Por Julia Sandanella*
Es muy difícil escribir sobre “Catedrales” sin spoilear. Probablemente no diga nada que se haya dicho ya, pero con este libro vale la pena intentarlo.
Claudia Piñeiro es de esas escritoras que, en mi humilde opinión, pasarán a la historia y conseguirán, como pocas mujeres, formar parte del canon legitimado por “la Academia”. Sucede que, además de ser excelente escritora, es de esas autoras que no sólo producen textos interesantes, atrapantes, entretenidos, sino que compone personajes con una gran complejidad psicológica (les invito a leer “Tuya” pensando en la mujer rota de Simone de Bouvier). Y lo hace de una manera tan característica, tan visceral, que, al mismo tiempo, quedan reflejadas las contradicciones particulares del momento social y político que nos atraviesan a las personas de carne y hueso, las de la vida real. “Catedrales” es un excelente ejemplo: todes podremos identificarnos con alguno de sus personajes o, como mínimo, si somos capaces de sensibilizarnos ante las injusticias más grandes, sentiremos empatía.
Muches tienen a Claudia Piñeiro como una escritora “para mujeres”. Pero Piñeiro no escribe para las mujeres, sino que escribe porque es mujer, desde ese, su propio lugar. Por eso sus novelas son tan valiosas: expresan eso que las mujeres conocemos tan bien, esa marca que nos condena, que tantas veces nos quieren hacer creer que nacimos con ella, y que los varones, nada más (y nada menos) que por haber nacido varones, por mucha empatía y sensibilidad que tengan, es difícil que puedan comprender. Con esto no estoy afirmando que los hombres no tengan sus propias contradicciones y no padezcan la construcción de la masculinidad y los mandatos que ello acarrea. Para eso, Alfredo Sardá, un profesor de historia, padre de familia ejemplar, nos dejará asomarnos en su psiquis a medida que avancemos en la lectura. Pero no podemos igualarlos(nos), porque no son ellos quienes sufren lo más cruento de este sistema, sino que, justamente por su sexo biológico, se les asigna el lugar de opresor mientras que las mujeres somos las oprimidas.
Estamos en una época en la que, gracias a las inmensas luchas que hemos librado, muchos varones logran sensibilizarse y hacen un gran esfuerzo por comprender lo que transitamos las mujeres y por cuestionar su propia masculinidad. “Catedrales” es un aporte en este sentido: Piñeiro logra poner en palabras los sentires, las contradicciones, los dolores que las mujeres experimentamos tantas veces por nuestra condición de género.
A diferencia de gran parte de la literatura, el título se nos revela bastante rápido y la típica pregunta de comprobación de lectura de escuela secundaria pierde sentido. Esa necesidad de explicarnos por qué el/la autor/a eligió llamar así su novela, que tantas veces motiva la lectura, se agota rápido. Es que Claudia Piñeiro no necesita sostenernos la intriga con el título porque logra dibujarnos mucho más que catedrales. Incluso, en un primer análisis, apresurado, esas catedrales parecen casi accesorias: son el elemento que vincula o entreteje la historia de algunos personajes, y un enigma o una fachada para aquellos que no comparten ese código. Elemento que, con facilidad, podría intercambiarse por algún otro objeto.
Sin embargo, cuando esquivamos esa superficialidad y ahondamos en el (los) relato(s), es más que evidente la carga significativa de aquellos monumentos históricos de la iglesia católica. No son un simple recorrido dibujado en un mapa de Europa, sino que son, de algún modo, una línea que traza la ruta que debemos recorrer en la lectura para dar con las respuestas a la infinidad de preguntas que ya desde el primer capítulo nos desbordan y que no paran de sucederse y de mutar.
En esta obra, la autora logra tensar al máximo las contradicciones que surgen en las entrañas de una familia católica modelo, compuesta por un matrimonio con tres hijas excepcionales: a partir de la muerte de Ana, tres generaciones, en treinta años, se cuestionarán su fe cristiana. Carmen, la mayor, será la que permanentemente reafirme su credo. Lía, la del medio, será la que enfrente a su familia y se rebele, cortando de cuajo con su vida en Adrogué y empezando de cero en España. Ana, la menor, será la que, perdiendo la vida con tan sólo diecisiete años, divida las aguas en la familia. Y la que, con su historia, nos hará sentir que se nos desgarra el corazón.
Quizás piensen “qué exagerada Julia”. Pero no. Piñeiro en tan sólo 336 páginas, nos lleva por una montaña rusa emocional repleta de caídas libres. Un padre pasa treinta años intentando encontrar explicación a la muerte de su hija para así recomponerse y tratar de reconstruir la poca familia que le queda; buscando la verdad, esa verdad que les permita ser libres. Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia…
Pero para poder conocer, para poder arrojar luz a esa oscuridad en la que quedaron estancados los Sardá, es necesario remover los secretos más profundos y mejor enterrados. Secretos que interpelan al lector pero, principalmente, a LA lectora: Ana, Lía y Carmen somos, en algún punto, todas las mujeres. No me animo a sostener una generalización tan grande como para decir que todas las mujeres somos, al mismo tiempo o en distintas etapas de la vida, las tres hermanas. Pero sí, creo, todas podremos, en algún punto, identificarnos con ellas, reconocernos, incluso en los aspectos más oscuros para, desde allí, continuar reflexionando y avanzando. Porque “Catedrales” no hace nada más (y nada menos) que reflejar lo que implica nacer y ser mujer en esta sociedad – sociedad que ha ido cambiando y en la que hemos logrado grandes avances pero en la que, al fin y al cabo, encontramos miles de Lía, miles de Carmen y, lamentablemente, miles de Ana-. Los roles, los estereotipos, la moral, la forma de vincularnos, lo que se esperaba de nosotras (o espera, dependiendo de nuestro ambiente cotidiano), el deseo, el amor, los proyectos de vida -si nos queda vida…-
En el medio de una marea verde que parece imparable y que, a partir del proyecto aborto legal puso en discusión absolutamente todo lo que implica nacer y ser mujer en este sistema capitalista patriarcal, “Catedrales” refleja en cada personaje una arista distinta de ese debate tan complejo que nos atraviesa. Invita a conocer sin juzgar la mirada del otre para aproximarnos y poder argumentar desde las distintas experiencias. Enoja, deja el estómago hecho un nudo, el cuerpo cargado de bronca y la cabeza explotando de ganas de organizarse, de llenar los talleres de los Encuentros para sanar las opresiones y copar las calles para seguir conquistando derechos. Deja el corazón latiendo, vibrando, dispuesto a cambiar todo lo que tenga que ser cambiado para no padecer nunca más, para ser realmente libres, para tirar el patriarcado abajo y que ninguna de nosotras tenga que perder la vida en el intento por elegir su propio camino. Que no haya más Anas sufriendo lo más crudo de la violencia patriarcal, que no haya más Lías con el corazón destrozado por la impunidad de un sistema que descarta nuestras vidas, y que no haya más Cármenes, encarnando y reproduciendo lo más cruel del patriarcado, no desde el deseo propio sino desde el deber ser.
Es fácil, en lo discursivo, pararse del lado feminista de la vida, sentirse hermanada o “aliado”. Sin embargo, no hay lecturas académicas ni manifiestos que sean suficientes para que lo seamos: es necesario revisar y reflexionar constantemente sobre las propias prácticas y las ideas que reflejan nuestras acciones. Al fin y al cabo, no habrá Ni una menos, no terminará la violencia de género, no habrá igualdad, mientras exista el patriarcado, porque nacemos, nos criamos y nos desenvolvemos en él. Y no se va a caer el patriarcado si no lo tiramos abajo junto con el capitalismo.
Esta novela nos invita a conocer esos personajes en profundidad para intentar entender qué los lleva a actuar, pensar o sentirse de determinada manera. Y, aunque con seguridad podamos sostener que actuaríamos, pensaríamos y nos sentiríamos de otra forma, creo que aporta a la reflexión, porque de algún modo nos aproxima a conocer la horma de los zapatos ajenos y porque, más allá de las grandes diferencias y de las grandes conquistas y avances que hemos logrado las mujeres, cada personaje pone a flor de piel su subjetividad. Subjetividades que se presentan bien diferenciadas pero que no hacen más que reflejar la complejidad que somos las personas, porque en cada uno de ellos podremos reconocer algún rasgo propio. “Catedrales” es un relato que nos pone a prueba: ¿quién nos genera empatía? ¿Con cuál nos enojamos? ¿A quién le creemos? Pero, aún más importante, ¿a quién juzgamos?
Podemos adentrarnos a la literatura de manera colectiva, grupal, a través de talleres, en la escuela o en grupos de lectura. Pero históricamente ha sido un acto individual, y al encontrarnos con autoras como Claudia Piñeiro que nos interpelan en cada renglón, accedemos a una suerte de terapia que queda circunscripta al plano de lo privado hasta que, en nuestro proceso, encontremos las palabras para ponerlo en común. Esta autora refleja a la perfección en su narrativa por qué las mujeres vivimos con miedo, por qué estamos hartas, llenas de bronca y por qué copamos los espacios colectivos –la calle, las plazas, las aulas, las fábricas- para hacer público lo privado al grito de “Ni una menos”
Leer “Catedrales” fue como escuchar los testimonios de tantas mujeres que pasaron por los talleres de los Encuentros Nacionales de Mujeres, en toda su diversidad. Porque todos los años nos encontramos con miles de Lías y Cármenes. Y con todas las Anas que consiguen sobrevivir. Y lloramos, cantamos y marchamos por todas las Anas que no, por todas las Anas que nos arrancó y nos sigue arrancando este sistema. Lloramos, cantamos y marchamos asumiendo la responsabilidad de organizarnos en cada lugar, de renovar ese compromiso de lucha todos los años y de seguir haciendo crecer ese espacio tan valioso que ni Carmen, ni Lía, ni Ana pudieron tener.
*Julia Sandanella es técnica en Comunicación Social (UNC) y profesora de Lengua y Literatura. Feminista y patagónica. Actualmente reside en la ciudad de Puerto Madryn (Chubut)