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Política Soberanía

Esa deuda eterna

Por  Tomás Paez*

Una problemática que nunca termina y un debate siempre vigente ¿Qué hacer con la deuda externa? ¿Pagar o investigar? Esta nota recorre la historia de uno de los mecanismos de la dependencia que se ha convertido en una permanente bomba de succión de nuestras riquezas y del esfuerzo productivo del pueblo argentino.

El gobierno de Alberto Fernández se encuentra en duras negociaciones frente a grandes bonistas privados en torno a la cuestión de la deuda pública, cuyo monto se incrementó gigantescamente durante la gestión macrista hasta llegar, nuevamente, a una situación de virtual default sobre el final de su mandato. La actual gestión procura obtener una drástica quita (en los intereses) y un plazo de gracia de al menos tres años en los pagos, sobre una deuda que resulta imposible de seguir afrontando, con una situación económica extremadamente frágil legada por el macrismo que posteriormente se ha agravado debido a la necesaria medida de la cuarentena.

La llamada “deuda externa” es un verdadero obstáculo para nuestro país desde hace décadas, que condiciona sistemáticamente todo el desenvolvimiento de la economía nacional y de la sociedad argentina. En realidad, se trata centralmente del problema de la deuda pública (en manos del Estado). Esta corresponde básicamente a tres tipos de acreedores: tenedores privados de bonos (fondos de inversión, individuos, etc); organismos públicos, como el Banco Central y la Anses (deuda intra sector público); y organismos internacionales, principalmente el FMI. La misma está nominada en moneda extranjera (77% del total), centralmente dólares, o en pesos; bajo legislación extranjera -con la pérdida de soberanía que ello implica- o bajo legislación nacional. La deuda pública con el sector privado puede ser con bonistas residentes en el país (deuda interna) o en el extranjero (deuda externa)[1].

Una parte de la deuda externa (con no residentes) también corresponde al sector privado local (empresas, bancos locales, etc). Si bien no es deuda del Estado nacional, su monto no deja de ser relevante, entre otros motivos, por la demanda potencial de divisas que implica para el mercado de cambios local y, en última instancia, para el Banco Central (BCRA). No menos importante, existen infames antecedentes de estatización de la misma, tanto bajo la última dictadura como por gobiernos constitucionales.

Dictadura militar y endeudamiento externo

El origen de la deuda como problemática central de la economía argentina se remonta a la dictadura instaurada en 1976. Previamente, con la restauración oligárquica impuesta por la “Fusiladora” que derrocó a Perón en 1955, la Argentina se incorporó al FMI y comenzó un ciclo de endeudamiento externo que, si bien fue gravoso en esos años, a la distancia resulta pequeño en comparación con lo ocurrido después. Entretanto, hubo períodos de contención del endeudamiento, sin apelar  al FMI, durante los gobiernos de Illia (1963-1966) y los de Perón e Isabel (1973-1976)[2]. Es luego del golpe militar de 1976 que se produce un gigantesco aumento en la deuda externa (pública y privada), que pasó de USD 7.785 M a USD 45.100 M, mientras el PIB permaneció estancado.

Durante todo ese período, la Argentina ya acusaba el crónico problema del “estrangulamiento externo”, que se fue agravando hasta el día de hoy, a la par de la profundización de la dependencia y la concentración latifundista. Se trata de la insuficiencia en el ingreso de divisas, centralmente por la vía exportadora, para hacer frente a las importaciones, la remisión de utilidades al exterior, los intereses de deuda y otras transferencias de capital, que ha derivado en recurrentes crisis de la balanza de pagos (cuentas externas). Los períodos de gran entrada de capital extranjero[3] y de endeudamiento externo sólo han pateado el problema para adelante, agravándolo en un plazo más prolongado. Frente a los episodios de crisis de las cuentas externas, la típica respuesta de política económica ha consistido en programas de ajuste clásicos, que incluyeron devaluación de la moneda nacional, suba de las tasas de interés y la consecuente caída de la demanda doméstica, a los fines de reducir las importaciones (por menor actividad industrial y consumo) y así ahorrar divisas para el pago de deuda y otras transferencias al exterior. Las versiones de ajuste “heterodoxas” también han incluido restricciones cuantitativas a las compras desde el exterior[4], así como “cepo” a la adquisición de divisas y a la remisión de utilidades.

La inversión extranjera, lejos de contribuir a la acumulación de capital interna y al desarrollo de una industria nacional asentada sobre bases que puedan ser en lo fundamental autónomas, se constituyó como un canal de permanente drenaje de fondos al exterior, agravando la situación de las cuentas externas a través de diversos canales; entre ellos, por el mayor requerimiento de importaciones de bienes de capital e insumos para el funcionamiento del aparato productivo local, y mediante la creciente remisión de beneficios al exterior, muy superiores las divisas efectivamente ingresadas originalmente.

Por su parte, los sucesivos procesos de endeudamiento generados a partir de 1976, si bien en un plazo más corto podían generar la ilusión de cierta abundancia relativa de dólares, se afianzaron como otra vía fundamental para generar una sistemática salida de recursos de nuestro país, primero financiando procesos de fuga de divisas[5], y luego mediante el pago del capital y los intereses “adeudados”. He aquí dos mecanismos centrales de la explotación y saqueo de los países dependientes como el nuestro a manos de las burguesías imperialistas, con la complicidad y subordinación de las clases dominantes locales que obtienen su tajada del botín[6].

En lo que Horacio Ciafardini denominó “la vuelta atrás”[7], la dictadura militar instaurada en 1976 puso en marcha un plan de desindustrialización que consistió en la liquidación de ramas enteras de la industria donde predominaban capitales nacionales, especialmente la pequeña y mediana empresa. De esta forma, a la profundización de la industrialización dependiente ensayada por el desarrollismo, le siguió la vía de la desindustrialización promovida por la dictadura, a la vez que procuró reinsertar plenamente a la Argentina como país agroexportador en el mercado mundial, en beneficio de la oligarquía terrateniente local. Había pasado el tiempo de la “atracción” de inversión extranjera directa del desarrollismo y se inauguraba una etapa de aceleración y consolidación de la fuga de capitales de la Argentina. El endeudamiento externo vino a jugar un rol fundamental en el financiamiento de esa fuga, es decir, proveyendo dólares para que grandes grupos económicos extrajeran sus enormes ganancias de la Argentina, adicionales a los que generaba el superávit comercial con el exterior. Quedaría en adelante la pesada carga de la deuda.

La “plata dulce”

En ese momento, el contexto externo era de una gran liquidez en los mercados financieros internacionales[8]. Cómo los países “desarrollados” registraban bajas tasas de crecimiento e inversión, esta abundancia de crédito fue canalizada hacia países como la Argentina. Es decir, la necesidad de la banca internacional de colocar los cuantiosos fondos excedentes empalmó, en el caso de nuestro país, con la complicidad de la dictadura y el proceso abierto de fuga de capitales.

Como parte de su política económica entreguista, la política económica de Videla-Viola alentó la llamada “bicicleta financiera”, gracias a tasas de interés locales que traducidas a dólares resultaban muy superiores a las vigentes a nivel internacional; y a la llamada “tablita cambiaria” (complementada luego por seguros de cambio), que garantizaba un dólar barato a futuro para la posterior fuga del país. Así, ingresaron masivamente capitales especulativos, a la vez que la “patria financiera” se endeudaba en el exterior a tasas bajas, para provechar los mayores rendimientos locales y luego sacar del país sus enormes ganancias nuevamente convertidas a dólares[9].Complementaban estas maniobras los autopréstamos de empresas extranjeras con sus casas matrices, que quedaban registrados como deuda (ficticia) del sector privado[10].

Estos grupos económicos fueron beneficiados por la estatización de la deuda externa privada perpetrada en 1982 y luego durante el gobierno de Alfonsín, constituyendo otro de los orígenes de la deuda pública argentina. Delincuencial salvataje estatal que resulta por demás contradictorio con el supuesto liberalismo económico que esos mismos sectores históricamente han propalado.

Naturalmente, este esquema de la dictadura comenzó a requerir muchos más dólares de los que entraban. Así fue que en una segunda etapa se forzó a empresas estatales como YPF a tomar créditos en dólares en el exterior, volcándolos luego al mercado libre de cambios para que pudieran ser adquiridos por quienes procuraban fugar sus ganancias. Cabe destacar que durante la mayor parte del período el saldo comercial con el exterior fue positivo, lo cual no justificaba el endeudamiento desde un punto de vista productivo. Es decir, la deuda no tuvo un origen comercial, sino financiero. La falta de registros contables suma argumentos en pos de la ilegitimidad de lo fundamental de esa deuda. Otra gran parte se utilizó para la compras ecreta de armamento destinado al intento de guerra fratricida con Chile.

Una deuda ilegítima y fraudulenta

La extensa investigación encabezada por el patriota Alejandro Olmos y el juicio promovido por él demostró que lo fundamental del endeudamiento externo iniciado durante la última dictadura era ilegitimo y fraudulento, lo cual fue confirmado por el fallo de Juez Ballestero del año 2000, que pasó a dormir en los cajones del Congreso.

El endeudamiento contraído bajo la dictadura fue reconocido e incrementado posteriormente por los sucesivos gobiernos constitucionales, que se negaron a investigarla. Pero esto no borra de ninguna manera la ilegitimidad de origen y, menos aún, las sucesivas maniobras de endeudamiento ilegítimo y fraudulento efectuadas durante la posterior etapa constitucional.

Un nuevo salto cualitativo se verificó durante el menemismo donde, dicho sea de paso, se aceptaron bonos basura como parte de pago en la entrega de las empresas estatales. Otro salto se verificó en el período macrista, que se endeudó brutalmente en los mercados voluntarios de deuda mientras disminuía impuestos a los grandes terratenientes y monopolios, y liberalizaba indiscriminadamente las importaciones; a la vez, reeditó el mecanismo de la bicicleta financiera. Finalmente, acudió al FMI como prestamista de última instancia, acordando un colosal préstamo a cambio de un severo programa de ajuste. Durante el macrismo, el grueso de los dólares provenientes del endeudamiento externo se destinó nuevamente a financiar una colosal fuga de capitales.

La deuda, bomba de succión

Estatizaciones de deudas privadas. Refinanciaciones, canjes y “megacanjes”, acumulando intereses sobre intereses. Salvataje a bancos y pesificación de gigantescas deudas en dólares de grandes empresas. Nuevas emisiones fraudulentas a tasas usurarias. Funcionarios ligados a los grandes bancos internacionales que se encontraban de los dos lados del mostrador. “Canje de monedas” del BCRA con el Banco Central de China. Ciclópeo endeudamiento con el FMI. Siempre en beneficio de los grandes usureros locales e internacionales; a menudo bajo severos condicionamientos del FMI y las potencias imperialistas, que utilizan el endeudamiento por ellos mismos promovido como herramienta de sometimiento y chantaje, para imponer políticas antipopulares y antinacionales en su disputa por nuestro país[11].

La popularmente denominada “deuda externa” ha sido una permanente bomba de succión de nuestras riquezas y del esfuerzo productivo del pueblo argentino. Esta forma parte de los tributos que paga nuestra dependiente economía al imperialismo y sus socios locales. Tributos que el pueblo argentino debe afrontar centralmente a costa de un esfuerzo exportador cada vez más dificultoso, en un mundo signado por un creciente proteccionismo de todos los países imperialistas, y de un recurrente ajuste del gasto para mejorar el resultado fiscal; de una larga depresión económica y un constante achicamiento del mercado interno; finalmente, de procesos de “endeudamiento” externo que han financiado la fuga de capitales, renovando el círculo vicioso de estancamiento prolongado y estrangulamiento externo que padece la economía argentina.

En la acuciante situación económica y social actual, no habrá salida posible a favor del pueblo y la producción nacional si se insiste en el camino de honrar esta deuda eterna, que crece y se paga a costa del hambre y el sacrificio del pueblo argentino. Cuanto más pagamos, más debemos. Un “buen acuerdo” en el mejor de los casos permitirá ganar tiempo. El único camino viable es el de suspender e investigar la deuda, a los fines de separar la parte legítima, que debe ser pagada, siempre privilegiando en primer lugar la deuda social, de la ilegítima y fraudulenta, que debe ser repudiada como corresponde a un país soberano; distinguiendo también en su tratamiento a los fondos buitres y grandes usureros, de los pequeños y medianos ahorristas, pero sin aceptar en ningún caso seguir abonando tasas usurarias.

* Tomás Paez es economista (Universidad de Buenos Aires). Integra el Grupo de Estudio de la Realidad Económica y Social (Geres)


[1]A diferencia de los países “desarrollados”, que emiten la deuda mayoritaria o totalmente en sus propias monedas a tasas muy bajas o incluso nulas, el grueso de la deuda pública argentina se encuentra nominada en moneda extranjera; moneda que obviamente nuestro país no imprime y debe conseguir, principalmente, a cambio de la exportación de bienes y servicios. Por consiguiente, está lejos de ser sólo un problema fiscal, sino que abarca también, con especial importancia, a las cuentas externas.

[2] Gastiazoro(2004).

[3]Ya sea inversión extranjera directa (predominante en los tiempos del desarrollismo) o capitales especulativos, de corto plazo (que en distintas etapas fue la forma preponderante, a partir del golpe de 1976).

[4]Estas restricciones aplicadas a los bienes de capital e insumos, al ser de carácter cortoplacista y al margen de un plan de sustitución de importaciones, muchas veces han terminado por afectar el funcionamiento del dependiente aparato productivo local, teniendo un efecto claramente recesivo.

[5] La fuga de divisas o de “capitales” refiere a la salida de divisas (comúnmente dólares) del sistema financiero local, ya sea mediante transferencias al exterior o la permanencia física en el país (en el “colchón”, cajas de seguridad, etc). En la actualidad, sobre todo en el ámbito periodístico, se utiliza usualmente el rubro “formación neta de activos externos del sector privado no financiero” (FAE) que reporta el BCRA como variable representativa de la fuga de capitales, aunque no sea estrictamente así. En realidad, una parte de la adquisición de divisas que contempla este rubro suele quedar depositada en el sistema bancario; no obstante sigue representando una fuga potencial en el futuro. Un concepto más amplio de fuga de capitales podría incluir también la remisión de utilidades al exterior. Adicionalmente, la fuga de capitales puede quedar encubierta bajo mecanismos ilícitos, como la subfacturación de exportaciones o la sobrefacturación de importaciones, métodos especialmente redituables ante la existencia de un dólar comercial inferior aotras variantes financieras o al dólar “blue”.

[6]Esto de ningún modo ocurre de forma armónica o libre de contradicciones. Los diversos sectores de las clases dominantes locales (oligarquía terrateniente y burguesía intermediaria)se alían o subordinan a distintos imperialismos, que se disputan el control económico y político de la Argentina, como parte de su lucha más amplia por el reparto de los mercados y esferas de influencia a nivel mundial. Los acuerdos o negociaciones entre los distintos imperialismos y los socios locales son transitorios, relativos; son momentos dentro de una disputa que es permanente, durante la cual la lucha económica, política y -en su grado más elevado- militar fuerzan sistemáticamente nuevos repartos de los mercados y esferas de influencia global.

[7] Ciafardini (1984).

[8]Ya abandonado el patrón oro y dinamitado el régimen de Bretton Woods que reguló el sistema monetario internacional durante la postguerra, EE.UU. inundaba el mundo de dólares para financiar su enorme déficit externo; además, la escalada de precios del petróleo en 1973 provocado por la OPEP (cartel de países exportadores de petróleo) generó los denominados petrodólares, que fueron depositados en el mercado de “eurodólares”, alimentando la abundancia de fondos prestables. Para un mayor detalle  del contexto internacional se puede consultar Rapaport (2000).

[9] Para una explicación más detallada, ver Ciafardini (1984) y Gastiazoro (2004).

[10]En un inicio, mientras la dictadura tomaba deuda y las reservas crecían, esta las colocaba en varios de los mismos bancos prestamistas del exterior a tasas mucho más bajas que el costo original del endeudamiento, lo cual redundaba en grandes beneficios para estas entidades financieras que en paralelo conservaban los dólares(Echague, 2004).

[11] Los imperialistas no sólo presionan o condicionan desde afuera; el imperialismo también es un factor interno. Sus monopolios, sus representantes (públicos o encubiertos) y sus socios locales se encuentran y predominan adentro de países los dependientes como el nuestro (Echague, 2004).


Referencias

Ciafardini, Horacio (1984), “La Argentina en el mercado mundial contemporáneo”. En “Textos sobre economía e historia (selección de trabajos”, 2002.

Echague, Carlos (2004), “Argentina: Declinación de la soberanía nacional y disputa interimperialista”. Editorial Agora.

Gastiazoro, Eugenio (2004), “Historia Argentina. Introducción al análisis económico y social, Tomo IV, de 1930 a nuestros días”. Editorial Agora.

Rapaport, Mario (2000), “Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2000).  Segunda edición, Ediciones Macchi.

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