Por Federico García*
“Muere Jean-Luc Godard: el cineasta recurrió al suicidio asistido” anuncia Le Monde, el diario francés, al otro lado del globo. Noventa y un años tenía el hombre, dicen. Pero ¿Quién era Jean-Luc Godard?
Nieto de banqueros suizos, nacido en 1922, el hoy difunto francés supo ser, a partir de sus primeras películas en 1960, una referencia (por “vanguardista” o por “provocador”, según quien opine) artística y cultural para aquella parte de los pueblos que llegaron a ver alguna de sus películas en las salas de cine del mundo o por haberla descargado en alguna página de pirateo.
Este hijo de médicos franceses, lo que comúnmente acá se llamaría “clase media”, vivió de joven algunos años en la patria de sus abuelos y trabajó algún tiempo como albañil para un proyecto de represa. Vale esta aclaración y reivindicación porque en esta sociedad no se acostumbra homenajear a los hombres por haber colocado ladrillos, montado paredes o por haber pavimentado caminos (porque para las clases dominantes son tareas de segunda) sino por las obras artísticas, los artículos escritos o los discursos pronunciados.
Godard, en Suiza, hizo algunos experimentos audiovisuales. Ya de regreso en Francia y tras anotarse a estudiar etnología en la Sorbona (la universidad prestigiosa de los franceses), empezó a escribir para la revista Cahier du Cinema, junto a directores de cine que posteriormente serían conocidos como parte de la Nouvelle Vague o Nueva Ola de cine francés.
EL CINE COMO ENSAYO POLÍTICO
Con Sin Aliento (1960), Jean Luc Godard dirige su primer largometraje, película que por su forma, rompe con lo clásico del cine filmado en grandes salas de estudio y basado en viejas obras literarias, y se gana un lugar dentro del mundillo que veía sus películas. Empieza a contar la vida transcurrida en departamentos franceses de la pequeña burguesía de París, la vida de las mujeres que se ven obligadas a prostituirse (Vivir su vida, 1962) y a colaborar con la causa de la lucha de los pueblos que en el mundo peleaban por liberarse y vivir plenamente. Como así en otra época el artista plástico Pablo Picasso pintaba el Guernica denunciando al fascismo que bombardeó pueblos en España, Godard filmó, con humor y cierta soberbia intelectual, películas como El pequeño soldado (1963), donde un soldado francés escapa de su puesto negado a querer ser parte de la opresión del pueblo argelino, o Sympaty for de Devil (1968), donde además de filmar a los Rolling Stones grabando su famosa canción, muestra videos de los Panteras Negras en Estados Unidos organizándose contra el racismo, y de los estudiantes franceses en su pueblada de 1968; o Le Chinoise (1967), donde un grupo de jóvenes maoístas se reúnen a leer y discutir sobre el marxismo y la experiencia de la Revolución en China.
UN GODARD PARA EL TERCER MUNDO
En la Argentina, las clases dominantes desde la conquista de América hasta acá han tratado de instalar y amoldar una forma de ver el mundo acorde a sus intereses, donde lo local, lo autóctono, lo criollo, lo nacional, lo “bárbaro”, nuestra historia mestiza y embarrada, debe limpiarse con el detergente de los imperialismos y secarse con las luces de Europa, Estados Unidos, o de la Rusia o de China, hoy imperialistas. Por ello, cualquier escritor o cineasta del mundo de lo “avanzado” a donde habría que mirar, se hace sentir en la prensa local y tiene el peso que tiene en los planes de estudio de escuelas y universidades. Para la real academia cinematográfica, Godard significó vanguardia o un rupturista, desde el punto de vista de la “forma” (por la forma de montar los planos, el hacer aparecer en escena a quienes emplazan la cámara -revelar el dispositivo, en el lenguaje de los académicos-, por transparentar que lo que se ve es una creación y no un reflejo de lo real, etc). Sin embargo, a la memoria de quienes seguimos luchando por la revolución en un país del tercer mundo, aunque algunos pretendan enterrar o mostrar como pieza de museo o de decoración para una remera de estampado vintage, aquello que Godard filma en 1960, es justo reivindicar que el contenido de los fotogramas de esas películas, y la lucha revolucionaria que millones habían tomado en sus manos en una tercera parte del planeta, todavía siguen siendo justos, que están vivos y que en la Argentina (aunque suene como una frase armada) tienen más vigencia que nunca.
Depositamos confianza en que cineastas de estas tierras, con las formas oxigenadas de este siglo, relaten sobre el protagonismo de los movimientos sociales, los llamados Cayetanos, sobre las asambleas en los barrios, en parajes o en fábricas de barcos o de alimentos, sobre puebladas en Sri Lanka que voltean gobiernos, sobre ucranianos que rechazan con valor las tropas del imperialismo ruso, sobre las luchas rebeldes que nos alientan desde los distintos rincones del mundo. Para algunos, el olor de la flor del ceibo, la flor nacional, no tiene comparación con la fragancia de las flores de lis o de cualquier flor de los campos elíseos. Desde el punto de vista nacional, regamos todas las flores de estos campos, y no negamos las fragancias que vienen del otro lado del Atlántico, porque no todas son venenosas, algunas son aromáticas.
*Federico García es estudiante de Cine en la Universidad Nacional de La Plata.