Por Ernesto Migone*
Hace un año, cuando Rusia definió iniciar su agresión a Ucrania, pocos imaginaron que el conflicto se extendería por más de 365 días y tendría como protagonistas a los menos pensados: las y los ucranianos determinados a defender su territorio. La invasión produjo enormes cambios políticos en el escenario mundial que ponen al mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial y de una nueva crisis económica.
La agresión rusa y la resistencia ucraniana
La madrugada del 24 de febrero de 2022 el presidente ruso Vladimir Putin anunció una “operación militar especial” en Ucrania para “desnazificar” y “desmilitarizar” el país. En el discurso de ese día cuestionó la existencia de la nación ucraniana, criticó a Lenin y los comunistas rusos por darle estatus de república autodeterminada luego del triunfo de la revolución bolchevique y desempolvó el viejo sueño zarista de Pedro el Grande de construir el imperio de “todas las rusias”.
Putin atacó con una enorme fuerza militar de más de 150 mil soldados que avanzaron sobre territorio ucraniano desde el norte, el este y el sur. Planificó ocupar la mitad oriental del país, tomar Kiev en 3 días y deponer al gobierno del presidente Volodimir Zelensky, al cual intentó asesinar con un grupo de Spetsnaz (las fuerzas especiales rusas).
A pesar del avance ruso inicial, que ocupó cerca del 40% del territorio en los primeros días, los invasores se toparon con una formidable resistencia del pueblo y del Ejército ucraniano que evitaron la caída de Kiev y las principales ciudades, con feroces combates callejeros.
La heroica resistencia ucraniana logró equilibrar el desbalance inicial de poderío militar y transformó un ataque relámpago ruso de 72 horas en una guerra que hoy cumple un año, en la que combaten cientos de miles de soldados y en la que diariamente mueren entre 300 y 800 combatientes.
A medida que se fue prolongando la lucha, los Estados Unidos y la OTAN comenzaron a enviar, de menor a mayor y según su conveniencia, ayuda militar y a imponer sanciones económicas sobre Rusia. En las últimas semanas se ha anunciado el envío de tanques de origen alemán y estadounidense para reforzar las brigadas mecanizadas ucranianas. Un par de miles de soldados movilizados de Ucrania están siendo entrenados en bases de la OTAN en Inglaterra, Alemania y Polonia para reforzar su desgastado ejército.
Entre septiembre y enero, el ejército ucraniano lanzó una contraofensiva que recuperó la mitad del territorio ocupado, liberando ciudades importantes como Jersón y Járkov. La respuesta rusa fue la movilización a Ucrania de 300 mil soldados reservistas y la anexión formal de 4 de los territorios ocupados como parte de la Federación Rusa: Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia.
El despliegue de las Fuerzas de Defensa Territorial, compuesta por hombres y mujeres del pueblo ucraniano que se suman como voluntarios, ha permitido concentrar los esfuerzos del ejército regular en los lugares más complejos del frente de batalla.
El hundimiento en abril del buque insignia de la flota rusa en el Mar Negro, el crucero Movska, demuestra que el gobierno y las fuerzas armadas ucranianas se habían preparado para resistir un posible ataque ruso.
La brutalidad de la guerra imperialista
Es necesario cuantificar las consecuencias de la invasión rusa para dimensionar la magnitud y la brutalidad de ésta. Estamos ante el mayor conflicto armado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Ante la resistencia ucraniana, el ejército de ocupación ruso ha desatado ataques criminales sobre la población, como la masacre de Bucha y los constantes ataques misilísticos sobre ciudades e infraestructura, que provocaron decenas de miles de civiles muertos, la emigración hacia países vecinos de cerca de 9 millones de ucranianos (el 20% de la población) y la migración interna de otros 7 millones.
La infraestructura energética y de servicios básicos de Ucrania ha sido destruida casi completamente en el este del país y en gran medida en el resto del territorio. Hay decenas de ciudades literalmente reducidas a escombros como Mariúpol y Bajmut. Los daños ocasionados han puesto a Ucrania al borde del colapso económico, solo aliviado relativamente con la ayuda recibida.
Las bajas militares estimadas hasta la fecha son, entre muertos, capturados y heridos, alrededor de 100 mil soldados ucranianos y 140 mil rusos. Han sido destruidos miles de vehículos blindados y tanques, decenas de aviones y cientos de piezas de artillería. Se calcula que se emplean diariamente cerca de 40 mil disparos diarios de artillería, poniendo a la industria militar (tanto rusa como de la OTAN) en crisis por la incapacidad de reponer la enorme cantidad de suministros consumidos.
Un poco de historia y contexto…
Ucrania, antes de la guerra, era un país de 42 millones de habitantes, productor de energía y cereales. Estuvo bajo la bota del zar en las épocas del imperio ruso, luego formó parte de la Unión Soviética y desde su independencia, ante la disolución de la URSS en 1991, tuvo gobiernos que en distinto grado tuvieron políticas prorusas.
En 2013 y 2014 estallaron protestas y levantamientos proeuropeos ante la decisión del presidente proruso Yanukovich de no avanzar en la integración del país a la Unión Europea. El conflicto, conocido como Euromaidán, fue escalando y los grupos especiales de la Policía ucraniana desataron una brutal represión, dejando decenas de muertos.
Finalmente, Yanukovich se vio obligado a renunciar y exiliarse en Rusia denunciando un golpe de Estado. Como resultado hubo un cambio del alineamiento internacional del país, al volcarse hacia la relación con la Unión Europea. Estos hechos dividieron el oeste y el centro de Ucrania, con mayoría proeuropea, respecto del este ucraniano que cuenta con mayoría de población rusófila y rusoparlante.
En 2014 se desató una guerra civil ante el anuncio separatista de las regiones del Este, autodenominadas Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk, apoyadas económica y militarmente por Rusia. En simultáneo, Rusia anexionó la península de Crimea donde tiene desde hace décadas su principal base naval, en la ciudad de Sebastopol.
La guerra, la disputa mundial y el impacto en la economía global
La agresión imperialista rusa sobre Ucrania aceleró la preexistente división mundial en bloques geopolíticos y agudizó enormemente las tensiones interimperialistas.
China y Rusia vienen acelerando su alianza estratégica en el plano económico, energético y militar para la disputa mundial con los Estados Unidos. Ambas potencias han avanzado, de manera desigual y no sin roces entre sí, en su influencia sobre África y América Latina. Los Estados Unidos, la principal superpotencia global, con la presidencia de Joe Biden ha reforzado la presencia e influencia de la OTAN en Europa como la alianza militar cuya principal hipótesis de conflicto es con Rusia. En la última década han incorporado a Letonia, Estonia y Lituania, y ahora se proponen sumar a Ucrania, Finlandia y Suecia para cerrar el cerco sobre el Kremlin.
Por otro lado, el imperialismo yanqui ha ido rodeando China con acuerdos políticos y militares con Taiwan, Filipinas y otros países de la región. Está en curso una escalada militar en la zona, con provocaciones como el despliegue militar chino rodeando Taiwan ante la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes yanqui o las maniobras militares estadounidenses en el mar de China.
A medida que la resistencia ucraniana fue dando duros golpes a la invasión rusa, los Estados Unidos y la OTAN (principalmente Inglaterra, Francia, Alemania y Polonia) han ido brindando “ayudas económicas y militares” a Ucrania por cerca de 50 mil millones de dólares. Intentan empantanar y desgastar a los rusos utilizando al pueblo ucraniano como carne de cañón.
Ante los golpes recibidos y las dificultades en Ucrania, Rusia agita la escalada militar y el uso de armas atómicas. Amenaza con sumar a Bielorrusia al conflicto y atacar Polonia. El mundo bordea un enfrentamiento abierto entre las potencias.
Otra consecuencia de la guerra es el aumento del precio de la energía, particularmente del petróleo y del gas, que desencadenó una ola inflacionaria mundial con especial fuerza en los países centrales de Europa. También se disparó el precio de los alimentos, siendo que Ucrania y Rusia son grandes productores de cereales, en particular de trigo, lo que desencadenó la emergencia alimentaria en muchos países de Europa, Asia y África. La posibilidad de una nueva crisis económica mundial agudiza las contradicciones entre las potencias y suma factores de guerra en un contexto de creciente belicismo.
Sobre fascismos y banderas rojas
Putin justifica el ataque con argumentos y hechos que han sido reproducidos permanentemente por propagandistas prorusos y tomados por sectores políticos, académicos y sociales que no ven otra posibilidad que aliarse con los imperialismos chino y ruso para enfrentar al imperialismo yanqui.
Por un lado, intentan justificar la invasión en la persecución del gobierno ucraniano a la población de ascendencia rusa en el Dombás, región oriental separatista prorusa en la que se libró una guerra civil desde 2014 hasta la invasión que produjo alrededor de 14 mil muertos. También afirman que el gobierno de Zelensky es fascista (algunos hasta lo acusan de nazi) por la presencia en la coalición de gobierno de grupos ultranacionalistas de derecha y fascistófilos como el Batallón de Azov y otros.
Que ha habido una política antirusa y que hay sectores ultraderechistas en el gobierno ucraniano es innegable. Lo que resulta contradictorio es que realmente se crea que un gobierno fascista como el de Putin, con componentes como el grupo Wagner y especializado en la persecución política y eliminación de opositores, esté motivado por esas razones para tomar la decisión de la intervención.
No es algo novedoso la presencia de sectores reaccionarios en la resistencia de un país dependiente agredido por una potencia imperialista, ni cambia el carácter y tipo de país. Sucedió en Irak ante la invasión yanqui, sucedió en la guerra de Malvinas, cómo en tantos otros casos.
Las Fuerzas Armadas rusas utilizan las letras Z, O y V en los uniformes, tanques y vehículos blindados para diferenciarse de los ucranianos, que poseen armamento y materiales similares, heredados de la época soviética. Son las iniciales de los distintos distritos militares rusos.
En particular la Z se ha convertido en el símbolo de la ocupación, los ucranianos la asemejan al símbolo nazi de los uniformes de las SS, la policía política hitleriana.
Al mismo tiempo se han viralizado videos de las Fuerzas de Defensa Territorial, compuestas por milicias populares, cantando en las trincheras una versión adaptada de la famosa canción antifascista italiana Bella Ciao.
Es decir que, cómo no podría ser de otra manera, en la resistencia ucraniana hay una heterogeneidad política muy grande.
Otro argumento es que es una “guerra defensiva” ante el potencial ataque de la OTAN. Otra vez las medias verdades. Cómo se afirmó anteriormente, los Estados Unidos y la OTAN dieron una política de cerco sobre Rusia y hoy brindan creciente apoyo a la resistencia ucraniana, particularmente armas e inteligencia, pero la realidad es que los muertos, la lucha y la destrucción la sufre el pueblo y la nación ucraniana.
Putin hace referencia y compara permanentemente la invasión con la guerra antifascista en la que el ejército rojo junto a sus aliados liberó al mundo del nazismo. Llegan al extremo de utilizar en el combate actual la famosa bandera roja que fue clavada en el Reichstag alemán.
Lo que queda ninguneado en cada uno de estos planteos es el derecho del pueblo ucraniano a decidir sobre su país y su propio destino.
Ernesto Migone es periodista (Egresado de TEA) y militante del PCR.