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La felicidad es compartida

Por Facundo Arzamendia

Foto: Fernando Der Meguerditchian (@fernandoderme)

Con el pitazo del final se baja el telón de un mes de muchas emociones. Posiblemente en los próximos días comenzaremos a tomar noción de todo lo vivido. Nos emocionamos con la abuela lalalala, nos conmovió el beso de unos jóvenes sobre un semáforo, aplaudimos las declaraciones del “Dibu” respecto a las charlas con su psicólogo, se nos erizó la piel cuando Messi besó la copa con los ojos de joven enamorado, nos abrazamos con desconocidos en cada rincón del país por el solo hecho de compartir un sentimiento: nos abrazamos a la alegría compartida. 

Pero la alegría no fue sólo argentina. Partido a partido nos llegaban imágenes de fanáticos de la escaloneta en diferentes puntos del planisferio. Cientos de miles en India y Bangladesh festejaban a la par de nuestros corazones. Sin quererlo, fuimos los abanderados de una corriente antiimperialista y antiinglesa que se hizo escuchar en todo el mundo. Durante 90 minutos, miles millones en el mundo vibraron con Messi y por Messi.

La razón de ese sentimiento tiene nombre y apellido: Diego Armando Maradona. Alguna vez supo decir “Soy un tipo normal que por hacerle un gol a los ingleses, que nos mataron a los pibes en Malvinas, hoy la gente me conoce”. No solo es conocido, sino que sembró una hermandad que hoy se traduce en pasión futbolera. Maradona abrió las puertas al inicio de una comunión entre países en vía de desarrollo, países oprimidos por el mercado y las potencias mundiales. La revolución del Diego no fue levantar un fusil, la revolución siguió el recorrido de su zurda y la pelota. El fútbol fue el lazo para tejer la unidad y la identidad proletaria, política, artística. El gol como grito de liberación. No es una casualidad que en un plantel que se cuida mucho al momento de declarar, que evita realizar posicionamientos políticos frente a los micrófonos, cante de manera reiterada y sin ponerse colorados “los pibes de Malvinas que jamás me olvidaré”. El sentir nacional y malvinero siempre se ha visto de la mano con la selección argentina. 

Posiblemente hayamos vivido uno de los mundiales más geopolíticos en mucho tiempo. No solo por el hecho de que se realizó en Qatar y las denuncias a las violaciones de los DDHH que se realizaron en contra del país organizador. En la previa Amnistía Internacional denunció alrededor de 6.000 trabajadores muertos durante la construcción de los estadios.  Pero eso no fue lo único. También vivimos partidos como el de EEUU contra Irán. Vimos fuertes represiones a migrantes marroquíes en Europa cada vez que salían a festejar los triunfos de su selección. Ese primer mundo tan ofendido por los festejos argentinos frente a Países Bajos no escatimaba en reprimir las alegrías de los migrantes que habitan su territorio.

Este mundial volvió a dejar en evidencia la discriminación y la doble vara por parte de las potencias imperialistas. Como así también pudimos leer el cipayismo de periodistas criticando a Messi por no cumplir con los parámetros morales que ellos consideran correctos.  

Le pedían que cante el himno, que juegue, que haga goles, que tire el centro y que vaya a cabecear. Ahora también le reclaman que sea casto y puro. ¿Por qué no se van a reclamar esa pureza y moralidad a quienes nos saquean o estafan millones de dólares día a día?

Se publicaron supuestas analogías en las cuales buscaban puntos de encuentro entre la selección y el país. Nos quieren hacer creer que jugamos como vivimos. Si un equipo sale campeón, el país debería aprender de su ejemplo. Si un equipo queda eliminado en primera ronda, es porque somos un país inviable. Esa sociología barata no alcanza para explicar que estamos ante una nueva etapa. Ya no es la etapa del virtuosismo desperdiciado por la desorganización que transitamos años anteriores, ni tampoco la etapa canalizada por el genio heroico y rebelde. Estamos ante la mística colectiva organizada alrededor del diferente con un conjunto de trabajadores que lo potencia. Scaloni encontró el equilibrio dialéctico entre el trabajo manual y el intelectual. El esfuerzo de los Romero, Otamenti y De Paul, organizado a la par de la habilidad y la inteligencia de Messi, Fernández y Álvarez. 

Desde sectores de izquierda o del progresismo se suele pedir mayor “compromiso” a los jugadores de la selección. “Que se la jueguen”. Quienes reclaman, no están viendo la película. Se quedan encandilados con los flashes de la fotografía. Estos jugadores son tan rebeldes, tercermundistas y antiglobalización como lo pueden en relación a su origen. Estamos hablando de futbolistas profesionales criados en muchos casos en barrios humildes, con carencias y privaciones. Es difícil olvidarse de tus orígenes.

Messi tuvo la particularidad de que sus aprendizajes no fueron en torno a las privaciones o necesidades familiares. Aprendió a través de la perseverancia y el sacrificio. A simple vista, valores meritocráticos. “Si te esforzas, lo logras”. Lo que no se dice es que hubo políticas sanitarias que no le garantizaron el tratamiento que necesitaba para darle batalla a una enfermedad que no le permitía desarrollarse como debería durante su infancia. ¿Cuántos Messi´s nos estaremos perdiendo por tener un sistema de salud que no puede atender las demandas del pueblo? ¿Por qué un niño de 10 años debe irse al extranjero para realizar un tratamiento de salud que le garantice su correcto desarrollo físico? ¿Cuántos sueños están atrapados en las falencias de políticas públicas por parte del Estado?

Es fácil caer en la idealización cuando se gana, pero de algo estoy seguro. Scaloni no solo logró el equilibrio perfecto en el plantel, sino también en sus planteos. Scaloni es la síntesis de la histórica disputa dialéctica entre Bilardo y Menotti. Fuimos testigos de una selección que jugaba un futbol lirico cuando lograba imponerse ante su rival como lo fue el primer tiempo contra Francia y gran parte del partido contra Croacia, pero también podía adaptarse a las adversidades y jugar con la cabeza aunque muchas veces costó cerrar partidos que parecían ganados (Arabia Saudita, Países Bajos y la misma Francia). 

Dominando o siendo superado, este plantel nunca abandonó la intención de jugar con la belleza del fútbol y las mañas del show. Eso hizo que nos sintiéramos tan identificados. Vivimos un mundial que nos devolvió a nuestra identidad, al potrero. Este equipo no jugaba al fútbol, ellos juegan a la pelota. Un deporte mucho más argentino que ese invento inglés. 

No le pidamos al éxtasis y al triunfo lecciones morales, ni que resuelvan las grietas políticas que vive nuestra sociedad. Necesitamos mucho más que las atajadas del Dibu para bajar la inflación. Los pases de Fernández y las diagonales de Mac Allister no resolverán el hambre y las dificultades de quienes no llegamos a fin de mes. Las piruetas de Di María no son suficientes para que los funcionarios resuelvan el hambre de cientos. Esta felicidad solo sirve para ser feliz y eso no es poco. 

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