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De cómo los “comunistas chinos” salvaron al capitalismo

Por Luciano Moretti

Durante la década del setenta una profunda recesión y aguda crisis económica sacudieron los cimientos de la economía mundo capitalista, en un contexto donde los pueblos oprimidos del mundo se alzaban en rebeliones de liberación nacional y social. La tercera parte de la humanidad vivía bajo el sistema socialista, ya sea en su versión monopolista estatal soviética o en su formulación comunal rural china. El centro del capitalismo mundial parecía al borde del colapso, sin embargo, el sistema logró salir airoso de este proceso, e incluso acrecentar su ofensiva sobre los trabajadores y los explotados del mundo. La ayuda llegaría del lugar menos esperado, de las entrañas del Partido Comunista de China. Hoy en día, el conjunto de factores que hicieron posible la supervivencia del capitalismo están agotadas, esto se refleja en la nueva ronda de inflación mundial. Con esto no profetizamos el final del capitalismo, por el contrario, estamos atravesando un nuevo cambio de época en el que se abre la posibilidad de soñar con nuevas formas de organizar la producción y la distribución de la riqueza.

EL SISTEMA CAPITALISTA Y LA TENDENCIA A LAS CRISIS

El capitalismo constituye una formación histórica única cuya principal característica es la acumulación incesante de capital. Remonta sus orígenes al siglo XVI, configurándose como una forma particular de organizar la producción y la distribución de bienes y servicios. El ascenso de la economía-mundo capitalista desde la periferia global hasta convertirse en el sistema de acumulación hegemónico mundial se basó en una serie de condiciones históricas particulares que permitieron a los productores (capitalistas) y los Estados europeos acceder a mano de obra barata, materias primas abundantes, energía y recursos materiales.

El sistema capitalista de producción tiende a la crisis. Esto fue desarrollado y explicado en la obra de Marx y Engels. Comprendieron que la dinámica de la competencia entre los capitalistas por una mayor porción del excedente (acumulación incesante de capital) conducía a una ronda de innovaciones tecnológicas que aumentaban la productividad del trabajo desplazando trabajadores. Esta reconfiguración de la relación entre capital y trabajo, en favor del primero, generaría que el volumen de producción aumentara, pero la tasa de plusvalor cayera (por el reemplazo de trabajadores por maquinaria). La caída de la tasa de empleo generaría una caída en la demanda agregada de la economía reduciendo el poder de compra de los trabajadores y agudizando la disputa entre los capitalistas por espacios de mercado. Al final, esta competencia generaría una caída de la tasa de ganancia, reduciendo la inversión y desatando una recesión económica. Las llamadas crisis de superproducción relativa. Entre las crisis económicas más “famosas” por sus consecuencias en el desarrollo del sistema podemos nombrar la crisis de 1930 que condujo a la Segunda Guerra Mundial y cuya “solución” fue el despliegue del Estado de bienestar; la de 1973 desatada por la suba del precio del petróleo y que condujo a la ofensiva neoliberal; y la crisis de 2008 cuyas consecuencias estamos atravesando hoy en día.

El sistema de acumulación y explotación capitalista se desarrolló históricamente a través de ciclos sistémicos de acumulación, siendo el último de ellos hegemonizado por los EE. UU. A la salida de la Segunda Guerra, los EE.UU. se constituyeron en la potencia económica mundial y aprovecharon esta posición para rediseñar la economía y el orden internacional. De los acuerdos de Bretton Woods nacerían las bases de este orden, estableciendo el patrón oro que permitió el predominio del dólar como moneda global, y las instituciones necesarias para mantener este nuevo orden, el FMI, el Banco Mundial y las Naciones Unidas. Mediante este sistema el comercio mundial se expandió de manera acelerada y los capitales norteamericanos (y de otras potencias aliadas) se desplegaron por el planeta garantizando su acceso a recursos naturales, energía (principalmente petróleo cuyo precio se mantuvo estable durante todo este período) y alimentos baratos, necesarios para garantizar los nuevos estándares de vida de la clase trabajadora y mantener al alza la tasa de ganancia de la economía.

A nivel interno el despliegue del Estado de Bienestar permitió consolidar un patrón de acumulación que combinaba las formas de producción masivas del fordismo con las formas de consumo masivas, mejorando la calidad de vida de las clases obreras de occidente. Este período es el que se conoce en la historia como los años dorados del capitalismo. La economía crecía, el consumo y el bienestar crecían y las crisis parecían ser algo del pasado. Estos treinta años de estabilidad sentaron las bases para el desorden económico del presente.

Para la década del sesenta, los pueblos de la periferia y la semi-periferia económica protagonizaron una serie de luchas políticas, sociales y económicas. Aquellos países que eran colonias se rebelaron contra sus metrópolis, particularmente en África y Asia. Entre ellos los más significativos fueron la India y China, por su peso demográfico y su relativo nivel de atraso económico. Esto dio lugar a un gran movimiento anti sistémico encabezado, por un lado, por las clases productivas nativas de las colonias y países dependientes (burguesías nacionales), y por otro, por un poderoso movimiento comunista global apoyado por la URSS. Producto de estas luchas, un tercio de la humanidad llegó a vivir bajo el sistema socialista, y millones de trabajadores y campesinos lograron salir de la miseria extrema a las que los había sometido el sistema imperialista colonial.

Para finales de la década, el moderno sistema mundo capitalista no podía hacer lugar a las demandas colectivas de los trabajadores del centro y de las clases trabajadoras de la periferia. La fuerza de las clases trabajadoras y los pueblos oprimidos puesta en mejorar sus condiciones de vida implicó una mayor demanda de materias primas, energía y trabajo que debía permanecer en las periferias en orden de contribuir al bienestar de sus sociedades. Esta mayor demanda generaría que los precios de los suministros que requerían las economías centrales imperialistas aumentaran. Este fenómeno, cuyo principal exponente fue el aumento de los precios del barril de petróleo, en combinación con la intensificación de la competencia global producto de la recuperación económica de Alemania y Japón, produjeron que la presión sobre la tasa de ganancia de los monopolios norteamericanos alcanzará un punto tal que desató un espiral inflacionario. En este punto se enfrentaron la capacidad de la burguesía monopolista de trasladar los costos crecientes a los precios y la fuerza de la clase obrera organizada para pelear por salarios más altos. Por primera vez el déficit de la balanza comercial de los EE.UU. llegó a tal punto que el gobierno disolvería de manera unilateral el patrón oro del dólar. Para 1980 la correlación de fuerzas parecía empatada.

Sin el acceso a materias primas y alimentos baratos, producto de la lucha de los pueblos y las clases trabajadoras del mundo, y con una clase obrera local a la ofensiva era imposible que se recuperara la tasa de ganancia. La contra-revolución en China cambiaría el balance de poder global.

EL PARTIDO COMUNISTA DE CHINA AL RESCATE

Si bien las interpretaciones más conocidas de la solución a la crisis de 1970 refieren al advenimiento del neoliberalismo, el desmantelamiento del Estado de bienestar y la globalización financiera como los mecanismos que hicieron posible recuperar la tasa de ganancia, generalmente se pasa por alto cuáles fueron las condiciones internacionales que hicieron posible el enorme asalto sobre los derechos de los trabajadores que significó el ajuste estructural monetarista. El neoliberalismo se basó en la aplicación de políticas fiscales monetaristas y en la destrucción del Estado de bienestar, la reducción de impuestos para los más ricos, la eliminación de los sindicatos, la privatización de la salud y la educación, el cierre de fábricas, la relocalización productiva y la precarización de la clase trabajadora.

Esta ofensiva de clase por parte de las burguesías de occidente contra sus clases trabajadoras sólo fue posible porque fue precedida por la derrota de la clase trabajadora en China. Veamos el contexto. Desde 1966 el Partido Comunista de China (PCCh) liderado por Mao Tse Tung impulsaba la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria. Este movimiento de reforma política, cultural, social y económica estaba destinado a luchar contra los “roedores capitalistas” dentro de la sociedad china. En la práctica fue una nueva guerra civil en la que Mao movilizaría a los jóvenes chinos para intentar recuperar el poder, que ahora estaba en manos de sus opositores políticos, quienes controlaban el Comité Central del PCCh y los principales eslabones del Estado. Este movimiento se prolongó hasta 1978 cuando los “roedores capitalistas” encabezados por Deng Xiaoping, se hicieron con el control del Estado y del PCCh, encarcelaron a los partidarios de Mao (quien había muerto en 1976) y comenzaron un período político concentrado en la reforma económica titulado “reforma y apertura” (改革开放). Esto representó una derrota histórica de la clase trabajadora china que tendría repercusiones globales.

El modelo de la reforma y apertura buscó instaurar una “economía de mercado socialista” constituyendo un “camino original hacia el socialismo”. En los hechos fue un movimiento de reforma económica que restauró las bases de la propiedad privada de los medios de producción y abrió la economía china al mundo, sentando las bases para el desarrollo capitalista de China. Esta apertura fue aprovechada por los capitales de occidente para disciplinar a sus clases trabajadoras y lograr el “éxito” de la reforma neoliberal.

La “reforma y apertura” se planteó los objetivos de llevar adelante las llamadas “cuatro modernizaciones”, en el campo, la industria, la educación y el ejército. El principal interés de las autoridades del PCCh radicaba en generar una economía de mercado, para lo cual era necesario construir una estructura de precios (tanto de los factores de producción como de bienes de consumo) que era inexistente en el marco de una economía socialista planificada centralmente. Es por esto que las primeras medidas estuvieron destinadas al campo, siendo el sector en el que se establecen los precios de los insumos básicos (materias primas y alimentos). Estas reformas consistieron en desmantelar el sistema de comunas populares y devolver la tenencia de la tierra a las familias campesinas. Si bien, el Estado continuó siendo el “propietario” de la tierra les permitió a los ocupantes arrendarlas a terceros constituyendo un mercado inmobiliario rural. Los campesinos, al poder producir “libremente” lograron aumentar su productividad, sin embargo, no todos pudieron subsistir a la reforma y se convirtieron en desposeídos rurales (liberando trabajo excedente que luego migraría a las ciudades). También se habilitaron las llamadas “empresas de municipios y comunas”, que fueron una combinación de capitales privadas y públicos municipales que absorbieron inicialmente la mano de obra desocupa del campo. En 1990, estas empresas empleaban a 93 millones de trabajadores y los trabajadores migrantes constituían unos 22 millones de personas. Para el año 2000, los trabajadores empleados en empresas locales ascendieron a 97 millones, mientras que los migrantes eran 106 millones. Este enorme ejercito de reserva en disponibilidad posibilitó mantener los salarios bajos durante largos períodos de tiempo.

Las reformas en las ciudades fueron más complicadas, allí donde estaba radicada la clase obrera fuertemente organizada. La estructura productiva principal estaba constituida por las empresas estatales en las que los obreros gozaban de los beneficios del pacto social socialista por la que contaban con alimento, vivienda, acceso a la salud y educación garantizados. El problema principal para los “reformadores” era la ineficiencia y la baja productividad de estas empresas. Siguiendo los principios socialistas la producción estaba orientada mayormente a la satisfacción de necesidades colectivas priorizando los valores de uso, regulados por cuotas de producción, y no a la obtención de ganancias (valores de cambio). Esto debía ser transformado. Dicha estructura de costos no era compatible con una economía de mercado. Sin embargo, no era posible para el Estado encarar estas reformas sin enfrentar la resistencia de los obreros y de los administradores locales, así como de los cuadros intermedios del partido.

Por ello se dieron una táctica de doble movimiento de pinza sobre la producción socialista. En primer lugar, reformaron el sistema de subsidios a las empresas estatales ligándolos a cuotas de productividad y permitieron a las empresas producir un excedente de bienes por sobre las cuotas de producción para vender este excedente a precios de mercado. A su vez, se otorgó estímulos dinerarios a los administradores de empresas y cuadros del partido intermedios que lograran superar sus cuotas de producción. Esto introdujo mecanismos de competencia entre las empresas y generó una ola de corrupción por la cual administradores locales se volvieron ricos de la noche a la mañana.

En segundo lugar, se ensayó en algunas ciudades costeras el modelo de zonas económicas especiales. Estas zonas eran espacios dentro de las ciudades en las que se permitía el ingreso de capitales extranjeros para la producción de bienes. La más famosa de estas zonas es la ciudad de Shenzen en la provincia de Guandong (el llamado Silicon Valley chino por la cantidad de empresas tecnológicas que operan allí), que limita con la isla de Hong Kong que en ese momento era una colonia inglesa (curiosamente el secretario del PCCh en Guandong era Xi Zhongxun, padre de Xi Jinping). La cercanía con Hong Kong permitió a los capitales de la isla invertir de manera exitosa en Shenzen y otras zonas especiales. Lo bancos de Hong Kong y Singapur operarían como intermediarios de los capitalistas occidentales que querían invertir en China. Aquí es donde entran lo capitales norteamericanos y japoneses. El acuerdo era sencillo, China pondría a su disposición una mano de obra extremadamente barata, acceso a recursos primarios y aranceles externos bajos o nulos lo que permitiría la exportación y a cambio los capitales occidentales se comprometían a la transferencia de tecnología y conocimiento gerencial. Esto es lo que se conoce como el modelo orientado por las exportaciones. El “éxito” de estas zonas económicas especiales operadas por el capital privado extranjero permitió comenzar a legitimar la necesidad de reformas en el sector estatal.

Sin embargo, para 1989 esta estructura económica dual de precios agrícolas regulados por el mercado y un sector industrial urbano “planificado centralmente” llevaron a una ola de inflación producto del desfasaje de los precios de los insumos agrícolas y la producción industrial “cuoteada”. Esta oleada inflacionaria se combinó con una enorme revuelta estudiantil de sectores democráticos que pedían mayor libertad y una reforma política que quitara el monopolio de la representación política de manos del PCCh. Esta enorme movilización popular conocida como la Revuelta de Tiananmén, fue protagonizada por obreros y estudiantes de las ciudades que estaban descontentos con el ritmo y sentido de las reformas. El movimiento fue tan grande y se prolongó durante tanto tiempo que, incluso diferentes niveles de cuadros del partido se sumaron a las reivindicaciones o se acercaron a escuchar los reclamos populares. Este gran movimiento democrático fue cancelado por la represión brutal por parte del ejército, ordenada por el propio Deng Xiaoping, quien veía en este movimiento una amenaza real a las reformas pro capitalistas y al predominio del PCCh.

Esto constituyó la derrota final de la clase obrera china, esto fue posible solamente porque la clase obrera estaba sin dirección política clara desde la derrota de la Revolución Cultural Proletaria y la consecuente traición de la dirección del PCCh. Con el camino allanado por la represión se dio rienda suelta a la privatización acelerada de la economía, la venta de las empresas estatales a capitales privados y la apertura del mercado chino. A partir de este momento, el modelo económico estuvo basado en altos niveles de inversión pública y privada, así como las exportaciones al mercado norteamericano (que se convirtió en su principal socio comercial) como motor del crecimiento y en salarios relativamente bajos, al menos para el período 1990-2008. Estas condiciones permitieron el ascenso de una clase capitalista china (aunque estrechamente ligada a la estructura estatal y con escasa autonomía política) posibilitando un período de enorme crecimiento económica y de altas tasas de ganancia tanto para los capitales locales como extranjeros.

Desde ese momento los monopolios capitalistas de occidente pudieron acceder a una enorme reserva de mano de obra barata mediante la relocalización de su producción en China. Esto les permitió no sólo recomponer su tasa de ganancia (debido a los bajos costos salariales), sino también generar las condiciones para que los trabajadores en EE.UU. aceptaran reformas regresivas y congelamientos salariales. Esta externalización del trabajo permitió importar bienes de consumo más baratos, lo que permitió compensar, en parte, el congelamiento salarial. Las exportaciones totales de manufacturas chinas aumentaron desde 62 mil millones de dólares en 1990, a 249 mil millones de dólares en 2000, hasta los 2.05 billones en 2012, convirtiéndose en el exportador de mercancías más grande del mundo (de acuerdo a datos del Banco Mundial). Los empleadores norteamericanos pudieron evitar los aumentos salariales (o incluso reducir salarios) porque ahora los trabajadores accedieron a bienes de consumo importados baratos desde China (Wall Mart sería uno de los monopolios más beneficiados por este arreglo). Bajo estas condiciones aumentar las ganancias no requiere que aumenten los precios. Además, parte del excedente de exportación de China fue utilizado para financiar el déficit de los EE.UU. mediante la compra de bonos del tesoro norteamericano por parte de banco chinos. Esta interdependencia de flujos comerciales y financieros es lo que vuelve tan compleja la creciente tensión geopolítica entre ambos países debido a esta situación de dependencia mutua.

CONCLUSIÓN

En este momento, estamos asistiendo al fin de estas condiciones para el crecimiento económico y de la tasa de ganancia. Esto se debe a que la economía China ya no puede crecer solamente en base a exportaciones (en un contexto de depresión de la economía mundial) y, además, la estructura productiva china está sobregirada de inversiones sostenidas solamente por las bajas tasas de interés y por la especulación inmobiliaria. Por lo tanto, la estructura de la economía china busca reemplazar exportaciones por consumo interno. Esta tendencia, combinada con el agotamiento relativo de las reservas de trabajo rural, conducen los salarios al alza.  La clase trabajadora china ha aumentado su capacidad de consumo. Además, debemos incorporar la variable energética, el pico de la producción de petróleo mundial y la mayor demanda de energía de los países emergentes (como China y la India), provocaron aumentos de los costos de la energía. Estos dos factores, aumento de costos salarial y de energía se traducen en aumentos de precios de exportación de las mercancías chinas provocando una nueva oleada inflacionaria en todo el mundo.

En EE.UU. las empresas se enfrentan con un aumento en sus costos de producción y acechan las demandas por aumentos salariales. Esto está generando un aumento de la conflictividad laboral en todo occidente en demanda de mejoras salariales. Nuevamente la tasa de ganancia de los capitalistas tiende a la baja y nos acercamos a una recesión económica. Sin la disponibilidad de una nueva reserva de trabajadores baratos para la explotación (como lo fuera la clase obrera china en los ochenta) el capitalismo se enfrenta a una crisis profunda que abre la posibilidad a escenarios inciertos.

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