán Mangione* (@germanboti)

Este mes de junio se estrena en Netflix (o se estrenó, según cuando lea la nota) la tercera temporada de la serie alemana Dark. La serie tiene una trama compleja y oscura, casi tanto como el caso Vicentin podría decir, pero me estaría desviando de la comparación central que me lleva a escribir estas líneas.

Dark tiene como eje central una cueva en medio del bosque en donde a partir de un fenómeno físico nuclear se entrelazan pasado, presente y futuro. Al entrar allí los protagonistas de la serie alemana pueden viajar en el tiempo. Algo similar pasa, pero como fenómeno político, en torno a las discusiones políticas y económicas que se viven en Argentina en este ya extraño y pandémico mes de junio.

Mientras en el presente se desarrolla un debate en varios planos en torno a la intervención, y posible expropiación estatal, de la empresa agroexportadora Vicentín, es en este mismo mes de junio pero hace 200 años cuando moría en la absoluta pobreza Manuel Belgrano. Junio, también, alberga una de las efemérides más importantes y a la vez más olvidadas de la conformación de lo que hoy conocemos como República Argentina: la Batalla de Punta Quebracho, ocurrida un 4 de junio de hace exactamente 174 años.

A esta altura del texto, usted como lector/a tiene todo el derecho del mundo a preguntarse y preguntarme, incluso en tono inquisitivo, que tienen que ver (además de haber sucedido en junio, como suceden tantas cosas) Vicentín, Belgrano y la Batalla de Punta Quebracho. No desespere, que de eso se trata el desarrollo que podrá leer a continuación.

Cuando pensamos todos los eventos en clave de vórtices políticos constituyentes de nuestra personalidad patria empezamos a ver un fenómeno que los une más allá de su temporalidad. Y la duda se cristaliza más férreamente en torno a lo siguiente. ¿O el General Manuel Belgrano y el General Lucio Norberto Mansilla eran hombres muy modernos adelantados a su época, o estamos discutiendo lo mismo desde hace 200 años? ¿O un poco las dos cosas?

Manuel, el moderno

La historia liberal, impedida de encontrarle manchas, se ha ocupado insistentemente de vaciar de contenido el legado de Manuel Belgrano. En la versión Billiken del revolucionario su único mérito parece haber sido mirar al cielo y encontrar allí los colores del pabellón de la patria naciente.

El “olvido” suele centrarse en su legado económico y político. Legado primero ejercido desde el periodismo y luego en la vida política y militar del nobel país. Aquel olvido voluntario tiene su razón de ser en la potencia de sus propuestas vinculadas a las mejores ideas de la iluminación europea imbuida de la revolución francesa, así como de las más modernas teorías económicas provenientes de los primeros desarrollos estadounidenses.

El industrialismo de Belgrano, enfrentado a la idea de condenar a nuestras naciones a ser meras proveedoras de materias primas de las metrópolis del mundo, es un ejemplo de ese rictus de ideas, que tiene uno de sus mayores alegatos en la Memoria presentada al Consulado en el que prestaba servicio en 1802 en la que hablando sobre el establecimiento de fábricas de curtiembre en el Virreinato afirma:

“Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a manufacturarse y todo su empeño es conseguir no sólo darles nueva forma, sino aun extraer del extranjero productos para ejecutar los mismos y después venderlos. Nadie ignora que la transformación que se da a la materia prima, le da un valor excedente al que tiene aquella en bruto, el cual puede quedar en poder de la Nación que la manufactura y mantener a las infinitas clases del Estado, lo que no se conseguirá si nos contentamos con vender, cambiar o permutar las materias primeras por las manufacturadas”

Mayor potencialidad política y actualidad tienen por ejemplo sus conceptos sobre los monopolios comerciales.

“Yo espero que por aclamación se adopte el pensamiento para evitar los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan”, afirma un joven Belgrano apasionado por el estudio económico pero centralmente por su aplicación en la construcción de la nueva nación.

Belgrano fue también, uno de los primeros, sino el primero, que en la región empieza a esbozar ideas vinculadas a una verdadera Reforma Agraria basada en la expropiación de las tierras ociosas de los grandes propietarios para dar lugar a quienes necesitaban trabajarlas.

 “Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades ( …) que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen  ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley, motivo porque no adelantan …”

Una idea tan moderna que sigue asustando hoy a cualquier legislador liberal que no dudaría en compararlo con Chávez, Maduro o el mismísimo Lucifer.

Mansilla y la cruz de Cargill

A mediados del 1800, Rosas comandaba la Confederación Argentina y en nuestros territorios los ingleses ya habían probado hacía unos años el valor y el aceite hirviendo de los porteños. No era momento para intervenciones militares, pero la presión de los comerciantes ingleses y brasileros se hacía sentir. Querían navegar libremente nuestros ríos para poder hacer negocios.

“El duque de Richmond presenta una petición de los banqueros, mercaderes y tratantes de Liverpool, solicitando la adopción de medidas para conseguir la libre navegación en el Río de la Plata […] El conde de Aberdeen (jefe del gobierno) dijo que se sentiría muy feliz contribuyendo por cualquier medio a su alcance a la libertad de la navegación en el Río de la Plata, o de cualquier otro río del mundo, a fin de facilitar y extender el comercio británico. Pero no era asunto tan fácil abrir lo que allí habían cerrado las autoridades legales. Este país (la Argentina) se encuentra en la actualidad preocupado en el esfuerzo de restaurar la paz en el Río de la Plata […]; perderíamos más de lo que posiblemente podríamos ganar, si al tratar con este Estado, nos apartáramos de los principios de la justicia. Pueden estar equivocados en su política comercial y pueden obstinarse siguiendo un sistema que nosotros podríamos creer impertinente e injurioso […], pero estamos obligados a respetar los derechos de las naciones independientes, sean débiles, sean fuertes”. 

En el Parlamento británico se debatía en estos términos el pedido de algunos comerciantes para intervenir militarmente la región y proteger sus intereses:

Mientras tanto en nuestras tierras el canciller rosista Felipe Arana decía ante la Legislatura: “¿Con qué título la Inglaterra y la Francia vienen a imponer restricciones al derecho eminente de la Confederación Argentina de reglamentar la navegación de sus ríos interiores? ¿Y cuál es la ley general de las naciones ante la cual deben callar los derechos del poder soberano del Estado, cuyos territorios cruzan las aguas de estos ríos? ¿Y que la opinión de los abogados de Inglaterra, aunque sean los de la Corona, se sobrepondrá a la voluntad y las prerrogativas de una nación que ha jurado no depender de ningún poder extraño? Pero los argentinos no han de pasar por estas demasías; tienen la conciencia de sus derechos y ceden a ninguna pretensión indiscreta. El general Rosas les ha enseñado prácticamente que pueden desbaratar las tramas de sus enemigos por más poderosos que sean. Nuestro Código internacional es muy corto. Paz y amistad con los que nos respetan, y la guerra a muerte a los que se atreven a insultarlo»

Es que la flota anglofrancesa pretendía ejercer la libre navegación de los ríos interiores de la Argentina, y para eso organizó una expedición.

El primer capítulo de aquella disputa es el que se da en el marco de la Batalla de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre, fecha en la conmemoramos nuestro día de la soberanía, y sin embargo tuvo como resultado el paso de la flota más poderosa del mundo por nuestros ríos, con la derrota del ejercito patrio, hacía Corrientes y Paraguay. No obstante, el resultado comercial de la campaña fue muy escaso, debido a la pobreza y falta de efectivo que encontraron en sus destinos.

La vuelta de aquella expedición fue más complicada para los extranjeros navegantes. Las tropas de Rosas, al mando de Lucio Norberto Mansilla, interceptaron un 4 de junio de 1846 (en lo que hoy es Puerto San Martín) a la flota anglo-francesa compuesta por 22 barcos de guerra y 92 buques mercantes y le ocasionaron grandes destrozos.

Dos mercantes se hundieron, otros cuatro fueron incendiados para que no cayeran en manos argentinas, y los vapores de guerra Harpy y Gorgon resultaron seriamente dañados. Cabe resaltar el hecho de que la escuadra que acompañaba a los mercantes estaba constituida por modernas naves blindadas, con torretas giratorias y cohetes Congreve. Los invasores nunca repetirían el intento, por lo menos en formato militar.

Fue también en junio, mas precisamente el día 4 de 1939, que se colocó en el lugar una cruz de quebracho, en conmemoración a aquella batalla que aparece secundariza en nuestra historiografía pero que sin dudas fue fundamental para nuestra soberanía naciente.

Muchos años después, casi como una burla de la historia, la empresa estadounidense agroexportadora Cargill, uno de los voraces buitres que sobrevuela la moribunda empresa del norte santafesino hoy en diputa, compró el predio por lo que la cruz tuvo que ser desplazada a dos kilómetros de distancia de su emplazamiento original.

Vicentin y después

Intentar entender la política, los debates, las reacciones y los posicionamientos políticos suscitados en este presente (en este junio 2020), luego del anuncio presidencial sobre la intervención a la sexta agroexportadora del país, sin mirar y revisar aquellos debates del pasado es casi tan imposible como intentar comprenderlo ceñidos solo al problema financiero de una empresa.

A poco de andar el conflicto por la posible estatización de Vicentin puso de manifiesto que lo que está en discusión, después de décadas, son los nudos gordianos de la estructura económica argentina. ¿No será mucho, maestro? No, la cosa va por ahí. Principalmente porque se ponen estas cuestiones sobre la mesa después de un largo periodo de ocultamiento y oscuridad.

Como si fuese en el oscuro interior de la cueva de la serie Dark, la intervención de junio abrió una puertita de luz para espiar el punto de encuentro entre el pasado y el presente de los problemas centrales del país.

La dependencia económica y monetaria, el control de nuestros ríos y puertos, la ausencia de una marina mercante nacional, la presencia y el poder de las grandes potencias en nuestro territorio y el control del comercio, la sociedad con los dueños de la tierra y el rol de productores de materias primas que nos otorgan las metrópolis se mezclan en un tiempo indefinido que no deja de volver.

“La eventual participación del Estado nacional en el sector no es necesaria ni conveniente, con el claro potencial de distorsionar y afectar una industria pujante”, afirma el comunicado público de la Cámara de Industrias Aceiteras de la República Argentina y la Cámara de Exportadores de Cereales.

Estas entidades, que sin mucha vuelta aseguran que el estado no debe participar en el comercio de granos, representan ni más ni menos que al puñado de 10 empresas (7 de las cuales son multinacionales) que controlan el 90% de la agroexportación en nuestro país.

Así como en aquel junio de hace 175 años el duque de Richmond presentaba una petición de los banqueros, mercaderes y tratantes de Liverpool, solicitando la adopción de medidas para conseguir la libre navegación en el Río de la Plata, hoy en este junio de 2020 Cofco (China), Cargill y Bunge (EEUU) o Dreyfus (Francia), entre otros, exigen que el estado se mantenga al margen del complejo agroexportadorque implica el 47% de todas las exportaciones nacionales y tiene el control de 1 de cada 2 dólares que ingresan al país y por lo tanto casi el control de nuestra moneda.

Sin importar el destino de los miles de trabajadores que dependen del grupo Vicentín, los monopolios de los que nos advertía Belgrano “desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase productiva” y exigen que la empresa siga el concurso preventivo de acreedores, que tiene como destino más probable la quiebra y su posible desmembramiento o absorción por parte de estos mismos monopolios, y como vimos cuando avanzaron en ese camino en la región (Glencore en la compra de ArZinc), los trabajadores fueron material de descarte.

Mientras tanto los grandes dueños de la tierra, los socios fundamentales de la dependencia productiva, esa que nos relega a único destino posible de la producción de materias primas, diría Belgrano, de commodities dirá un técnico de la Bolsa de Comercio de Rosario, también hacen escuchar su voz en defensa de un supuesto ataque a la propiedad privada.

Desde las entidades de la otrora mesa de enlace agitan banderazos y bocinazos contra la intervención del estado en el comercio de granos. Utilizando las mismas banderas que Belgrano creo para unir a la patria.

Unirla con un fin, la de correr del escenario a aquellos que se negaban a que hagamos como las “naciones cultas que se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a manufacturarse y todo su empeño es conseguirlo”.

Son esas mismas 10 empresas, entre las que se encuentra Vicentin, que tienen planes para nuestro río Paraná y toda la Hidrovía que el año que viene (quien te dice que no sean en junio también) debe renovar su concesión hoy en manos de la empresa Belga Ja de Nul.

El mismo rio en el que Mansilla y un puñado de valientes vencieron a la flota de las dos potencias más grande del mundo en aquel momento, es testigo hoy de como China y EEUU a través de sus empresas asentadas en nuestra región definen en un estudio privado las condiciones para la re concesión de la Hidrovia.

Como en la serie de Netflix, el pasado y el presente van y vienen en este junio, y nos confunden hasta el punto de que cuesta saber cuándo empezó, si volvió a empezar o si nunca terminó.

Pero tanto en la serie como en la política nacional de todos los vórtices que convergen hay uno que es central, el futuro.  Como cualquier serie, para pasar de la mejor manera de capítulo, no nos podemos dar el lujo de no ver que esto ya pasó, que sigue pasando, pero esta vez podemos hacer que termine el ciclo y pasar a otra historia.

Es que ese capítulo, el del futuro, será imposible verlo, transitarlo o disfrutarlo en un proyecto colectivo de desarrollo si no damos hoy la batalla.

*Germán Mangione es periodista, co editor de Revista Lanzallamas

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