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Menem y los noventa, el elogio a la traición

Por Matías Rodríguez Gianneo*

“Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.”

Proverbio chino

Murió el expresidente Carlos Saúl Menem. Ocurre que con la muerte se resaltan los aspectos positivos. Se escuchan afirmaciones como: “fue un hombre de la democracia”, “carismático”, sumado a los actos protocolares de gobierno. Pero estas operaciones no deben ocultar el sentido y las consecuencias trágicas de su política en sus años de gobierno, entre 1989 y 1999. En definitiva, la lucha por la memoria histórica está ligada a la lucha de los pueblos.

Menem lo hizo, pero necesitó ayuda

Una vez que pasó el huracán represivo de las dictaduras militares, América Latina y Argentina se encontraron rápidamente con un mundo sacudido por profundos cambios a nivel internacional. La caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, puso en marcha la ofensiva ideológica del “fin de la historia” y con ella el supuesto fin de las naciones, de las clases sociales y de las “utopías”. Se produce a nivel global la subsunción de toda la sociedad y la naturaleza a las lógicas del mercado y el capital.  Las ideas de transformación social dan paso al auge del individualismo. En este contexto se da el triunfo de Carlos Menem.

Menem había nacido en la localidad riojana de Anillaco en 1930. Se vinculó al peronismo y fue gobernador de su provincia en dos oportunidades. Como candidato peronista del FreJuPo, ganó las elecciones presidenciales en 1989 prometiendo “salariazo” y “revolución productiva”. Sin embargo, en sus diez años de gobierno llevó adelante un plan de desguace de la soberanía nacional. En su gobierno se llevaron adelante privatizaciones de empresas estratégicas, se triplicó el desempleo y se agudizó la desigualdad económica y social. Además, llevó adelante los indultos a los genocidas de la Dictadura, todo esto acompañado de enormes cuotas de corrupción. Rompió con la política tercermundista del peronismo para iniciar las relaciones “carnales” con Estados Unidos y el FMI. Fue uno de los principales responsable de darle continuidad a algunas de las políticas que se iniciaron en la última dictadura, y que todavía hoy tienen consecuencias en la realidad de la Argentina: desde el endeudamiento externo y la pérdida del aparato productivo nacional con la liquidación ramas enteras de la producción. Llevó adelante una política antiobrera y anti-industrialista que ubicó a nuestro país como mero receptor de importaciones de las cadenas globales de valor. Se perdió el trabajo nacional y crecieron significativamente los niveles de pobreza y desigualdad, que se fueron naturalizando en el imaginario social de allí en adelante. En campaña, enarboló banderas de corte populista que, una vez en el gobierno, dejó a un lado inmediatamente para aplicar un programa de signo opuesto.  Se impuso el modelo “neoliberal”, un giro drástico para las políticas “emblema” del peronismo que fueron reemplazadas por su antítesis.

Al mismo tiempo, fue expresión y hacedor del fenómeno social y cultural de la época. No fue sólo él, contó con la complicidad de la “patria contratista”, el capital financiero, el sindicalismo traidor, los grandes medios de comunicación y una enorme porción de la población que compró la idea del consumo y el ingreso al “primer mundo”. Según Alejandro Grimson[1], existieron condiciones político-culturales que explican el fenómeno. Entre ellas, la cercanía temporal con la Dictadura Militar que había terminado apenas seis años antes del comienzo del gobierno de Menem y que significó la desaparición física de una generación de activistas y militantes que se identificaban con causas nacionales, sociales y revolucionarias. Una gran parte de ellos fueron los delegados gremiales detenidos-desaparecidos en manos del terrorismo de Estado. Esto tuvo un impacto directo en la falta de organización y de cuadros en la resistencia contra el menemismo y el avance de sus políticas regresivas. Otra condición cultural tiene que ver con la asociación, luego de la Dictadura y Malvinas, de lo nacional con el autoritarismo. Según Grimson toda idea nacionalista, luego de 1983, se la juzgaba como antidemocrática y vinculada a lo militar. Así, con los anticuerpos bajos en relación a la defensa de lo nacional, desde un punto de vista popular, se avanzó en las “relaciones carnales” con Estados Unidos y el silencio mayoritario ante los primeros años de entrega.

También se registraron cambios en el peronismo, previos al menemismo. Luego de la derrota electoral de 1983, se culpabilizó como responsables del fracaso al ala gremial. Estas preocupaciones, luego del triunfo alfonsinista, inspiraron la formación de la corriente de “renovación peronista”, con Antonio Cafiero como uno de los principales dirigentes, que tenían como objetivo organizar un partido político con estructuras más ligadas a las visiones democráticas y al parlamentarismo. Esto implicaba el abandono de las liturgias y la disminución del peso de los sindicatos en la toma de decisiones. Menem participó, en un primer momento, pero luego convergió con la mayoría de los dirigentes sindicales y de caudillos partidarios de la provincia de Buenos Aires, liderados por Eduardo Duhalde de cara a las elecciones de 1989.

A riesgo de aventurar una hipótesis, esta “renovación”, sumada a la defensiva de la burguesía nacional y de la clase obrera golpeada por la última dictadura, produjo el debilitamiento de las clases fundantes de la experiencia policlasista del peronismo. La hegemonía política de la burguesía nacional y el movimiento obrero como “columna vertebral” había recorrido la experiencia peronista original.  Ese debilitamiento de las clases fundantes se expresó políticamente con el menemismo y su futura traición. El peronismo había cambiado a tono con la época y no en contra de ella. Los nuevos tiempos serían neoliberales, el peronismo también.

Del “uno a uno” al “que se vayan todos”

Con el plan de convertibilidad, a partir de 1991, se sostenía la ilusión de un peso un dólar, el famoso “uno a uno”, a cuenta de la quiebra nacional posterior con un endeudamiento masivo para sostener el modelo.

Se naturalizó y generalizó un horizonte cortoplacista en grandes porciones de la población trabajadora. La necesidad de salir de las crisis en lo inmediato obturó la posibilidad de pensar a largo plazo.  Esta idea tomó forma con las recurrentes crisis y la hiperinflación, como experiencias traumáticas del pasado inmediato, que actuaron como un fantasma que generó las condiciones para sentirse parte de esa ilusión: la “fiesta menemista” acompañada de viajes al exterior, la cultura del shopping y el consumo masivo, a costa de la entrega del patrimonio y el endeudamiento. Todo esto fue la base para su reelección en 1995, previo Pacto de Olivos y la Reforma Constitucional de 1993 y 1994, con la complicidad del radicalismo.  

Las consecuencias en materia económica fueron trágicas. Se acentuó notablemente la concentración productiva, comercial y financiera en manos de grandes firmas, la mayoría extranjeras, desapareciendo ramas enteras de la producción nacional, muchas de ellas correspondientes a sectores de tecnología avanzada, desde la entrega de SOMISA, a los ferrocarriles, YPF, Aerolíneas Argentinas, las cajas jubilatorias, teléfonos, entre otras. La apertura indiscriminada y masiva de artículos importados, que reemplazaban las producciones nacionales, provocó la quiebra de numerosas empresas industriales, pequeñas y medianas, en ramas tradicionales como la metalúrgica y la textil.

Las consecuencias sociales fueron profundas y graves, la desocupación castigó a una parte sustancial de la población, llegando a porcentajes nunca antes conocidos en la Argentina.  La llamada “Reforma del Estado” tuvo como objetivo poner fin al proteccionismo, desregular los mercados y reducir el tamaño del Estado. Este proceso expulsó a decenas de miles de empleados y empleadas estatales, al tiempo que las políticas de restricción presupuestaria precarizaron, aún más, la situación de la educación y la salud pública. El hambre, la desnutrición infantil y otros males consiguientes a este proceso alcanzaron niveles inéditos para la Argentina, en particular en las zonas urbanas.

En el plano laboral, se dirigió en forma explícita a eliminar o retroceder sustancialmente en materia de derechos laborales. Se introdujeron los métodos laborales basados en la precarización y “flexibilización” de las condiciones de trabajo y salariales (contratos transitorios, privatización del sistema jubilatorio, drástica reducción de indemnizaciones por accidente y por despido, etc.). En este nuevo contexto los sindicatos dejaron de ser actores centrales de las protestas y reclamos. Aparecen los excluidos y desocupados de las privatizaciones y cierres de fábricas, organizados por nuevos movimientos sociales.

Pese a las privatizaciones -que aportaron alrededor de 30.000 millones de dólares-, y pese a las reducciones acordadas por el Plan Brady, la deuda externa pública se incrementó en forma exponencial, rondando en 1997 los 100.000 millones de dólares. El gobierno de Menem subordinó casi sin mediación su política a las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones financieras.

Es en este contexto donde comienzan a surgir los primeros brotes de protesta. En diciembre de 1993 en la provincia de Santiago del Estero se da una rebelión popular de la que participan trabajadores estatales que asaltan e incendian los edificios de los tres poderes del estado provincial, así como las viviendas de varios dirigentes políticos y sindicales locales.

El llamado “santiagueñazo” ha sido considerado frecuentemente como un punto de inflexión en el proceso de luchas sociales en la Argentina en la década del noventa. A comienzos de 1994 se produjeron grandes movilizaciones de trabajadores y trabajadoras estatales en las provincias de La Rioja, Jujuy, Salta, Chaco, Tucumán y Entre Ríos. Jujuy sería, durante 1994 y 1995, el centro de importantes luchas de municipales y estatales. En 1996 y 1997 se registraron las primeras puebladas con el método de corte de ruta y “piquetes” realizados por vecinos y vecinas, en zonas como Cutral-Co y Plaza Huincul, en Neuquén, y General Mosconi y Tartagal en Salta, afectadas por el desmantelamiento de las instalaciones de la empresa YPF a raíz de su privatización. Luego se trasladará al conurbano bonaerense con centro en los cortes de ruta en La Matanza.  Al mismo tiempo, crecían las corrientes sindicales que enfrentaban al menemismo y al sindicalismo colaboracionista, como la CTA y el MTA, a las que se sumarían la Federación Agraria Argentina y la FUA que coordinaron junto a las nacientes organizaciones de desocupados (principalmente la CCC y la FTV) las Marchas Federales.

Toda esta serie de puebladas le dan forma a la coyuntura critica de diciembre del 2001. La sucesión de Menem en 1999 por el gobierno de la Alianza no cambió la situación económica ni las características generales del país antes mencionadas. Se mantuvo como rasgo económico principal: la convertibilidad.

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que culminaron con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, constituyen el punto culminante de un proceso de activación social y política en el que convergieron diversos actores movilizados y reclamos acumulados durante la década de los 90. Con los hechos de diciembre de 2001 se puso de manifiesto que la protesta social trascendía la lucha en contra del “modelo” del “menemismo” y había evolucionado hacia un generalizado cuestionamiento a la clase política en su conjunto: “que se vayan todos”.  Después de la renuncia del presidente De la Rúa, la crisis argentina inició una nueva página en su larga historia y abrió enormes desafíos para el campo popular, muchos de ellos todavía vigentes. No se puede entender a la Argentina de hoy sin un justo balance de la década del noventa.

Carlos Menem murió ocupando el cargo de Senador Nacional, con cantidad de denuncias por corrupción, que demuestran una vez más que el sistema político y judicial argentino cuida a los suyos. Que las pantallas amables, liberales y condescendientes “sensibilizadas” ante la muerte del ex presidente no tapen la historia de impunidad, entrega y traición. Los humanos somos producto de la historia, y al mismo tiempo la hacemos. En definitiva, la coyuntura ayudó, pero Menem lo hizo.

Foto: George Bush padre, junto a Carlos Menem y George W. Bush en 1995.

* Matías Rodríguez Gianneo es profesor de Historia (Universidad Nacional de Mar del Plata), docente de escuela secundaria y adultos, investiga la historia del movimiento obrero argentino. Co editor de Revista Lanzallamas.


[1] Grimson, Alejandro, ¿QUÉ ES EL PERONISMO? DE PERON A LOS KIRCHNER, EL MOVIMIENTO QUE NO DEJA DE CONMOVER LA POLÍTICA ARGENTINA, Argentina. Editorial: SIGLO XXI. 2019

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