Por Sofía Sosa*
Son diversas las miradas y reflexiones sobre qué hacer ante un femicidio en un contexto de extrema vulnerabilidad social. Sobre los efectos de orfandad en las niñas y niños ante la perdida por femicidio de su madre, por parte de su padre, aún más. Pero este relato se propone describir, reflexionar y pensar las imágenes sobre el acompañamiento como profesionales, a la lucha por justicia del movimiento de mujeres y diversidades, a instancias del juicio y la condena. Así como el lugar de la mujer en nuestra sociedad, ligado a la vulnerabilidad social en términos de opresión de género y clase social, como herramientas de análisis de nuestra actualidad dentro del campo del movimiento de mujeres.
Desde el Equipo en Emergencia, profesionales frente a la violencia y vulnerabilidad social, reconocemos nuestro origen en la asistencia psicológica a lxs hijxs de Liliana González, su madre y hermanos, ante la perdida, por femicidio, en manos de la pareja y padre biológico de lxs niñxs. Ocurrido en marzo de 2019 en el barrio Mugica, ex villa 31, Retiro, CABA. Cuyo pedido de intervención fuera realizado por la Casa de las Mujeres y diversidades Daiana del barrio, quienes efectuaban el acompañamiento a la familia materna y encabezaron también la lucha por justicia estos años.
JUSTICIA POR LILIANA
De Liliana supimos por La Casa Daiana del barrio. Supimos también por los medios, pero también por el horror de lo sucedido. Cuerpo fragmentado, despedazado. Arrojado a los perros. Desecho. Odio y ensañamiento. Supimos que Liliana sufría una silenciosa agonía de años de sometimiento y violencia. Supimos que el poder que ejerce un varón sobre el cuerpo de una mujer parece no encontrar limitaciones. Supimos que el sistema de opresión no empezó ese día, ni que hoy se va a terminar. Pero hoy supimos que es posible derribarlo hasta desnudar sus entrañas. Como cuando nuestros cuerpos se descarnan sólo para el placer y goce de sus miradas, con sus palabras, con su violencia.
“Gracias a las Mujeres guerreras que acompañaron.” Esas fueron las palabras de Lucy, la mamá de Liliana González al conocer la sentencia para el femicida: cadena perpetua. El grito fue uno solo, allí donde, jornada tras jornada, en la calle, frente a los Tribunales de la Nación y al juzgado interviniente, acompañamos mientras duró el juicio, desde la Casa de las Mujeres y diversidades Daiana, el Equipo en Emergencia, la Asamblea feminista y diversas organizaciones sociales del barrio. “No aflojemos” “Estuvimos desde el primer día” “Justicia para nuestra vecina” “Perpetua para el femicida” “Para que no vuelva a pasar.”
Las fotos de Liliana se multiplicaron, los bombos y el megáfono fueron propiedad colectiva de quien quisiera expresar la lucha que nos convocaba, pero que individualmente resonaba de un modo particular en cada una. “Sufro violencia de género.” Contó una de las mujeres allí, quien encontró entre gritos y silbatazos, el espacio de sostén necesario para expresar su sufrimiento, tantos años silenciado. Momentos privilegiados de apertura, donde, entre compañeras, se abre la posibilidad de algo cualitativamente distinto y puesto a trabajar hacia adelante, acompañando.
PROTAGONIZAR LA LUCHA
Preparar esas jornadas de lucha requirió mucho esfuerzo y organización de parte del movimiento de mujeres y diversidades del barrio. Convocar a las diversas organizaciones sociales por un lado y apoyarse en la propia organización, profundizando los debates sobre la necesidad de luchar. Abrirse al barrio, llenar de carteles y a viva voz denunciar e invitar. Es un camino en construcción que apela a la memoria de una inmensidad de luchas recorridas, tanto por las reivindicaciones propias como mujeres, así como por la lucha contra el hambre, la desocupación y precarización laboral, vivienda digna, salud y educación de sus hijxs. Reivindicaciones que tanto mujeres, diversidades y varones comparten. Por tierra, techo y trabajo.
De esta manera, las luchas colectivas van dejando aprendizajes, movimientos colectivos que promueven movimientos tendientes a ligar aquello con lo que el trauma arrasa. Movimientos instituyentes. La creación de “La Casa de las Mujeres y diversidades Daiana” en el barrio fue uno de ellos. Punto de anclaje identificatorio contra la desubjetivación de la violencia de género y la vulnerabilidad social. A su vez, La Casa lleva el nombre de Daiana Colque y la lucha por justicia frente a su femicidio en el barrio, años atrás, permitió encontrar los modos colectivos de solidaridad y justicia que se enraizaron en su origen y nominación.
LA DEUDA ES CON NOSOTRAS: DOBLE DEUDA, DOBLE OPRESION
En nuestra actualidad, tanto de pandemia como avances en la vacunación, observamos la fragilidad de un sistema mundial que muestra fisuras. Así vemos expuestas la opresión y la desigualdad entre países, entre personas y entre varones, mujeres y diversidades. Si bien los femicidios recorren el entramado social, son los cuerpos que pertenecen a lo más oprimido de nuestra sociedad, las mujeres pobres, quienes nos muestran cómo recrudece la violencia como efecto productivo del poder.
En este contexto, la deuda es con nosotras ¿Qué decimos cuando hablamos de deuda con las mujeres? Existiría una doble deuda. Por un lado, la deuda externa, aquella que nos subyuga como nación dependiente y atada a las ganancias de la usura y especulación financiera y sus organismos, como es el caso del FMI, donde Estados Unidos ejerce poder y dominio. Organismos y sistemas que se sostienen generando deudas impagables, ilegitimas y fraudulentas. Sostenedores de dependencia. Última estafa la realizada por Macri, endeudándonos a cien años para beneficio de unos pocos y generando empobrecimiento en la inmensa mayoría del pueblo.
Pero también hay otra deuda con nosotras, que es la de la historia, la del status quo, la de lo aparentemente inmodificable, la de los mandatos, la de ser una propiedad entre otras, la del sometimiento. La justicia, como parte de las instituciones que representa y sostiene al sistema en el que se basa el patriarcado, en cada fallo, en cada obstáculo, nos disciplina en cuanto al histórico lugar que nos fue y nos es asignado. Allí la profundidad y especificidad de nuestras reivindicaciones. De esta manera, la doble opresión que sufrimos las mujeres, de género y de clase, en la doble deuda se materializa.
Las “Mujeres guerreras,” finalmente, encarnarían la rebeldía y puesta a prueba de las instituciones como la justicia. Como sostenedora de una deuda que es ilegitima y fraudulenta, en cuanto a sus orígenes históricos, ya que no nos pertenece. Generando y sometiendo a mandatos de poder y opresión que culpabilizan nuestro sentir y actuar. Disciplinando a través de sus abogadxs, jueces, leyes, fallos y sistemas. Mujeres Guerreas que abren camino a lo nuevo que está por venir y que será creado con fuerza y sin temor.
* Psicóloga. Docente Facultad de Psicología UBA. Coordinadora Equipo En Emergencia, profesionales.