*Por Tomás Paéz
A fuerza de motosierra y licuadora, Milei avanza en su plan de ajuste brutal repitiendo sin césar que hay que sufrir para lograr el tan mentado “déficit cero”. Mientras tanto, sigue proyectando, como un sueño, la dolarización de la economía. Pero, ¿es posible? ¿es necesaria? ¿cuál es el costo?
A casi tres meses de asumido Milei, la actividad económica y los ingresos populares empezaron a acusar los efectos de su política de ajuste y entrega nacional, mientras sin ningún disimulo multiplica el botín de un puñado de monopolios y grandes terratenientes.
Lejos de cualquier plan innovador, ha implementado un programa de ajuste draconiano, con una megadevalución del peso, un incremento generalizado de tarifas y precios regulados, y un severo ajuste fiscal.
En este marco, el mesiánico presidente libertario volvió a insistir recientemente en diversas declaraciones públicas con su idea de la dolarización. Sostuvo que la misma estaba “cada vez más cerca”, aunque descartó su implementación para este año por cuestiones de tiempo.
Sin el más mínimo tapujo, también afirmó que “la motosierra y la licuadora, que son los pilares del ajuste, no se negocian”. Algunos economistas han alertado justamente que con la licuación inflacionaria estaría preparando el terreno para la dolarización. Porque, además de facilitar la pulverización del gasto social, salarios y otros ingresos en términos reales -esto es, descontada la inflación-, contribuye a licuar la base monetaria[1] en general, así como los pasivos remunerados del Banco Central (BCRA)[2], que serían uno de los escollos principales para ese plan.
La dolarización fue uno de los principales lemas de campaña de Milei, con el cual apeló a la ilusión de mucha gente de poder cobrar en “moneda dura”, ante la constante pérdida de poder adquisitivo del peso por la inflación galopante; medida que venía acompaña de la disparatada propuesta de eliminar el BCRA[3]. Con su asunción, ambas ideas parecían haber quedado rápidamente frizadas; de hecho, ni siquiera las mencionó en su discurso inaugural. Pero luego de la derrota de la Ley Ómnibus en el Congreso, en un contexto de masivo rechazo en las calles -con los cacerolazos, el paro y la movilización obrera y popular- ha vuelto a poner el tema sobre la mesa, como parte de su intento por retomar la iniciativa política.
Milei sostiene la premisa errónea de que la inflación obedece exclusivamente al exceso de emisión monetaria para financiar el déficit fiscal. Con ella intenta justificar la necesidad de la dolarización, que le quita al BCRA la potestad de emitir la moneda.
La dolarización es un esquema aún más rígido que la Convertibilidad que rigió en Argentina durante la década del 90 y principios de la siguiente, que directamente renuncia a emitir la moneda nacional, en lugar de fijar por ley la paridad con el dólar. Naturalmente, la dolarización requiere del canje de todos los pesos de la economía por dólares. Pero, como analizaremos más adelante, el BCRA aún está lejos de contar con los dólares suficientes para poder ensayar esta medida.
Pérdida de la soberanía monetaria ¿y eliminación del BCRA?
En primer lugar -con o sin eliminación del BCRA- la dolarización significa renunciar a la soberanía económica de emitir la moneda nacional, regular las tasas de interés y fijar el tipo de cambio, entre otras cuestiones básicas que hacen a un Banco Central. Resulta imposible pensar en una política de desarrollo nacional integrado y autónomo, en beneficio de los sectores populares, renunciando de antemano a estos instrumentos básicos, junto con otros perdidos hace décadas que debería recuperar inmediatamente, como la estatización de los depósitos bancarios[4] y la correspondiente orientación del crédito, a favor de la producción nacional, del empleo y del consumo popular.
Está claro que este Banco Central no le sirve al pueblo, pero con la excusa de combatir la inflación, que en realidad él mismo alimenta con su nefasta política económica, Milei busca entregar la soberanía monetaria de nuestro país.
Con respecto a su propuesta de eliminar el BCRA, cabe mencionar que actualmente, prácticamente no hay países en el mundo que desistan de tener un Banco Central (excepto Panamá, donde circula el dólar en forma oficial) y un puñado de Islas. Como en los demás terrenos, el “libre mercado” -esa entelequia que solo existe para tratar de ocultar el dominio y la opulencia de los grandes dueños del capital- supuestamente asignaría eficientemente los recursos.
¿Y dónde están los dólares?
Una de las primeras cuestiones en torno a la dolarización se relaciona con la factibilidad misma de su implementación y las implicancias inmediatas para el salario real y demás ingresos populares. ¿A qué tipo de cambio se haría la dolarización, es decir, el canje de los pesos de la economía por dólares, y más aún, con qué dólares? Porque, como es sabido, el BCRA padece hace mucho tiempo de una acuciante escasez de reservas. Al respecto, Milei sostuvo: “Tenemos acumulados cerca de USD 7.000 millones de reservas y la base monetaria son USD 7.000, 8.000 millones. O sea, estamos a nada (de dolarizar)”.
Sin embargo, confunde o tergiversa llamativamente los números. Es cierto que el BCRA ha logrado comprar ese monto en lo que va de su gobierno (USD 7.800 millones al 20/2), pero con una acumulación de reservas netas (propias) bastante inferior (unos USD 4.000 millones). Asimismo, las reservas netas continúan siendo negativas en unos USD 7.000 millones (lo cual significa que el BCRA ha venido utilizando dólares prestados, por ejemplo, con la activación de un tramo del swap con China). Por otro lado, al tipo de cambio oficial, la base monetaria equivale actualmente a unos USD 12.800 millones, número muy superior al que mencionó Milei (posiblemente haya querido referirse únicamente al circulante en poder del público y no a la base monetaria).
Esta acumulación de reservas, que es uno de los objetivos primordiales del programa de ajuste comprometido con el FMI, se viene realizando a costa de la mega devaluación y la recesión deliberadamente provocada por la gestión actual, que contrae la demanda interna y las importaciones de la dependiente economía local. Dicho sea de paso, Milei compartió en X (ex Twitter) una nota periodística titulada “Por el apretón monetario, inflación y recesión, ahorristas venden dólares para llegar a fin de mes”. No sólo empuja a la pobreza a millones de argentinos con su política económica, sino que además lo celebra por las redes.
Volviendo al tema, la política recesiva permite “ahorrar” divisas a los fines de garantizar los pagos de deuda en dólares y otras transferencias de capital al exterior. Naturalmente, uno de los principales interesados al respecto es el propio FMI, para que la Argentina cuente con un “colchón” de reservas que garantice los actuales pagos de intereses de la fraudulenta deuda con aquel, así como la cancelación efectiva de los vencimientos de capital, que bajo el programa vigente sería a partir de 2026. Cabe recordar que, a cambio del cumplimiento de las metas acordadas, actualmente el FMI gira los fondos a la Argentina[5] para pagar los vencimientos de capital, a la vez que el país debe continuar abonando los intereses con sus propios recursos.
Como parte de este plan recesivo, la meta de acumulación de reservas pactada con el FMI hasta diciembre de 2024 implica terminar el año con reservas netas nulas. Es decir, sin contar todavía con un sólo dólar propio para poder llevar a cabo el rescate de la base monetaria; y ni hablar de los pasivos remunerados del BCRA -que respaldan el grueso de los depósitos en pesos- los cuales equivalen en total a unos USD 35.000 millones.
Milei y los economistas afines al estrafalario plan de dolarización apelan a argumentos muy poco convincentes para dar respuesta a la cuestión de la falta de dólares, que es señalada por la mayoría de los economistas, de diversas orientaciones políticas. Entre los defensores de la medida, algunos sostienen que haría falta rescatar únicamente el circulante en poder del público (USD 8.000 millones), lo cual supone que una vez dolarizados los depósitos en pesos no habría ningún retiro por parte del sector privado (empresas y público en general) para hacerse de los dólares físicos; supuesto por demás optimista y poco realista. En cambio, quienes reconocen que el BCRA debería contar con un volumen adicional de dólares para cubrir una parte de los depósitos en pesos ante el posible retiro de los mismos, apelan a artilugios financieros poco consistentes y realistas que supuestamente le permitirían al BCRA capitalizarse y obtener esos dólares. Por ejemplo, liquidando la cartera de títulos públicos que posee o poniéndolos como colateral de un préstamo gigantesco, que nadie sabría quien estaría dispuesto a dar y, ni hablar, que significaría un nuevo salto en la deuda externa argentina en este caso, del BCRA. Adicionalmente, se afirma que no es necesario efectuar el canje de los pesos por dólares en forma inmediata, sino que el mismo podría hacerse de manera gradual, en el lapso de uno o dos años.
Más allá de estos argumentos (algunos muy poco realistas), la realidad es que el BCRA está todavía muy lejos de tener los dólares necesarios para llevar a cabo el rescate de los pesos de la economía a un tipo de cambio que no sea astronómico. Y necesariamente deberá contar con dólares suficientes no sólo para el canje del circulante en poder del público, sino también para cubrir un porcentaje significativo de los depósitos en pesos, muy susceptibles de ser retirados en parte una vez convertidos a dólar.
Por otra parte, no es ocioso recordar que dos tercios de las reservas brutas del BCRA (USD 18.000 millones) corresponden al swap con China. ¿Qué hará China en caso de que avance la propuesta dolarización? Para ponerlo en números, la cancelación del swap llevaría las reservas brutas de los actuales USD 27.500 millones a sólo USD 9.500 millones y habría que conseguir inmediatamente USD 5.000 millones para devolver el tramo del swap utilizado.
El programa económico actual procuraba un puente hasta abril, apostando a los dólares de la cosecha gruesa, para la cual se esperaba una fuerte recuperación este año, luego de la sequía que azotó a la campaña de 2023. No obstante, la cosecha ya no será tan buena como se preveía inicialmente y aún persisten dudas en torno al volumen final, cuya estimación podría estar sujeta a nuevos recortes. En paralelo, el precio de exportación de la soja ha disminuido sustancialmente desde diciembre (unos 70 USD), lo cual, conjuntamente con las menores estimaciones del volumen de la cosecha, recorta en perspectiva varios miles de millones dólares de exportaciones del agro respecto de las proyecciones iniciales para este año.
Es en este marco que se inscribe la intención oficial de rematar el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la ANSES y privatizar las empresas estatales que quedan; además de favorecer abiertamente a los monopolios que podrían aumentar su dominio directo de la economía nacional y sus ganancias extraordinarias, Milei se haría de dólares frescos para avanzar en su programa dolarizador.
A su vez, para acelerar la licuación de los pesos de la economía, el gobierno podría recurrir a un nuevo salto devaluatorio, que no hará otra cosa que pulverizar aún más los salarios, jubilaciones y otros ingresos, así como el gasto en salud, educación, etc., los cuales ya tuvieron un monumental recorte en términos reales en el breve tiempo de gestión de Milei.
Más dependencia de EE.UU.
La dolarización profundizaría al extremo la dependencia de nuestro país hacia EE.UU., ya que los términos de dicho esquema deberán negociarse con el país emisor de esa moneda.
De ahí en más, la economía argentina estará sujeta a los ciclos de la política monetaria y cambiaria del imperialismo yanqui; en particular, a la apreciación o depreciación de su moneda a nivel global, así como a una influencia mucho más directa por parte de la Reserva Federal (EE.UU.) sobre las tasas de interés locales.
La Argentina, un país en disputa.
No obstante, no está de más remarcar que la Argentina es un país dependiente intensamente disputado, donde potencias rivales de EE.UU. históricamente han tenido un peso económico y político muy importante, como es el caso de China en la actualidad, por mencionar el más importante. Por lo tanto, más allá de las cuestiones estrictamente económicas, esta condición de país en disputa, con amplios sectores de la burguesía local y de los terratenientes asociados o subordinados a otros imperialismos, abre fuertes interrogantes respecto de la viabilidad política de la dolarización, no ya entre los sectores populares, sino dentro de las propias clases dominantes. En ese sentido, resulta difícil pensar en una aceptación o consenso “por arriba” hacia una medida que implica una sujeción tan extrema a la economía yanqui, o bien que el sector que lidera esta propuesta logre una hegemonía tal que le permita imponérsela al conjunto.
En este marco, que hay que tener en cuenta, los sectores populares y nacionales no se pueden confiar. Sólo con un firme rechazo y lucha en las calles va a poder asegurar la derrota de cualquier intento dolarizador.
Funcionamiento del esquema: endeudamiento y recesión
El siguiente problema en torno a la dolarización, aún si se lograra implementar, reside en el funcionamiento mismo del esquema. Como ocurrió en la década del 90 bajo el signo de la Convertibilidad, la expansión de la base monetaria (ya convertida a dólares) que debería acompañar el crecimiento de la economía estaría sujeta a la obtención de superávits en las cuentas externas; en particular, en la cuenta corriente[6] del balance de pagos[7], que es crónicamente deficitaria a causa del desarrollo deformado y dependiente de la economía argentina; y lo será aún más con las políticas a las que apunta Milei, de apertura comercial y financiera irrestrictas, y de vía libre para la extranjerización de la economía.
Esto generaría la necesidad de un persistente endeudamiento externo (de muy difícil acceso por el momento para nuestro país) o ingreso de capitales, que como demostró dolorosamente nuestra historia en reiteradas ocasiones (sin ir más lejos, durante la gestión macrista) naturalmente no duran para siempre; el corte del financiamiento externo o las reversiones de los flujos de capitales (especialmente los especulativos, que son los más propensos a ingresar a nuestro país) suelen ser abruptas y generar grandes cimbronazos financieros, con un elevado costo en materia de actividad económica, empleo y salarios. Así, más temprano que tarde, la dolarización redundaría en una recesión crónica con elevado desempleo, ante la sostenida falta de liquidez de la economía que generaría el déficit externo, con el encarecimiento del crédito y la suba de las tasas de interés. En un contexto así, terminarían por proliferar las cuasi monedas provinciales para financiar el gasto público y pagar sueldos, como aconteció hacia el fin de la Convertibilidad.
Sumado a esto, la falta de un prestamista de última instancia (porque el BCRA, más allá de que siga existiendo o no, ya no emite la moneda de curso legal) favorecería la inestabilidad del sistema financiero en su conjunto.
Frente a eventos adversos o disruptivos, externos o internos (crisis mundial, sequía, etc.), el BCRA carecería de la capacidad de ajustar el tipo de cambio o cubrir parte del gasto público con emisión monetaria. Sin ir más lejos, durante un evento como la pandemia, que generó un desplome del PIB y una fuerte caída de las exportaciones, el BCRA no podría emitir dinero para financiar al Tesoro y así sostener el gasto público hasta que pase la tormenta externa.
A nivel mundial, solamente Ecuador, El Salvador, Panamá y un puñado de islas han dolarizado sus economías.
Sobre la “escasez” crónica de dólares de la economía argentina
El BCRA se encuentra hace ya mucho tiempo en una situación financiera extremadamente crítica, con reservas netas (propias) en niveles negativos, es decir, utilizando a gran escala dólares (y yuanes) prestados.
Sin embargo, esto no significa que en la Argentina no hayan entrado y sigan entrando muchos dólares. Sin ir más lejos, en 2021-2022 se produjo un ingreso extraordinario de divisas del agro por unos USD 82.000 millones (considerando el promedio anual, un 65% más en los años previos). Pero estos fueron dilapidados por el BCRA, debido a la falta de control de las importaciones y los cuantiosos pagos de deuda del sector privado (siempre opacos y factibles de encubrir transferencia de utilidades), además del déficit estructural de la cuenta servicios, entre otros factores. Posteriormente, en 2023, la situación de las cuentas externas se agravó sobremanera por la sequía que recortó fuertemente el ingreso de dólares del agro, llevando las reservas “netas” (propias) del Banco Central a un nivel que llegó a ser negativo en unos USD 11.000 millones.
Así, la economía argentina, muy sujeta a los precios internacionales de los granos y a que las fuerzas del cielo provean la lluvia, alterna períodos de “vacas gordas”, cuando los dólares que ingresan tarde o temprano se evaporan en el pago de los pesados tributos de la dependencia, con otros de sequías o precios bajos que recortan el ingreso de divisas. Pero, nuevamente, en líneas generales han entrado y seguirán entrando muchos dólares, más allá de estos ciclos[8].
La escasez de dólares, entonces, se da más bien porque el ingreso por la vía exportadora (el canal “genuino”) resulta insuficiente para financiar simultáneamente las importaciones de bienes y servicios, la remisión de utilidades al exterior, los intereses de la deuda en moneda extranjera, la fuga de capitales directa, y otras transferencias de capital al exterior. El endeudamiento externo y la inversión extranjera –y con más énfasis, la especulativa de corto plazo- pueden brindar una holgura momentánea, pateando el problema para adelante, pero a costa de agravarlo en un plazo más prolongado.
Sin embargo, la escasez no sería tal para financiar las verdaderas necesidades de un desarrollo nacional que apunte a lograr una economía integrada y en lo fundamental independiente. Así, los dólares obtenidos del comercio exterior se destinarían, por ejemplo, a la importación de insumos críticos para nuestra industria y al pago de deudas legítimamente contraídas.
Para darse una idea de la magnitud de la expoliación a la que es sometida la Argentina, entre 2003 y 2023 solamente la fuga de divisas lisa y llana se elevó a casi USD 180.000 millones[9], cifra colosal para una economía como la nuestra. Muy difícil, por no decir imposible, para cualquier país del mundo hacer sostenible tamaño saqueo. Podrían sumarse las divisas que se van en concepto de fletes, patentes y otros servicios; giro de ganancias al exterior; pago intereses en moneda extranjera, públicos y privados; y ni hablar de otras vías ilícitas como la subfacturación de exportaciones y la sobrefacturación de importaciones que realizan las grandes empresas A todo esto, deben agregarse, por supuesto, las importaciones que demanda la dependiente industria local.
Algunos apuntes sobre la inflación
Como se comentó previamente, el principal argumento de Milei para justificar la dolarización radica en el supuesto objetivo de terminar con la inflación, que en realidad él mismo exacerbó con su política económica.
Es importante señalar que la inflación constituye un mecanismo de redistribución de ingresos desde los trabajadores y demás sectores populares hacia los capitalistas; y dentro de estos, a favor de los sectores más concentrados (principalmente, monopolios imperialistas y locales), con enorme poder de mercado para trasladar aumentos de precios bien por encima del promedio. En este marco, las pequeñas y medianas empresas también pierden en la carrera inflacionaria. La inflación también constituye un aceitado mecanismo de ajuste del gasto público, en rubros como salarios estatales y jubilaciones, entre otros. Cualquier parecido con la realidad actual no es coincidencia. La inflación es un medio para encender la “licuadora”.
Por otro lado, cabe remarcar que la inflación es un fenómeno con diversas causas, cuyo análisis más profundo excede estas líneas. Por esto mismo debe desecharse cualquier explicación simplista al respecto, como aquellas que propaga Milei, que achaca unilateralmente toda la culpa al exceso de emisión monetaria para financiar el déficit fiscal, que resultaría de un gasto social supuestamente desbocado. De esta forma, busca profundizar el ajuste sobre los sectores populares. De la casta, ni noticias.
La reducción del déficit fiscal (entre ingresos y gastos del Estado) efectivamente es una necesidad para una política monetaria “sana”, pero debe surgir de una reforma tributaria que haga pagar proporcionalmente mayores impuestos a los que más tienen, combatiendo también la evasión impositiva de las grandes empresas y multimillonarios, así como el saqueo sistemático del Estado que perpetran grandes grupos económicos con la complicidad de los gobernantes de turno, muchos de los cuales dicen querer achicarlo. En el marco de una verdadera política antiinflacionaria, es de suma importancia además la composición de los ingresos y la orientación del gasto.
Concurren asimismo en la explicación del fenómeno inflacionario una estructura productiva caracterizada por una creciente concentración y extranjerización de la economía que permite un abuso del poder de mercado de un reducido número de grandes empresas y terratenientes; la necesidad de devaluar sistemáticamente el peso para intentar estabilizar las cuentas externas, siempre apremiadas por la pesada carga de la deuda externa y otros tributos que arrancan sistemáticamente los imperialistas y sus socios locales; políticas económicas recesivas, que favorecen la inversión especulativa y contribuyen al estancamiento crónico de nuestra economía; y en determinadas coyunturas, la suba de los precios internacionales de los granos y la energía.
Como se señaló antes, la dolarización significa un salto cualitativo respecto de la Convertibilidad que ya rigió en la Argentina. Si bien ese esquema contribuyó durante varios años a reprimir la inflación, a la par de la sobrevaluación del peso y la apertura comercial indiscriminada, lo hizo agravando sus causas profundas en un plazo más prolongado, al destruir parte del aparato productivo local.
Extrema la dependencia y los padecimientos del pueblo
Los resultados de la Convertibilidad y las políticas implementadas durante la misma, que Milei ahora procura llevar al extremo, estuvieron a la vista en ese entonces: privatización de prácticamente todo el patrimonio estatal; destrucción de ramas enteras de la producción nacional, especialmente de las más avanzadas tecnológicamente; ruina de la pequeña y mediana empresa; concentración y extranjerización de la tierra y la producción agropecuaria, con la desaparición de 100.000 productores; caída del salario real y pulverización de la legislación laboral; reforma del sistema jubilatorio, con haberes de hambre; desempleo récord; aumento exponencial de la deuda externa. Como no podía ser de otro modo, la Convertibilidad terminó implosionando, en medio de la peor crisis económica y social que padeció la Argentina. Y el pueblo, con el glorioso Argentinazo, por primera vez en la historia echó a un presidente hambreador y entreguista.
En consecuencia, muy lejos de ser una panacea, la dolarización de la economía nacional profundizaría hasta extremos inconcebibles la dependencia económica y política de nuestro país, en particular con el imperialismo yanqui, provocando la ruina de gran parte de la producción nacional, en especial de la pequeña y mediana empresa, y agravando sobremanera la acuciante situación económica y social que ya sufren amplios sectores populares.
Se puede y se debe fortalecer el peso
La Argentina no está condenada a padecer una elevadísima inflación crónica, o a bajarla a través de una dolorosa recesión con elevado desempleo, que ponga tope a la misma por el desplome de la demanda. Mucho menos, a tener que renunciar a su soberanía monetaria con la dolarización. Es posible y necesario transitar otro camino, a favor de las grandes mayorías populares y de los intereses nacionales.
Para combatir la inflación galopante en nuestro país y fortalecer nuestra moneda son necesarias medidas a favor de la producción nacional y del empleo, que pongan fin a la especulación y al saqueo de una minoría privilegiada de grandes terratenientes, monopolios imperialistas y locales. Las medidas más inmediatas en ese sentido deberían comenzar por un estricto control sobre los monopolios formadores de precios; una reforma monetaria que castigue la especulación y permita volcar esos recursos a la producción; una reforma tributaria progresiva para que paguen proporcionalmente más los que más tienen; el aumento de las retenciones a los más ricos del campo, con una segmentación de las mismas a favor de los pequeños y medianos productores, que contribuya a desacoplar los precios internos de los internacionales; la nacionalización del comercio exterior para garantizar la correcta administración de los dólares; la suspensión e investigación de la deuda pública, que desde hace décadas se ha convertido en una pesada carga sobre las espaldas del pueblo argentino.
Tomás Páez es Economista. Integra el Grupo de Estudios de la Realidad Económica y Social (Géres). NOTA: el análisis volcado en este artículo es a título individual y no necesariamente refleja las opiniones del grupo.
[1] La base monetaria (en pesos) está compuesta por los billetes y monedas (emitidos por el Banco Central y puestos en circulación) en poder del público y de las entidades financieras, y por los depósitos en pesos de las entidades financieras en el Banco Central (también conocidos como encajes bancarios).
[2] Los pasivos remunerados del BCRA son títulos de deuda que emite la autoridad monetaria con el objetivo de regular la cantidad de dinero en la economía. Actualmente, el 99,4% de los pasivos remunerados corresponden a pases pasivos, que son instrumentos de cortísimo plazo (un día), mientras que prácticamente ya no quedan las célebres LELIQ, que contaban con plazos muy superiores (se produjo un cambio masivo de LELIQ por pases pasivos). Estos títulos de deuda, en manos de los bancos, respaldan gran parte de los depósitos en pesos que administran (equivalen al 55% de los depósitos totales en los bancos). Por ejemplo, un banco capta un depósito privado (puede ser un plazo fijo tradicional) y paga una tasa de interés; si no consigue prestar al sector privado el dinero correspondiente al depósito, puede “prestarle” ese dinero al BCRA (también a cambio de una tasa) adquiriendo pases pasivos, que pasan a ser la contrapartida del depósito en pesos.
[3] El BCRA se creó en 1935 durante la denominada década infame, en el contexto de la gran crisis económica del sistema capitalista que se había desatado con el crack de Wall Street en 1929. Una importante fracción de la oligarquía terrateniente en el poder apelaba al dirigismo estatal de la economía, buscando adaptarse a las nuevas condiciones mundiales y regionales. Así se modificaba el sistema anterior de caja de conversión, que se había mostrado insuficiente para evitar la fuga de oro durante las crisis, y cuya rigidez impedía el manejo de la política monetaria durante las épocas de convertibilidad, mientras que fomentaba la emisión descontrolada en momentos de inconvertibilidad de la moneda. En la elaboración del proyecto tuvo un rol destacado Raúl Prebisch.
[4] Esto implica que los bancos captan depósitos y otorgan créditos por cuenta y orden del BCRA.
[5] Aunque los desembolsos han tenido demoras significativas por incumplimiento de metas.
[6] La cuenta corriente del balance de pagos refleja todas las transacciones en bienes, servicios, rentas y otras transferencias, que tienen lugar entre residentes y no residentes. Así, en nuestro país, el resultado de la cuenta corriente depende del saldo comercial de bienes y servicios, la remisión de utilidades y dividendos de empresas locales al exterior, y el pago de intereses de la deuda externa pública y privada.
[7] El balance de pagos (o balanza de pagos) resume sistemáticamente las transacciones económicas entre los residentes de un país y el resto del mundo. En otras palabras, refleja las cuentas externas de un país. Se compone de la cuenta corriente y la cuenta capital y financiera; como resultado arroja la variación de las reservas internacionales en poder del BCRA.
[8] Es cierto que las exportaciones argentinas han acusado un magro desempeño en términos de cantidades durante los últimos 15 años, quedando muy sujetas, por la composición primarizada de las mismas, a la lluvia y a las fluctuaciones de los precios internacionales. No obstante, estos en general han distado de ser desfavorables en las últimas tres décadas para nuestro país. De todos modos, los factores centrales que hacen al recurrente déficit de las cuentas externas hay que ubicarlos principalmente por el lado de la salida de esos dólares.
[9] Esta cifra refiere a la salida de divisas (centralmente dólares) del sistema financiero local. Comprende a la formación de activos externos neta del sector privado no financiero (compra neta de dólares billete y transferencias al exterior) informada por el BCRA menos la variación de los depósitos en dólares.