Por Joaquín Torres
Internet se ha constituido en nuestro espacio digital diario. Pero no carece de materialidad. Una extensa infraestructura física es la base de sus conexiones globales para garantizar la interacción entre trabajadores, consumidores y empresas.
Como a quien le gusta apelar al despertar de la curiosidad de su interlocutor, el siguiente texto comienza con la clásica pregunta “¿Sabías que?” ¿Sabías que el 98% de la información que se genera en internet en el mundo viaja por rutas submarinas? Sí, nuestro planeta está enlazado entre los distintos continentes por cientos de cables submarinos que permiten la comunicación a través de internet. Nuestro sentido común nos lleva a imaginar en una primera respuesta, que dado al desarrollo de las tecnologías de Wi-Fi y la comunicación satelital, internet se encuentra viajando “libre” por el aire. Pero no es tan así. Las conexiones inalámbricas funcionan a nivel local. La información que generamos al conectarnos a internet desde nuestro dispositivo móvil o computadora viaja en un primer momento por ondas de radio hacia un router o antena celular más cercana instalada por nuestro proveedor de servicios de internet. A partir de allí, toca tierra para incorporarse a la primera vía de cableado extendido hasta algún servidor de datos, para luego dirigirse a una estación de amarre a orillas del mar, desde donde va a comenzar su viaje submarino de miles de kilómetros a través de los océanos para integrarse a la red mundial del tráfico de datos. Así, se ha ido construyendo bajo los océanos una creciente infraestructura submarina compuesta por autopistas que transportan miles de millones de datos, casi a la velocidad de la luz, a través de cables de fibra óptica para hacer posible el funcionamiento de internet.
DESENTRAÑAR LA INMATERIALIDAD DE INTERNET
Las conexiones a través de cables submarinos comenzaron en el siglo XIX, en aquel entonces para permitir la comunicación por medio del telégrafo. En 1858 se realizó el primer tendido de estos cables que cruzó un océano para conectar el Reino Unido con Canadá y EE. UU. Hasta la Primera Guerra mundial fue el Imperio Británico la potencia que lideró la expansión de esta infraestructura para comunicar los vastos territorios que, por la fuerza, invadía y colonizaba. A su vez, todos los países industrializados desplegaron sus propias redes regionales. Durante las dos guerras mundiales los cables submarinos se convirtieron en objetivos militares de las flotas navales beligerantes para interrumpir las comunicaciones enemigas.
Hacia el año 1956 se realizó la primera conexión transoceánica con un cable submarino telefónico que unió Europa con Norteamérica. Estos cables fueron el antecedente directo de los modernos cables de fibra óptica que comenzaron a instalarse hacia fines de la década de 1980 para desarrollar las conexiones de internet. A partir de los años 90s, se conformaron grandes consorcios de empresas de telecomunicaciones que invirtieron en la instalación de dichos cables, basando su modelo económico en la oferta del servicio de conectividad de internet a usuarios particulares y a las emergentes plataformas digitales. Sin embargo, un cambio comenzó a gestarse durante la última década.
Un grupo de plataformas, las denominadas “gigantes tecnológicos”, logró una posición dominante dentro del mercado desarrollado por el capitalismo digital y se han embarcado en la obra de tender sus propios cables submarinos. Estas compañías oligopólicas son Microsoft, Google, Meta y Amazon. Con este cambio, integran en su dominio tanto la infraestructura digital que conforman las plataformas como la infraestructura física del transporte de datos, que es la base de su funcionamiento junto con los grandes centros de datos (big data centers). Por otro lado, desde el 2020 se ha manifestado el ingreso con firmeza a esta competencia de compañías estatales chinas como China Telecom, China Mobile y China Unicom.
Así llegamos a la actualidad en la que existen 486 cables de fibra óptica submarinos en funcionamiento o en su etapa de ejecución, llegando en total a más de 1,3 millones de km. de extensión. Es una verdadera red de autopistas submarinas por la cual viajan datos digitales a altísima velocidad, con una capacidad que alcanzan los 230 Terabites por segundo (Tbps) en los casos de cables de última generación. Esta inmensa infraestructura que descansa en el fondo de los océanos hace posible las interconexiones constantes entre empresas, trabajadores, usuarios y consumidores que mueven el mercado mundial, y a su vez con los Estados que buscan de alguna forma controlar este flujo.
LAS VENAS DE LA GEOPOLÍTICA
Al navegar por las aguas de esta temática podemos reconocer tres grandes cuestiones que hacen al interés de un debate público y abierto. Nos acercamos a la primera, es fácil detectarla al observar el mapa mundial de estas autopistas submarinas, ya que se relaciona con el campo de la geopolítica.[1] Casi todas las conexiones interregionales o transoceánicas tienen un centro de envío y recepción de datos con base en alguna potencia tecnológica o entre países desarrollados. Así, para nuestra región podemos ver que la mayor parte del transporte de datos tiene un control desde la costa este de EE. UU., con un total de 21 cables de fibra óptica que parten desde allí y conectan directamente tanto con México, Centroamérica, el caribe, o Sudamérica. Un cable en particular instalado en el 2001, llamado South América1, el más extenso en la región, con base en el estado de Florida, conecta a casi todos los países desde Guatemala hasta el Conosur, propiedad de la empresa Telxius (subsidiaria de Telefónica). Al mismo tiempo, se puede observar que tan solo 2 cables nos conectan con África, que es nuestro continente más próximo. Una de las razones de esta situación radica en que EE. UU. es el país donde se creó internet y por lo tanto ha logrado desarrollar una gran supremacía tecnológica en el hemisferio occidental, debido a su capacidad económica y, a su vez, por ser un área considerada de seguridad nacional en su política de Estado. Por otro lado, si observamos la situación de África encontramos que la mayor parte de sus cables tienen base en países desarrollados de la Unión Europea y el Reino Unido. Los históricos lazos de dependencia económica y política se refuerzan en el capitalismo digital.
Para ubicar la importancia de esta infraestructura, en un trabajo publicado en la revista francesa Études, la investigadora Cemille Morell comenta que son parte de la espina dorsal de la economía mundial: “Dos grandes avances marítimos son la causa de la globalización: el contenedor y las redes numéricas submarinas. Estos instrumentos complementarios han hecho posible la puesta en marcha de un nuevo modelo económico, basado en la subcontratación y desintegración del proceso de producción. Si el buque de carga permite transportar, a menor costo, el conjunto de piezas o “bloques existentes” a través del mundo entero para ensamblarlos, el cable submarino asegura la unión entre los actores y la dirección a distancia del sistema –supervisión de las piezas, transmisión de instrucciones a los subcontratantes…”[2]. Asimismo, dentro de este contexto hay que situar a las transacciones financieras globales que se realizan en base a internet para efectuar la distribución y circulación de mercancías, las conexiones entre mercados bursátiles, entre bancos, o de las grandes compañías gestoras de inversiones como Black Rock. La transmisión de datos a alta velocidad, medida en nanosegundos, que estos cables de fibra óptica permiten, es fundamental para el movimiento de la riqueza financiera de billones de dólares por día en el mundo.
Ahora bien, desde la óptica de la geopolítica se manifiesta la importancia que significa para las potencias mundiales tener el control de esta infraestructura global, y para los demás Estados proteger su soberanía digital. El funcionamiento, mantenimiento y seguridad de los cables submarinos son un componente esencial de la gobernanza de la seguridad mundial actual y futura. Una cuestión difícil de resolver dado que la mayoría de estos cables no son de propiedad estatal, prácticamente sin un sistema de gobernanza o agencia internacional que los reglamente o proteja. Las firmas de telecomunicaciones controladas por Estados poseen sólo el 19% de aquellos. La propiedad legal se divide principalmente entre los diversos copropietarios bajo una arquitectura difusa de jurisdicciones y nacionalidades, así como convenciones y negociaciones internacionales de derecho del mar. La cuestión cobra aún más relevancia cuando se piensan estrategias en el plano político-militar. En los casos de hipotéticos conflictos, los cables y las estaciones de amarre de estos representan objetivos de primer orden para interrumpir totalmente las comunicaciones de un país. Recientemente esta problemática se hizo visible durante los hostiles ejercicios militares que China realizó en agosto rodeando la isla de Taiwán, luego de la visita de la presidenta de la Cámara de representantes de EE. UU., Nancy Pelosi. La isla se encuentra en una posición singular para las comunicaciones que conectan el norte de Asia y el sudeste asiático. Tres días antes de que se inicien dichas maniobras militares, un cable llamado Trans-Pacific Express que conecta a la isla con Japón, Corea del Sur, China y EE. UU., se vio dañado y fue necesario repararlo. Los barcos japoneses de la compañía encargada de su mantenimiento que se encontraban navegando hacia la zona tuvieron que suspender su misión debido a la actividad militar en el área. Esa situación llevó a que parte de las comunicaciones de Taiwán se vean interrumpidas durante días. Las autoridades del gobierno de Taiwán expresaron su preocupación y afirmaron que el internet de la isla es un asunto de seguridad nacional.[3] El caso de Taiwán, que se encuentra en una situación crítica en medio del aumento de las tensiones de las principales potencias mundiales, demuestra la vulnerabilidad de esta infraestructura.
En los casos de hipotéticos conflictos, los cables y las estaciones de amarre de estos representan objetivos de primer orden para interrumpir totalmente las comunicaciones de un país.
INFRAESTRUCTURA CRÍTICA Y VULNERABLE
Una segunda cuestión se refiere a la propiedad de estos cables, que a su vez despierta la preocupación por la propiedad de los datos que circulan por ellos. El cambio señalado más arriba sobre la decisión de las grandes plataformas tecnológicas de desplegar sus cables privados, o en algunos casos a través de consorcios entre sí o con corporaciones de telecomunicaciones, exhibe el camino hacia una mayor concentración y monopolización en el control de esta infraestructura vital del capitalismo digital. Desde el año 2017 las grandes plataformas norteamericanas han superado a las tradicionales empresas de telecomunicaciones detentando en propiedad o rentando más de la mitad del ancho de banda de internet que se transmite por estos cables submarinos.[4] Una gran diferencia entre este tipo de compañías es su modelo de negocios. Mientras las de telecomunicaciones están enfocadas en sus consumidores finales, las grandes plataformas tienen como objetivo mantener la conectividad entre sus servidores de datos que conforman sus servicios en la nube, permitiendo que la transferencia de datos funcione sin interrupciones. La denominada nube no se encuentra en los cielos, sino que yace bajo los mares y depende físicamente de la infraestructura de los cables. Los gigantes tecnológicos Google, Meta, Amazon y Microsoft se han convertido en las compañías más valiosas del mundo por sus lucrativos negocios en base al trabajo de datos. En el capitalismo avanzado del siglo XXI, los datos se han convertido en una materia prima codiciada por estas plataformas que se dedican a su extracción para procesarlos. A partir de ese trabajo se educan y dan ventaja competitiva a los algoritmos de inteligencia artificial, posibilitan la coordinación y la deslocalización de los trabajadores, permiten la optimización y la flexibilidad de los procesos productivos, posibilitan la transformación de la producción de bajo margen en servicios de alto margen, y en términos generales, el análisis de datos es generador de más datos.[5] Así, las grandes plataformas han logrado constituirse en la base digital sobre la que operan distintas industrias, mercados y trabajadores para recurrir a sus servicios.
Para contrarrestar esta arrasadora influencia norteamericana, el gobierno chino, de la mano de la “Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda” lanzó en 2015 el Proyecto de la “Ruta Digital de la Seda”, haciendo foco en la tecnología e infraestructura de Internet. Su objetivo declarado es avanzar en la construcción tanto de cables de fibra óptica que crucen las fronteras, como de cables submarinos intercontinentales para mejorar la conectividad de las comunicaciones internacionales y crear una ruta de la seda de la información.[6] Hasta el momento las compañías estatales chinas antes mencionadas han tendido 21 cables, expandiendo su influencia hacia el sudeste asiático y África. Este modelo chino de desarrollo de internet, al igual que en otras ramas de la economía se basa en una fuerte presencia de empresas dirigidas por el Estado para hacer frente a la competencia internacional.
Para el caso de Latinoamérica podemos ver que Google, por ejemplo, concretó la instalación en el 2020 de un cable propio llamado Curie para conectar EE. UU. con Chile, donde posee su mayor centro de datos de la región. Sumado a esto, recientemente se dio a conocer la noticia de la aprobación final en Argentina para que la misma compañía instale un cable bautizado con el nombre Firminia, que va a conectar EE. UU. con Praia Grande (Brasil), Punta del Este (Uruguay) y Las Toninas (Argentina). Según fuentes del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) “La mejora de conectividad internacional es considerada fundamental por cualquier industria, sea cual fuera el sector en el que se desempeña, debido a la transversalidad que las telecomunicaciones y las tecnologías de la información detentan (…) potenciará los productos de Google, como la búsqueda, Gmail y YouTube, así como a los servicios de Google Cloud…”[7]. Sin embargo, poco se habla de la propiedad o protección de datos, cuestión que debe ser central ante las negociaciones por el despliegue de esta infraestructura. Dada la importancia que han cobrado los datos extraídos de todas las actividades realizadas por usuarios particulares, empresas y gobiernos en internet, resulta primordial para los países dependientes elaborar políticas de protección de datos autónomas para la defensa de la soberanía cibernética. Por ende, surge también la necesidad del desarrollo de conexiones de cables submarinos propios, en principio regionales. En Latinoamérica son muy escasos y poco extensos los instalados por compañías estatales o de capitales locales, y no llegan a conectar más de 3 países entre sí.
resulta primordial para los países dependientes elaborar políticas de protección de datos autónomas para la defensa de la soberanía cibernética.
¿QUIÉN CONSTRUYÓ TEBAS, LA DE LAS SIETE PUERTAS?
En tercer lugar, surge la cuestión que afecta directamente a la clase trabajadora en todo el mundo. Esta infraestructura submarina de internet, junto con la instalada en tierra, ha permitido la ampliación de los mercados nacionales de trabajo a una explotación sin fronteras principalmente por parte de las grandes corporaciones tecnológicas, como también por cientos de miles de startups. A partir de una periodización esbozada por la socióloga del trabajo Ursula Huws sobre las transformaciones en el mundo laboral[8], desde la última década del siglo XX hasta la actualidad es posible identificar dos momentos en el desarrollo de estas nuevas relaciones laborales: el primero a partir del inicio del decenio de los 90s hasta la crisis del 2007-2008, caracterizado como un cambio dirigido por las políticas neoliberales. Junto con el fin de la Guerra fría que condujo a un nuevo ciclo de acumulación de capital mediante la apertura económica mundial, se abrió un proceso de desregulaciones estatales, expansión del libre intercambio de bienes y servicios, de flujos de capital, propiedad intelectual e información a través de las fronteras. Además, el neoliberalismo impulsó una ofensiva contra las organizaciones obreras, reduciendo la protección laboral y comenzó una oleada de privatizaciones sobre el sector público, que lo convirtieron en un nuevo campo de mercantilización para generar beneficios. Mientras tanto, las tecnologías de la información (TI) que habían sido desarrolladas durante las décadas de los 70s-80s, y estaban circunscritas a computadoras en ubicaciones particulares, fueron traccionadas por los capitales del sector de telecomunicaciones para expandir su uso, constituyendo las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC). En adelante las computadoras personales comenzaron a poder ser conectadas las unas con las otras y sus contenidos intercambiados tan rápido como la capacidad de la infraestructura de telecomunicaciones lo permitiera. En el año 1992 se lanzó la red informática mundial (World Wide Web) y el servicio de telefonía móvil. De este modo se fue montando el escenario que dio lugar al desarrollo de una división internacional del trabajo de la información y su procesamiento. A lo largo de los 90s creció continuamente la deslocalización y tercerización de áreas del sector servicios hacia países latinoamericanos y asiáticos, como la India, en base al empleo de trabajo flexibilizado.
Nuevas industrias y compañías comenzaron a surgir en base al uso de las TICs, fundando las “fábricas” del capitalismo digital, donde las y los trabajadores fueron concentrándose cada vez más en call centers, en amplias oficinas de programadores de software o en los centros de logística y distribución representativos del auge del comercio digital. Hacia el final de este período a mediados de los 2000, las comunicaciones digitales brotaron y se enraizaron en nuestra vida diaria como un hecho “natural”, y con ello la idea del trabajo como una actividad sin límites y virtual. Con el uso más intensivo del e-mail, al poder ser revisado en cualquier lugar, la separación entre el hogar y el trabajo, o entre el tiempo libre y las horas laborables empezó a desdibujarse, llevando a un aumento objetivo del tiempo de trabajo empleado en el sector de servicios. Tomando un cauce poco perceptible a los ojos de muchos, las reglas y costumbres del trabajo “tradicional” de carácter fordista del siglo XX se fueron disolviendo.
A lo largo de esta primera fase, desde el primer cable de internet desplegado en 1989 hasta el año 2008 se llegaron a desplegar 120 cables submarinos que ya atravesaban todos los océanos, fundando la infraestructura física de la conectividad internacional e intercontinental de internet. Creció así también la industria dedicada a su diseño, fabricación, instalación y mantenimiento, que requiere del empleo intensivo de mano de obra en todo su proceso. Todo este desarrollo productivo demuestra el interés de los capitales tecnológicos por expandir los mercados de trabajo, así como la mercantilización de nuevos servicios y productos.
Este período se vio abruptamente interrumpido por la crisis financiera mundial del 2007-2008. Aunque tuvo efectos distintos en Asia, sobre todo en China, su consecuencia más generalizada sobre la clase trabajadora mundial fue el desempleo masivo. Particularmente los jóvenes se encontraron a partir de entonces con pocas opciones y dispuestos a aceptar todo tipo de condiciones en el mercado laboral. Esta fue una generación que había crecido utilizando las novedosas redes sociales, juegos online o servicios de mensajes cortos (SMS), lo que llevó a que el uso de las TIC para todo tipo de trabajos sea una actividad y capacidad ya incorporada y aceptada de hecho. La consolidación de las plataformas como infraestructuras digitales para conectar empresas y trabajadores o comercios y clientes, sumado al explosivo uso de las aplicaciones en los teléfonos móviles, condujo a que aquellos límites antes mencionados entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre ya casi no se reconozcan en los nuevos trabajos creados por el capitalismo digital. Nos referimos a trabajos de programadores, desarrolladores de software, creadores y moderadores de contenidos, analistas de datos, trabajadores de plataformas a demanda (repartidores, profesores, conductores, enfermeros, personal de servicio doméstico, de servicio de gastronomía). Asimismo, las plataformas que superaron la crisis como Google, Facebook (Meta), Apple, Tencent, Alibaba, Amazon, Microsoft, no solo se sobrepusieron en la competencia dentro de su sector, sino que se consolidaron como las empresas más valiosas del mundo, estableciendo una nueva hegemonía en el mercado mundial. En este nuevo contexto, las y los jóvenes que entran al mercado laboral muchas veces se encuentran vinculados a través de su trabajo a alguno de estos gigantes, y al mismo tiempo en directa competencia con otros trabajadores a lo largo del globo. Sin importar donde se encuentren han sido reconstituidos como parte del ejército de reserva de trabajo mundial, del cual ansían obtener beneficios los capitalistas de dos formas distintas: la deslocalización geográfica o la migración. El poder de esta parte de la clase trabajadora para luchar por sus propias reivindicaciones se ha visto reducido dramáticamente en comparación con tiempos pasados del siglo XX, y sus vidas, en tanto trabajadores y consumidores, se han visto crecientemente moldeadas por estas corporaciones.[9]
LA FANTASIA DE LOS UNICORNIOS
El desenvolvimiento de esta situación en medio de crisis constantes ha posicionado a Latinoamérica en un lugar subordinado en el capitalismo digital y la división internacional de trabajo, como países oferentes netos de datos crudos y demandantes netos de inteligencia digital, como así también proveedores de materias primas minerales y compradores de hardware, microchips y bienes de capital de la industria 4.0. Incluso como veíamos más arriba, la infraestructura de los cables submarinos al ser producida, instalada y operada en la región por capitales extranjeros principalmente desde EE. UU., refuerza esa dependencia tecnológica y estructural.
En este contexto se han desarrollado las relaciones laborales de la economía digital en la región. El estancamiento económico en muchos países durante los últimos diez años ha generado condiciones de trabajo precario generalizado del cual las compañías tecnológicas se aprovechan para explotar. Una de las más representativas de nuestra región es Mercado Libre (MELI). Desde su fundación en 1999 ha crecido a buen ritmo y se ha posicionado como la plataforma de comercio digital más grande de América Latina, llegando a convertirse en un “unicornio” según la jerga utilizada en los mercados financieros, al superar la capitalización bursátil de los 1.000 millones de dólares. Su modelo copia al de los gigantes Amazon y Alibaba, y entra en el campo de las empresas tecnológicas porque la base de su negocio está en la extracción y procesamiento de datos de sus usuarios. Cuenta con una estructura que opera con distintos sistemas de trabajo. Las y los trabajadores de sistemas en el sector IT representan cerca de un tercio del total y perciben los salarios más altos, ya que son los más calificados por dedicarse al desarrollo del software de la compañía. Además, por encontrarse en competencia dentro del mercado global del sector, donde pueden trabajar para otras empresas internacionales que pagan altos salarios de forma remota. Por otro lado, se ubica la mayor parte de la planta de trabajo que realiza tareas manuales, por ejemplo, en los grandes centros de almacenamiento o en la logística. Aquí los salarios pagados son más bajos, aunque al mismo tiempo la empresa se presenta a sí misma como única en el sector por pagar más que otras. Sin embargo, esto lo hace con el objetivo de que los trabajadores acepten mayores presiones laborales, terminan rindiendo más por hora trabajada y no hagan huelgas. Sumado a esto estableció contratos de trabajo basados en bancos de horas en los cuales se balancean jornadas extensas con otras más reducidas, evitando el pago de horas extras. Pero hay más aún, Mercado Libre terceriza empleos en el área del servicio de entregas de productos, donde copia el modelo de uberización, contratando individuos particulares que aportan el capital tangible del medio de transporte, les paga por entrega y su trabajo es controlado por una aplicación[10].Todos estos trabajos manuales se encuentran conectados entre sí por los teléfonos celulares y dispositivos móviles que permiten coordinar las tareas y registrar los datos de todos los movimientos para lograr la mayor eficiencia del tiempo laboral, generando a su vez más imposiciones y exigencias sobre los trabajadores.
En esta trama hay que considerar otro elemento relevante. Mercado Libre es demandante de servicios en la nube, y los adquiere a través de Amazon Web Services (AWS). Es de conocimiento público por acusaciones mismo del Congreso de EE. UU. que esta compañía utiliza información de los servicios que provee para inferir (y copiar) áreas o regiones en las cuales otros negocios florecen o se aceleran. [11] Cabe preguntarnos entonces, de la mano de Mercado Libre o en competencia con esta empresa, cuáles pueden ser los objetivos de Amazon en la región. Es común escuchar y leer hoy en día que el ascenso de empresas tecnológicas como “unicornios” es un signo del desarrollo de una economía nacional. Sin embargo, para la clase trabajadora de hoy, como conjunto heterogéneo, ampliado, complejo y fragmentado de seres sociales distinto al proletariado industrial del siglo XIX y XX, representa nuevas formas de sujeción las cuales es necesario estudiar para transformarlas.
En todo el mundo, con sus particularidades regionales, ha surgido un nuevo sujeto social. Como afirma el sociólogo brasilero Ricardo Antunes, “Al contrario de la eliminación completa del trabajo por la maquinaria informacional-digital, estamos presenciando el advenimiento y la expansión monumental del nuevo proletariado de la era digital, cuyos trabajos, más o menos intermitentes, más o menos constantes, ganaron nuevo impulso con las TICs, que conectan, por los celulares, las más distintas modalidades de trabajo. Por lo tanto, en vez del fin del trabajo en la era digital, estamos vivenciando el crecimiento exponencial del nuevo proletariado de servicios, una variante global de lo que se puede denominar esclavitud digital…” [12]
POR LOS CABLES FLUYE EL VALOR
La conectividad global a través de internet ha permitido la expansión de mercados laborales y la mercantilización de nuevos bienes y servicios a niveles difíciles de imaginar hasta hace tan solo 20 años atrás. Los cables submarinos se han convertido en la espina dorsal de este sistema, pero son una infraestructura vulnerable que ya se plantea como un objetivo estratégico en los conflictos entre las potencias mundiales o con países periféricos. La cantidad de cables que ya se han instalado y los numerosos que están planificados demuestran el interés de los capitales internacionales por continuar con aquella expansión. Dadas las continuas crisis que se han sucedido en los últimos 25 años, desde la crisis de las punto.com en el 2000, luego la del 2007-2008 con su consecuente depresión económica, y la desencadenada por la pandemia del Covid, el sistema capitalista globalizado ha tenido que inventar nuevas formas de apropiarse del plustrabajo. La mercantilización de los datos en especial, como materia prima que requiere un aumento constante de trabajo para su procesamiento, y que a su vez crea nuevos campos de trabajo como el de la inteligencia artificial demuestra este proceso. Con los datos se desarrollan las plataformas y miles de aplicaciones que además de generar más datos, son la infraestructura digital y las herramientas para inventar y controlar nuevos puestos de trabajo. La economía digital se ha configurado de esta manera como un gran chaleco salvavidas para este sistema que entra en crisis cada vez más recurrentes. La clase trabajadora con su carácter más heterogéneo y complejo sigue siendo la medula ósea que crea su valor.
[1] https://submarine-cable-map-2022.telegeography.com/
[2] https://www.revue-etudes.com/article/les-cables-sous-marins-un-bien-commun-mondial-18349
[3] https://www.wsj.com/video/series/wsj-explains/how-chinas-military-drills-could-choke-off-taiwans-internet/854E2910-16D3-4265-93B0-19551CB1B3B1
[4] https://www.nytimes.com/interactive/2019/03/10/technology/internet-cables-oceans.html
[5] Srnicek, Nick. Capitalismo de Plataformas, Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2018.
[6] https://www.atlanticcouncil.org/in-depth-research-reports/report/cyber-defense-across-the-ocean-floor-the-geopolitics-of-submarine-cable-security/
[7] https://www.lanacion.com.ar/tecnologia/google-instalara-en-las-toninas-el-cable-de-internet-mas-largo-del-mundo-llegara-hasta-estados-nid08082022/
[8] Ursula Huws, Labor in the Global Digital Economy: The Cybertariat Comes of Age. Ed, Monthly Review Press, 2014. Disponible en: https://www.perlego.com/book/721067/labor-in-the-global-digital-economy-pdf.
[9] https://monthlyreview.org/2015/01/01/icapitalism-and-the-cybertariat/
[10] https://jacobinlat.com/2021/11/10/todo-lo-que-usted-siempre-quiso-saber-sobre-mercado-libre-y-nunca-se-animo-a-preguntar/
[11] https://www.iade.org.ar/noticias/copypaste-de-como-mercado-libre-llego-ser-la-empresa-mas-importante-de-america-latina
[12] Antunes, Ricardo. “O privilégio da servidão: o novo proletariado de serviços na era digital”, Pag 32. 2°. ed. – São Paulo : Boitempo, 2020.