Por Matías Rodríguez Gianneo *
El rugido de la protesta derrumba el mito que intentó construir Donald Trump. Su idea de volver a la “América” de la posguerra: una nación triunfante, próspera y blanca se choca con una realidad de profundas desigualdades de clase, un racismo sostenido con cárceles y represión policial, un consumismo insatisfecho y un declive de su hegemonía-mundo. Esta bomba necesitaba un detonador: “no puedo respirar” fue la frase que hizo estallar a Estados Unidos en una ola de manifestaciones que tiene resonancia global. El caso se suma a una larga lista de violencia racial que sostiene la policía. El movimiento por los derechos civiles es un elemento central en la sociedad estadounidense y hoy parece recobrar fuerzas con identidades y agrupamientos novedosos. Pero la situación trasciende lo racial, hay síntomas de algo más.
El mundo cambió y Estados Unidos también. En el país donde el consumo fue elevado a la categoría de fuerza de primer orden. La fabricación incesante de necesidades choca con una población que se pauperiza al ritmo del declive de su poderío global. Necesidades insatisfechas, ya no sólo para las minorías sino también para un segmento de la población trabajadora blanca constituyen un elemento más para entender, en primer lugar, el triunfo de Trump en 2016, y luego, la crisis desatada.
A mediados de la década del ochenta, con las reformas neoliberales, la globalización financiera, los avances tecnológicos y la transnacionalización, las ganancias obtenidas de los países imperialistas se incrementaron fuera de sus propios países, según datos de Gabriel Merino[1], pasan de 50.000 millones de dólares a mediados de los ochenta para llegar a 500.000 millones de dólares en 2008, superando la masa de ganancias internas. En contraste, este proceso se traduce en Estados Unidos en la quiebra a 60.000 empresas, en la destrucción de cinco millones de puestos de trabajo industriales en los últimos 15 años, en la caída de la participación de los salarios sobre el PIB del 48,7% en 1980 al 42,7% en 2015. Sobre esta base se da el triunfo de Donald Trump.
Sin embargo, la relocalización-reindustrialización de Trump, con su “America First” estuvo acompañada de la superexplotación y la pauperización obrera. La puja de poder ha fracturado al bloque dominante por las diferentes estrategias y posiciones de cómo abordar la lucha por la hegemonía mundial. Agudizada por las presiones competitivas que ejerce el imperialismo Chino con su salto en la producción de ramas que antes dominaba Estados Unidos como el acero, los microchips o la informática y su mayor presencia en el comercio mundial, el avance del yuan y la infraestructura en todos los continentes. Estos enfrentamientos provocan una creciente pérdida de legitimidad de la clase dirigente.
Al mismo tiempo, Estados Unidos se ha convertido en el epicentro mundial de la pandemia, el país con más muertos por coronavirus y con millones de desempleados. El filósofo y teólogo, Cornel West sostiene “el catalizador ha sido, sin duda, el linchamiento público del hermano George Floyd. Pero los fallos son muy superiores: son los fallos que tiene la economía capitalista depredadora para satisfacer las necesidades básicas de comida, la asistencia sanitaria y la educación de calidad, trabajos salarios dignos”. En la población afroamericana el impacto del virus repite el patrón que vemos hoy en América Latina, se explica principalmente por motivos socio-económicos: la desigualdad y la pobreza. La población negra tiene mayores riesgos de contraer coronavirus por ser de las más empobrecidas, con mayores dificultades para acceder a la cobertura sanitaria por vivir en condiciones de hacinamiento. Pero una de las novedades fue la cantidad de blancos en las protestas, esto significa un salto cualitativo. Este fenómeno podría estar relacionado no sólo con el rechazo a la violencia racial, sino también a la situación económica: uno de cada cuatro trabajadores, (aproximadamente 40 millones) ha solicitado subsidios de desempleo y crecen los centros de asistencia alimentaria. La conjunción en las protestas de trabajadoras y trabajadores blancos, afroamericanos, latinos, de diferentes orígenes, muestran que el hartazgo es general. La historia y la narrativa de la construcción de la nación-imperio durante los siglos XIX y XX tuvo su propósito: borrar la discusión de las clases sociales. El racismo es funcional a la explotación de clases ya que divide a los sectores populares y de la clase obrera, pero en las protestas antirraciales de junio aparecen rasgos espontáneos de que la pujante agenda racial y de género toma aspectos relacionados a dimensiones de clase, en la confluencia de personas negras, con blancas y latinas.
Heridas que no cierran
Los sufrimientos por violencia racial son heridas abiertas, luego de ser arrancados de sus tierras africanas de Camerún, Nigeria, Senegal, el Congo o Guinea, pertenecientes a diferentes culturas y tradiciones eran esclavizados y durante siglos sufrieron la negación de sus cultos, su educación, la desarticulación familiar y los más crueles maltratos y vejaciones. Tal vez, esas heridas no cicatrizan y vuelven año a año cuando Trayvon Martin, Michael Broen, Eric Garner o George Floyd son asesinados con el mismo odio de aquellos esclavistas.
Tras la abolición de la esclavitud mediante la sanción de la 13° Enmienda de la Constitución, luego de la Guerra Civil (1861-1865), el triunfo del norte sobre el sur termina con la esclavitud, pero el racismo y la supremacía blanca persisten. Con la 14° Enmienda se afirma que “ningún Estado (…) podrá negar a persona alguna dentro de su jurisdicción la protección igualitaria de derechos”. Esta enmienda fue interpretada a favor de las fuerzas segregacionistas en el caso “Plessy contra Ferguson” de 1896, en donde Homer Plessy demandó al Estado de Louisiana por la segregación que sufría en el transporte ferroviario, el fallo inaugura la doctrina “Iguales pero separados”, podrían tener asientos separados siempre y cuando tuvieran calidades iguales. Esta doctrina dominó gran parte de las decisiones legales desde ese momento.
En 1954 la doctrina sufre un golpe con el caso “Brown contra Board of Education of Topeka” cuando la Corte falló en contra del Consejo de Educación de Topeka (Kansas) que practicaba la segregación racial en la educación. Tal vez, el contexto y los tiempos colaboraron. Finalizada la Segunda Guerra Mundial se hundían los imperios coloniales y con ellos se resquebrajaba el mito de la superioridad. En 1955 en Montgomery, Alabama, Rosa Parks fue el fermento de lo que se venía gestando. Al negarse a ceder su asiento en el transporte público a una pasajera blanca, fue detenida y llevada a juicio. Grupos de afroamericanos se organizaron para llevar adelante acciones de boycot durante el juicio, se desencadenó un enorme movimiento que recorrería las décadas del sesenta y principios de los setenta. Las diferentes estrategias al interior del movimiento afroamericano en Estados Unidos tienen larga data, los contrapuntos dividieron aguas al interior del movimiento: integracionistas, como Martín Luther King y expresiones más radicalizadas como Malcolm X o las Panteras Negras, un movimiento revolucionario socialista, le dieron forma a una época de grandes luchas que conquistaron reformas a sangre y fuego como la Ley de Derechos Civiles y la Reforma electoral.
Luego del auge de los sesenta, ya desde los años setenta, una parte considerable de la política afroamericana estaba buscando crecer por la vía de los canales institucionales y representativos. La Black Politics National Convention, en la década del setenta reunió a referentes políticos negros vinculados a expresiones muy heterogéneas, desde las posicionadas a la izquierda a los inscriptos en las estructuras del bipartidismo, que buscaban una agenda común en el ámbito institucional. En la actualidad la presión por seguir los canales institucionales es muy fuerte. Obama llama a manifestarse políticamente con el voto a Joe Biden. Al rechazo a todo lo que representa Trump, con su retórica abiertamente racista, xenófoba y de codicia capitalista, se le suma la creciente desconfianza hacia el ala liberal del Partido Demócrata, esta combinación abrió paso a nuevas expresiones y corrientes políticas que se evidencian en el fenómeno Sanders que elevó el tono a un discurso con rasgos socialistas. Lo novedoso es la aparición de una nueva generación de activistas y organizaciones que van inscribiendo un programa de demandas que abordan, además de la violencia racial, la denuncia de los encarcelamientos y las desigualdades laborales, nuevas preocupaciones como las identidades de género y sexuales. Alicia Garza cofundadora de Black Lives Matter describe a este movimiento como “una intervención ideológica y política en un mundo donde las vidas son sistemática e intencionalmente apuntadas a su eliminación. Es una afirmación de las contribuciones del pueblo negro a esta sociedad, de nuestra humanidad y de nuestra resiliencia frente a la opresión mortal”. Este movimiento surge en 2013 como un hashtag en redes sociales ante la absolución de George Zimerman el asesino del joven afroamericano Trayvon Martin. Pero aparecen otras novedosas organizaciones como la ya mencionada Black Lives Matter, Black Youth Proyect (2013), Dream Defenders (2012), BlackOUT Collective (2014), entre otras. En el mundo sorprende el nivel de activismo que se evidenció luego del asesinato de George Floyd. Ezequiel Gatto[2], en el libro Nuevo activismo negro, describe el cambio que hoy aparece como sorpresa: “luego de más de dos décadas durante las cuales la política negra pasó por carriles institucionales y electorales y por discursos predominantemente inclinados a desactivar los conflictos, es posible observar la estructuración de un nuevo activismo negro que, compuesto por una multiplicidad de organizaciones, colectivos, personalidades y movimientos, aborda y ataca el racismo valiéndose de recursos políticos acumulados pero también de innovaciones prácticas y discursivas notables”.
Semillas dentro y fuera
Frantz Fanon afirmaba en “Los condenados de la tierra” que para liberarse del colonialismo, la antigua colonia debía luchar contra sí misma. Esto podría adaptarse a una situación de luchas dentro de un país imperialista, es decir, para luchar por terminar con el racismo y las desigualdades, los movimientos populares, tendrán que cuestionar el carácter imperialista de su nación. Su nivel de vida, su desarrollo, se ha basada en el subdesarrollo de las naciones a las cuales oprimen. La afirmación de West de que existe una relación entre “las semillas de violencia que siembras fuera y dentro” conecta con las experiencias de oposición a la guerra de Vietnam dentro de Estados Unidos, esa fue la solidaridad internacional que permitió hacer retroceder al imperialismo. Escuchar esta reflexión de West, estimula a que dentro de la agenda de estos novedosos movimientos se potencia este aspecto de crítica y oposición a la política exterior norteamericana, la opresión clasista y racial se da puertas adentro y fuera, no sólo exportan capitales sino también guerras, desestabilización de procesos democráticos y políticas económicas que provocan enormes sufrimientos. En América Latina el golpe en Bolivia del año pasado y la amenaza creciente la pueblo venezolano con la flota del Comando Sur son también semillas de violencia. En Francia, una gran movilización en París y replicada luego en varias ciudades, unió el #BlackLivesMatter al repudio por el asesinato policial en 2016 de Adama Traoré, joven negro de 24 años que vivía en los suburbios parisinos. En numerosas ciudades de Europa y Estados Unidos fueron derribadas estatuas de esclavistas, en Gran Bretaña la estatua del traficante de esclavos Edward Colston o en Estados Unidos la de Cristóbal Colón. Las energías desplegadas en las rebeliones de junio, en el corazón del capitalismo mundial, despiertan esperanzas en los pueblos del mundo, son síntomas de algo más.
* Matías Rodriguez Gianneo es profesor de Historia (Universidad Nacional de Mar del Plata), docente de escuela secundaria y adultos, investiga la historia del movimiento obrero argentino. Co editor de Revista Lanzallamas.
FOTO: Agencia EFE
[1] Gabriel Esteban Merino (comp), Estados Unidos contra el mundo: Trump y la nueva geopolítica, Bs As, CLACSO, 2018.
[2] Ezequiel Gatto, Nuevo activismo negro, Bs As, Editorial Tinta Limón, 2016.