*Por Matías Rodríguez Gianneo
Domingo 6 de octubre de 2019. Se decreta un nuevo aumento de las tarifas del metro y del sistema de buses de Santiago de Chile. La medida genera hastío en una población cansada de la exclusión, los atropellos y el alto costo de vida: el hastío se vuelve rebelión. Viernes 18 de octubre de 2019, el estallido social, la “invasión alienígena” en palabras de Cecilia Morel, esposa del presidente Piñera, que recuerda a los antiperonistas y el “aluvión zoológico”[1], la consternación de la elite que ve que la nación le pertenece a un grupo, su grupo. La otredad que le es ajena e inhumana. Sin embargo, esos y esas “alienígenas” dieron catedra de dignidad humana y empezaron a escribir en las páginas de la historia, el comienzo del fin del neoliberalismo en Chile.
9 de noviembre de 2020. Con 105 votos frente 19 en contra, el Congreso del Perú destituye al presidente Martín Vizcarra acusado de “incapacidad moral permanente”. Al día siguiente, con un discurso indiferente a las demandas sociales, asume la presidencia Manuel Merino. Pronto, las calles se llenaron de jóvenes, organizados desde las redes sociales. La llamada “generación del bicentenario” enfrenta la represión policial, organiza brigadas para atender heridos y dar soporte legal a los detenidos. Hay una ruptura de representaciones. Una búsqueda de algo nuevo.
Miércoles 28 de abril de 2021. Miles marchan en Colombia en rechazo a la Reforma Tributaria de Iván Duque. El Paro Nacional que tomará la forma de huelga de masas y movilizaciones diarias muestra que la fisura entre las necesidades populares y las practicas del establishment son cada más profundas. Lo que había sido un aviso en 2019 con las movilizaciones y huelgas, este año se ve agravado por las graves consecuencias de la pandemia, nuevamente el hastío se vuelve rebelión, los jóvenes afirman “nos quitaron tanto, que hasta nos quitaron el miedo”.
15 y 16 de mayo de 2021. Mega elecciones en Chile. Se define la Convención Constituyente de Reforma Constitucional y Alcaldías claves. En medio de luchas y pandemia, la estrategia del establishment de frenar las calles con urnas, se encontró con un movimiento popular que entendió la disputa en todos los terrenos. Cuando se empezaron a abrir las urnas se encontraron con la derrota electoral más grande de la Derecha (Chile Vamos) y la ex Concertación (Lista del Apruebo) en los últimos 30 años de “transición democrática”. La sorpresa: la emergencia de las candidaturas independientes y el triunfo de la izquierda articulada en torno al Frente Amplio y el PC.
6 de junio de 2021. Mientras escribimos estas líneas se desarrolla el conteo de votos de las elecciones en Perú. La candidata de la derecha Keiko Fujimori se enfrenta en el ballotage con la sorpresa, el maestro Pedro Castillo del partido de izquierda “Perú Libre”, el tercero de los nueve hijos de una pareja de campesinos del noroeste, quién encabezó una huelga de maestros que sacudió al país, propone Reformar la Constitución y nacionalizar los recursos energéticos y minerales.
El eje Chile-Perú-Colombia tiene hilos en común: la combinación explosiva de políticas de exclusión y pandemia resquebraja a quienes se presentaban como “ejemplos a seguir” en la región.
Foto: EFE/Luis Eduardo Noriega A.
NEOLIBERALISMO PERIFERICO Y PANDEMIA. NADA PUEDE SALIR BIEN
El neoliberalismo no fue un resultado necesario sino una construcción política[2]. Como atestiguó Margaret Thatcher cuando dijo que “la economía es el medio, el objetivo es el alma”, afirmó públicamente que además de transformar profundamente la economía quería construir sujetos y subjetividades propias de una nueva época. A través de su infraestructura ideológica ubicaron cuadros, trabajaron sobre la opinión pública y eligieron a sus enemigos a derrotar. Atacar al poder sindical para atacar las regulaciones y legislaciones laborales, convertir al Estado de Bienestar en una rapiña para las privatizaciones y ajustes fiscales, relajar los controles de capital para dar paso a la hegemonía de las finanzas que con sus organismos de crédito internacional se convirtieron en armas de la desposesión. La particularidad que adquiere el neoliberalismo en la periferia es su origen. En América Latina, tuvo que llevarse adelante a través de dictaduras y terrorismo de Estado, cerrar el auge de luchas obreras y populares, que luego de la Revolución Cubana y las experiencias nacional-populares se convirtieron en una creciente amenaza a los intereses imperialistas en la región. El neoliberalismo no empieza con Thatcher y Reagan, comienza el 11 de septiembre de 1973 en Chile con el golpe a Allende.
El momento de revancha conservadora y destrucción de Thatcher, Reagan y Pinochet le dejó lugar al neoliberalismo “progre” de los noventa de Clinton y Blair, combinación de la receta económica de la ortodoxia con una cultura que absorbía las demandas de pluralismo y modernización, un neoliberalismo “cool”. Son décadas donde intentaron montar, con bastante éxito, comportamientos individualistas, y desde los grandes medios educaron en la idea de que cada individuo se salva sólo y que depende de su “capacidad”, eso que hoy llaman “meritocracia”. Educaron para pensar que la imitación del de arriba es más provechosa que la solidaridad con el de al lado[3]. La crisis del capitalismo en 2008 cortó el triunfalismo capitalista y demostró que sus cimientos tambalean cada vez en ciclos más cortos. Se resquebrajó la promesa de la movilidad social ascendente que vendían, la idea de futuro del neoliberalismo ya no existe. Los nuevos gurús del capitalismo, el “capitalismo 4.0”, o capitalismo de plataformas[4] encarnado en los amos de Silicon Valley, presentan una visión de futuro con viajes espaciales, inteligencia artificial, vehículos autónomos y redes de comunicación global, que no prometen, ni pueden (ni quieren) garantizar empleo masivo, al contrario, crece la automatización y los empleos flexibles y precarizados. Con la conformación de las cadenas globales de valor, la deslocalización de la producción y el afianzamiento de la desindustrialización en América Latina, la salida más común para miles de jóvenes es manejar una moto de pedidos puerta a puerta o la venta, en la calle o en un semáforo, de mercancías baratas manufacturadas en Asia.
En nuestra región la combinación explosiva de “neoliberalismo periférico” y pandemia crujió en el eje Chile-Perú-Colombia. Los países que en su momento no habían enfrentado al ALCA y decidieron atar su destino al de Estados Unidos, a través de la Alianza del Pacifico (AP) y los Tratados de Libre Comercio, que obturaron la integración regional latinoamericana, que son el núcleo del Grupo Lima y que se mostraron como ejemplos a seguir de la derecha latinoamericana, estallaron en rebelión. La frase repetida por la juventud en Colombia es un síntoma de la época: “nos quitaron tanto, que hasta nos quitaron el miedo”, son generaciones que han hecho la experiencia suficiente para tener conciencia de ello, la brutal represión no los ha podido frenar. Endeudados de por vida en Chile para poder estudiar, las juventudes de Colombia que no estudian ni trabajan, el hastío por el racismo en la región, que se retrotrae al colonialismo, con origen en la esclavitud afrodescendiente y el ataque a las raíces originarias. La irrupción de la marea verde le agrega una potencia que inunda las calles en nuestra América. La crisis abierta en numerosos países de la región, que tiene mucho de acumulación de insatisfacciones por el crecimiento de la pobreza, la exclusión y la desigualdad, se combina con el desprestigio de los arriba, en un marco global de otra crisis mayor: la pandemia y sus efectos mundiales.
La pandemia del covid-19 ha derivado en una sindemia[5] (una crisis general con rasgos sanitarios, económicos, sociales, políticos, vitales) que en el plano geopolítico añade un enfriamiento de las relaciones entre EE UU y Rusia y una guerra tecnológico-comercial-financiera con China. Ha puesto de relieve la fragilidad del sistema en su conjunto. La “diplomacia de las vacunas”[6] ha demostrado que el imperialismo existe, que los Estados–nacionales no desaparecieron, como se afirmaba en las últimas décadas, al contrario, son cada vez más fuertes. En América Latina, la pandemia mostró y potenció los sufrimientos de los sectores más vulnerables y dejó al descubierto la enorme fragilidad estructural.
No es posible pensar América Latina sin tener en cuenta la dependencia. Es fundamental romper con la idea de que el “subdesarrollo” es una fase en camino al “desarrollo”, una cuestión de tiempo, donde no existen relaciones de poder que potencian este desarrollo desigual y combinado producto de la expansión del capitalismo monopólico e imperialista sobre amplias regiones del globo que transfieren y drenan valor, recursos naturales, trabajo y conocimientos hacia los centros de poder mundial.
Poder incluir en la agenda de las luchas y las políticas la crítica a este rasgo estructural de nuestra región va ser una de las claves para poder romper los obstáculos que nos aquejan. Recuperar la idea de construir un polo regional autónomo donde se puedan construir políticas estratégicas de control de los recursos naturales con perspectiva ecológica. Recuperar el comercio exterior y sus rentas, para potenciar la industrialización. Construir capacidad tecnológico-científica, financiera y de defensa, plataformas de comunicación propias y potenciar nuestras matrices identitarias y plurinacionales. Esta búsqueda de unidad regional puede potenciar las luchas de liberación nacional en cada país. Recuperar la idea de la independencia continental sanmartiniana para el siglo XXI.
A la izquierda: (Foto: AFP) Tacabamba, en la región de Cajamarca, grupos de apoyo a Pedro Castillo. A la derecha: Foto: Martín Obreque – IG: @martin.obreke
RECLAMAR EL FUTURO
Durante la mayor parte del siglo XX la izquierda comunista se pensó como heredera de la historia. La clase obrera representaba la universalidad, sus intereses eran los intereses de todos. Con la caída del Muro y el derrumbe del bloque socialista, se cristaliza una derrota que se venía incubando en las décadas previas. La necesidad de resistir a la ofensiva reaccionaria del capitalismo fue arrinconando a la izquierda y sus movimientos populares en organizaciones sectoriales y acciones defensivas, muy valiosas (como las organizaciones territoriales y de desocupados, comedores, sindicatos y nuevos movimientos sociales) pero alejadas de poder proyectar un futuro, un horizonte alternativo para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, en esas experiencias, en esas prácticas de la lucha social, en esas confrontaciones estaban contenidos los elementos para salir de la defensiva. No había (y no hay) creación posible por fuera de este movimiento. Las rebeliones de finales de los noventa y principios del siglo XXI tuvieron una profundidad enorme, voltearon gobiernos y cambiaron el paradigma de la época. Abrieron una nueva etapa que reclamó mayores grados de soberanía, un rechazo a la injerencia de Estados Unidos y el FMI, redistribución del ingreso, políticas de Derechos Humanos y unidad latinoamericana. En este trasfondo surgieron distintos gobiernos que se presentaron como alternativa a las políticas neoliberales. La heterogeneidad, los avances y los límites de estas experiencias las analizamos previamente en el artículo “grietas latinoamericanas”.
El paso de las derechas iniciado en 2015 enfrenta importantes dificultades para sostenerse en el tiempo. Con el triunfo electoral del Frente de Todos en Argentina; el de Luis Arce en Bolivia tras la derrota de los golpistas; Bolsonaro complicado por la terrible gestión de la pandemia, la unificación de la izquierda y los sectores sociales en la calle con la enorme movilización del 29M en Brasil y la candidatura de Lula, se puede abrir un nuevo escenario en la región.
Lo que previamente analizábamos como un “empate”[7], sobre la base de sociedades fragmentadas y polarizadas[8], pareciera entrar en crisis. Las crecientes luchas y las graves consecuencias de la pandemia suponen que este “ciclo de las derechas” sea más breve de lo que se pensaba.
El triunfo en Chile en las últimas elecciones abre enormes expectativas y desafíos. La capacidad de lograr los acuerdos necesarios para reformar la Constitución puede ser la herramienta que permita la desmercantilización de enormes esferas de la vida cotidiana al incorporar la garantía de derechos sociales como salud, educación, vivienda, pensiones, acceso a cuidados y trabajo; y sobre los recursos naturales, como el agua, para transformarla en bien nacional de uso público. La representación de los pueblos originarios en la constituyente pondrá sobre la mesa la discusión del Estado plurinacional y la fuerza que tomó el movimiento feminista, con el triunfo de la paridad de género en la representación constituyente, probablemente exija avanzar en establecer los derechos sexuales y reproductivos para las mujeres, prevenciones contra las diversas formas de violencia patriarcal y normas de acción afirmativa para la representación equitativa de género en todo el sistema político[9]. Son reformas que no cambiaran el sistema, pero, en caso de lograrlas, deben considerarse un enorme avance producto de la lucha popular y generan mejores condiciones para ir por más. Al mismo tiempo, el triunfo en Chile es un triunfo simbólico, potente y peligroso para el poder: porque es ejemplo que con la lucha se avanza.
Esta nueva oleada regional tiene características propias, la irrupción de la juventud como un sujeto político con demandas y formas propias. También con enormes desafíos: conectar con la fuerza y saberes de generaciones anteriores.
La incorporación de los pueblos originarios en las luchas en Chile y la candidatura de Castillo en Perú hacen a reivindicaciones históricas que toman fuerza en la lucha por la tierra y la identidad.
Es clave recuperar el pensamiento estratégico y reclamar el futuro. Romper con las miradas sectoriales y pensarse como un “nosotrxs”, que encarne los intereses de todos y todas, de la clase obrera, el feminismo, el campesinado y los pueblos originarios, los movimientos sociales y ecologistas, pero no como sumatoria sino como articulación y superación de lo sectorial. La historia nos ha enseñado, que a medida que estas luchas tengan conquistas, y se avance sobre el poder real, los choques con quienes no quieren perder sus privilegios van ser cada vez más duros.
Mientras vivamos en sociedades capitalistas, Jean Paul Sartre no se equivocaba al pensar al marxismo como “el horizonte intelectual de nuestra época”[10], pero entendiendo al marxismo como una guía para la acción, una teoría viva y en movimiento, que parte del estudio concreto de la realidad concreta en sentido histórico, abierto y revolucionario. Cuyos fundamentos se enriquecen con la práctica social[11].
A comienzos del siglo XX, el movimiento comunista era un espacio donde se debatía la interrelación de las diversas formas de dominación de clase, género y el colonialismo. La incorporación actual del enorme desarrollo de las teorías feministas en torno a la reproducción social, las críticas a la depredación y destrucción de la naturaleza, el antirracismo y la necesidad de aunar por nuevas formas de democracia, no implica que la cuestión de clase deba ceder su lugar (ni viceversa). La idea equivocada de contraponer a los llamados nuevos movimientos sociales con un marxismo que solo ve a la clase, ignora el hecho de que esos movimientos y el propio marxismo han colaborado formando una fructífera alianza desde hace ya un tiempo considerable[12], que es necesario profundizar. La unidad de estas ricas experiencias prácticas y los crecientes desarrollos teóricos nos entusiasman y nos desafían.
La idea de Thatcher de “no hay alternativa” se rompió. Nacen nuevos vientos de cambio en medio de una crisis mundial. Podemos animarnos a soñar un futuro de los pueblos y para los pueblos. Hay suficientes razones para ello.
* Matías Rodríguez Gianneo es profesor de Historia (UNMdP). Co editor de Revista Lanzallamas.
[1] Expresión discriminatoria utilizada por el diputado de la UCR Ernesto Sanmartino en febrero de 1947 para descalificar a los simpatizantes del peronismo.
[2] Srnicek-Williams, Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo, Malpaso Ediciones, 2016. Pág. 92.
[3] Álvaro García Linera-Iñigo Errejón, Qué Horizonte, Hegemonía, Estado y revolución democrática, Ed. Lengua de Trapo, 2019.
[4] Ver Nick Srnicek, Capitalismo De Plataformas, Ed. Caja Negra. Colección: Futuros Próximos.
[5] https://elpais.com/babelia/2021-04-10/el-capitalismo-cambia-de-piel.html
[6] https://revistalanzallamas.com/2021/04/22/capitalismo-vacunas-y-patentes/
[7] https://revistalanzallamas.com/2020/08/11/grietas-latinoamericanas/
[8] No se trata de una polarización exclusivamente política, hay una fragmentación social con concepciones del mundo contrarias, con construcciones discursivas reaccionarias y conservadoras que pregonan el miedo, el odio, la violencia racista, la fobia a los pobres, a la diversidad de género y el anticomunismo.
[9] https://www.nuso.org/articulo/chile-la-constitucion-que-viene/
[10] Michael Löwy, La teoría de la revolución en el joven Marx, Herramienta Ediciones, 2010.
[11] “La práctica social del hombre no se reduce a su actividad en la producción, sino que tiene muchas otras formas: la lucha de clases, la vida política, las actividades científicas y artísticas; en resumen, el hombre, como ser social, participa de todos los dominios de la vida práctica de la sociedad” (Mao Tsetung, Sobre la práctica, 1937)
[12] Terry Eagleton, Por qué Marx tenía razón, Editorial Península, 2015.