*Por Luciano Moretti
Remachar la dependencia
Actualmente Argentina se encuentra rediscutiendo un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El gobierno argentino sostiene que es “el mejor acuerdo” al que se podía llegar y que esto nos permitirá crecer y exportar más para poder salir de este problema.
Es importante comprender que el FMI, como institución, es la expresión económico-política encargada de garantizar el funcionamiento del sistema financiero internacional. Este correcto funcionamiento posibilita que las empresas monopólicas de los países imperialistas puedan realizar negocios y superganancias en cualquier país, contando con ciertos respaldos o resguardos. Así, el directorio del FMI está bajo control de un conjunto de países imperialistas de los cuales EE.UU. es el socio mayoritario. Para cumplir su misión, el FMI se encarga de que los países posean la “suficiente liquidez” para ser sometidos al saqueo por parte del capital trasnacional. Sin el flujo suficiente de divisas y sin la libertad de circulación de las mismas entre las naciones, los capitalistas corren el riesgo de que sus inversiones y ganancias queden “atrapadas” en un solo país. Es por eso que, en el caso de la renegociación de la deuda argentina el miedo más grande de los empresarios, los terratenientes y de actores políticos de peso en ambas coaliciones, es caer en la “cesación de pagos”.
Reconocer la deuda y sus compromisos implica, inexorablemente, reafirmar el modelo agro-minero-exportador, aumentando las exportaciones (para eso es necesario aumentar la producción de aquellos bienes y servicios que demanda el mercado internacional, en el caso de Argentina mayoritariamente productos primarios como la soja, minerales e hidrocarburos). Esto, junto con el paquete de ajuste de recorte del gasto público, liberará mayores cantidades de materias primas y alimentos para los países centrales en un contexto inflacionario mundial producto de la recuperación económica post-covid y de la guerra en Ucrania. Una mayor presión extractivista implica una depredación mayor de nuestros bienes comunes, una mayor contaminación de nuestros ambientes y la creciente criminalización de las luchas de los pueblos que resisten este tipo de proyectos. Todo esto sumado a una economía mundial al borde del colapso sistémico producto de la creciente externalización de pasivos ambientales que amenaza con terminar con las condiciones materiales de existencia de la civilización humana.
Por el lado de los actores locales, la oligarquía terrateniente, la burguesía intermediaria y financiera, quienes controlan estos segmentos de la producción, celebran el acuerdo con el FMI como una victoria, dado que el mismo les permitirá aumentar la producción (y sus superganancias). La aprobación del acuerdo les garantiza a estos grupos que se reafirma el rumbo económico del gobierno de sostener este modelo productivo. En poco tiempo veremos cómo se direccionan los escasos recursos públicos en obras que esos sectores demandan.
Luego de que el presidente Alberto Fernández anunciara el acuerdo con el FMI, el ministro de Economía, Martín Guzmán, detalló los principales puntos del entendimiento logrado, que demandará un programa de dos años y medio. El Fondo efectuará revisiones trimestrales de las metas acordadas y desembolsos de dinero que la Argentina utilizará para cancelar el acuerdo contraído por el gobierno de Macri y que supone para la Argentina una deuda de alrededor de US$ 44.500 millones. Luego, se abrirá un período de 10 años para cancelar esa refinanciación, que comenzaría en 2026.
Esta renegociación nos somete a revisiones periódicas por parte del FMI (diez visitas del organismo durante los próximos tres años). No se extienden los pagos a futuro, sino que nos otorgan financiamiento a “cuenta gotas” para que podamos hacer frente a los vencimientos por venir, por lo que recién se comienza a pagar los intereses, las sobretasas y el total de la deuda a partir de 2026. Esto tiene el problema que los vencimientos de deuda con el FMI coincidirán con el plazo de renegociación con los bonistas privados, por lo que el problema del default sólo se aplazó por un par de años. El hecho más grave del acuerdo es la convalidación de la estafa (incluso admitida) realizada por la gestión de Mauricio Macri. A su vez, el gobierno ha abandonado la discusión respecto a las sobretasas que el FMI cobra a los países sobre endeudados, mediante las cuales el Fondo se capitaliza como si fuera un banco privado.
Aparentemente el acuerdo (veremos cuando se conozca la “letra chica”) no se realiza a contrapartida de reformas estructurales de la legislación argentina (privatización de activos públicos, reformas laborales y jubilatorias regresivas, desregulación de mercados financieros). Aunque debemos afirmar que ya se hicieron ajustes en la formula jubilatoria en perjuicio de los jubilados ni bien iniciada la actual gestión. La oposición de JxC dice ahora que “ellos hubieran negociado en 5 minutos”. No podemos ni imaginar el nivel de entrega que eso hubiera implicado. Además, ahora se acordaron que debe pasar por el Congreso y agitan esa consigna cuando ellos nos endeudaron con el FMI sin discutirlo con nadie. Es importante saber, que, respecto a la discusión del acuerdo en el Senado, es una exigencia de los negociadores del Fondo que quieren que todos los actores principales de la política convaliden el acuerdo.
El gobierno afirma que esta fue una negociación dura pero exitosa. Sin embargo, en este pre-acuerdo no figuran casi ninguna de las exigencias centrales que el gobierno fue planteando en estos dos años, a saber: No va a existir ningún tipo de quita de capital a pesar de que el mismo Fondo reconoció que el préstamo fue para la fuga de capitales, tampoco habrá condonación parcial, no se logró estirar los plazos a 20 años (como dijo en su momento CFK y Wado de Pedro), no se logró eliminar sobre tasas del 4% que pagamos por recibir un crédito extraordinario, tampoco va a existir ningún tipo de canje de deuda por acción climática, por último se solicitó estirar el plazo de la meta déficit cero a 2027, lo cual no se logró. El FMI y el gobierno habían prometido que habría nuevos desembolsos y préstamos de otros organismos financieros para realizar obras de infraestructura, eso por ahora no se nombró.
Como observamos, las “soluciones” que plantea el gobierno sólo contribuyen a profundizar el problema de fondo que son la dependencia financiera y tecnológica de la argentina como resultado de su estructura productiva desequilibrada. Sin romper con los mecanismos de la dependencia no hay salida posible, y cualquier acuerdo con el FMI sólo pospone un inevitable default. Para comprender esto, proponemos un breve recorrido sobre el funcionamiento de la economía capitalista mundial y del lugar que ocupan los países dependientes y periféricos en la misma.
El sistema imperialista y la deuda
Como punto de partida debemos comprender que, el sistema capitalista es y siempre fue una economía mundo. Una economía-mundo es una gran extensión geográfica en la cual existe una división del trabajo, y, por lo tanto, un nivel significativo de intercambio comercial de mercancías, así como flujos de capital y trabajo (Wallerstein 2004). En su espacio geográfico operan cadenas de producción, las cuales a través del comercio proveen diversas mercancías (tanto insumos como bienes finales) y organizan diferentes dotaciones de recursos naturales, capital y trabajo que explican las desigualdades espaciales económicas y sociales entre los países. Dichas cadenas se dividen en actividades núcleo (o centrales) intensivas en capital y con alto contenido tecnológico, y en actividades periféricas, generalmente intensivas en trabajo y asociadas a la extracción o procesamiento de materias primas (Hopkins and Wallerstein 1994). Así encontramos que existen economías centrales y economías periféricas que cumplen distintas funciones al interior de una sola economía mundial. Una de las características distintivas de una economía-mundo es que no está integrada bajo una estructura política unitaria. Por el contrario, existen multiplicidad de estructuras jurídicas políticas en el sistema. Lo que mantiene unida a esta estructura heterogénea es la división del trabajo que la constituyó en un primer momento.
Esta lógica de centro-periferia opera sobre un eje divisorio de la producción dentro de la economía-mundo capitalista entre los productores dedicados a actividades centrales y aquellos dedicados a actividades periféricas. Centro-periferia es un concepto relacional. Lo que divide a ambas actividades es el nivel de rentabilidad de cada proceso productivo. Dado que la rentabilidad está directamente ligada al grado de monopolización, lo que se entiende por actividades centrales son aquellos procesos productivos controlados por pocos productores, es decir cuasi-monopolios u oligopolios. Por su parte, los procesos periféricos son aquellos verdaderamente competitivos.
Las desigualdades económicas entre los distintos espacios que conforman la economía-mundo se producen en el intercambio comercial, los productos con mucha competencia se encuentran en posiciones de debilidad. Como resultado, existe un flujo constante de excedente desde los productores de la periferia hacia los productores del centro. Esto se llama intercambio desigual y se expresa a través de las diferencias de productividad, la remuneración del trabajo y la atomización de la oferta de los productores de la periferia.
Las economías centrales generalmente son (o han sido en el pasado reciente) países imperialistas. Durante el período colonial los países europeos diseñaron un sistema en el cual dependían de la extracción de riqueza de las colonias para garantizar su crecimiento, desarrollo y su participación en la economía mundial. Por ejemplo, la revolución industrial que tuvo su epicentro en Gran Bretaña necesitó del algodón que se producía en las colonias americanas sobre la base de trabajo esclavo traído del continente africano. Así es imposible entender la industrialización de los países de altos ingresos sin hacer referencia al patrón de extracción de recursos de la periferia que lo apuntaló (Frank 1998).
El sistema colonial imperial era el contexto perfecto para el desarrollo de la economía de mercado capitalista en Europa. Por un lado, proveía de trabajo y mercancías prácticamente gratis a los países centrales, que luego podrían ser utilizadas en el proceso de manufactura reduciendo el costo de los factores de producción, o ser revendidos en el mercado internacional para equilibrar la balanza comercial. Por el otro lado, les garantizaba a los capitalistas europeos el acceso a mercados a disposición en los cuales colocar el excedente de producción que no podían realizar en otros mercados más competitivos. La extracción de materias primas y alimentos gratis desde la periferia permitió la rápida urbanización e industrialización de las naciones europeas mediante el desplazamiento de los trabajadores desde el campo hacia la ciudad. Las colonias de poblamiento en América del Norte, Australia y Nueva Zelanda constituyeron espacios en los que relocalizar población “excedente” que no encontraba trabajo en las nacientes industrias (Patnaik and Patnaik 2021).
Estos “servicios” que prestaban las colonias a los países centrales, tales como mantener o reducir los costos de producción de los suministros necesarios para la producción industrial a la vez que mantener mercados cautivos que funcionaban como mecanismos contra cíclicos frente a la caída de la demanda agregada de los países capitalistas fueron centrales en la acumulación de capital necesaria para motorizar la industrialización. Bien señalaba Rosa Luxemburgo que, la única forma de estabilizar el sistema capitalista era mediante su avance sobre economías pre-capitalistas, de ahí que el imperialismo sea la fase superior del capitalismo como señalara Lenin.
Desarrollo, comercio desigual y deuda externa en el siglo XX
Luego de la descolonización gracias a las luchas de liberación nacional que sacudieron al mundo durante todo el siglo XX, la extracción de riquezas desde la periferia continuó con nuevos mecanismos. El comercio desigual, las inversiones extranjeras directas y la deuda externa son tres de los mecanismos que el sistema posee para continuar con el drenaje de recursos y riquezas en favor del centro. Las economías de ingresos altos continúan apropiándose del trabajo y los recursos de la periferia. En 2015 esto equivalió a 10.1 miles de millones de toneladas de materias primas (un 50% del consumo total de países desarrollados), y 182 millones de años de trabajo por persona. La periferia ha sufrido pérdidas anuales de 14.000.000.000.000 (1.4 billones) a través del comercia desigual, 486.000.000.000 (486 billones) en repatriaciones de ganancias, y 1.1 billones en flujos financieros ilícitos, en total suma 3 trillones. Esto sucede porque los precios son sistemáticamente más bajos en la periferia que en el centro. Los salarios de la periferia son en promedio 1/5 del nivel salarial del centro. Por cada unidad de trabajo incorporado y recursos que el sur importa desde el norte, deben exportar muchas más unidades para pagarlo (Hickel, Sullivan, and Zoomkawala 2021).
Desde mediados de siglo, y luego de la descolonización, los nuevos gobiernos nacionales que se instalaron en las excolonias condujeron políticas de desarrollo económico centrados en la industrialización y en la mejora del ingreso de los asalariados de sus países. Para llevar adelante estas políticas, las economías de la periferia necesitaban generar una enorme cantidad de ahorro para sostener el nivel de inversión de industrias intensivas en capital. Dado que, las economías periféricas están sujetas al mecanismo de drenaje que les impone el intercambio desigual sufren de déficits crónicos y cíclicos en sus balanzas de pagos. Es decir que, las exportaciones no alcanzan para cubrir las importaciones, muchas de ellas insumos claves para los nuevos sectores industriales. Esto es una forma de dependencia financiera tecnológica que se impone sobre las periferias. Para sortear este problema se recurrió al llamado de inversiones extranjeras directas y eventualmente a la toma de deuda externa con organismos internacionales de crédito.
En su gran mayoría estas estrategias de desarrollo fueron impugnadas por los países imperialistas y por las clases dominantes locales asociadas al comercio y los negocios con las burguesías de los países imperialistas (en muchos casos mediante dictaduras sangrientas o intervenciones militares). Sin embargo, a pesar de esta puja, para la década de 1970 la mayor participación de los asalariados de la periferia en las ganancias y su mayor poder de consumo generaron procesos inflacionarios en los países centrales. Esto fue muy evidente durante la crisis que sacudió a las economías centrales producto del alza en los precios del barril de petróleo. Además, la recuperación de la economía alemana y de los países del Este asiático como Japón y otros, generó una mayor competencia por colocar los productos manufacturados generando una caída de la demanda agregada que, combinada con el aumento de los precios de insumos claves, generó un ahorcamiento de la tasa de ganancia de los grandes monopolios. Al no disponer de insumos gratis desde la periferia por la pérdida del dominio colonial y al no contar con mercados cautivos a disposición las economías centrales entraron en un proceso de estancamiento económico con inflación. La espiral inflacionaria amenazaba con impugnar el predominio del dólar como moneda de reserva internacional.
La respuesta a este problema por parte de los países imperialistas comandados por Estados Unidos fue la ofensiva neoliberal. Debido a la debilidad externa y a los déficits crónicos que presentaban los países periféricos y dependientes, los organismos financieros internacionales pudieron imponer las políticas de ajuste estructural promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estas recetas han implicado el recorte del gasto público, los salarios estatales y la pérdida de derechos laborales, reduciendo la capacidad del sector público para incentivar la demanda. Dichas políticas de ajustes cumplen con dos funciones, por un lado, al reducir el poder de compra del Estado y al recortar los salarios reducen el poder adquisitivo de las economías como un todo por lo que cae el poder de consumo “liberando” una mayor cantidad de bienes para la exportación (que de otra forma habrían sido consumidos por el sector asalariado). Esto se conoce como deflación de ingresos. Por el otro lado, el desmantelamiento de las políticas de incentivo y protección a la industria, así como de los subsidios (debido al recorte del gasto público) generan un proceso de desindustrialización que profundiza la pérdida de poder adquisitivo de los asalariados y aumenta la demanda de productos que deben ser adquiridos en los países centrales. Así se logra reducir la inflación de insumos y la caída de la demanda agregada en el centro a la vez que se perpetua la extracción de recursos de la periferia.
Conclusiones
El gobierno y el FMI sostienen que al evitar el default y plantear un programa económico “serio” que equilibre los valores macroeconómicos se otorga un sendero de previsibilidad para los negocios y las inversiones. Sin embargo, las revisiones trimestrales a las que nos somete el FMI generaran presiones devaluatorias constantes frente al peligro de que el organismo decida cortar el financiamiento en caso de que no se esté cumpliendo con sus exigencias. La presión devaluatoria proviene de los monopolios exportadores, grandes terratenientes y sector financiero que son quienes determinan el tipo de cambio. Este punto se encuentra ligado directamente al modelo agroexportador como señalamos previamente.
Sin mediadas que apunten a resolver la dependencia financiera y tecnológica que revierta la especialización productiva del país en la exportación de recursos naturales los desbalances en la balanza de pagos continuarán. Las políticas del gobierno y el FMI sólo lograran el superávit a costa de un ajuste y su consecuente recesión económica, materializando la deflación de ingresos de las clases populares y aumentando las exportaciones de recursos naturales. El excedente de esa ecuación ira a parar al pago de la deuda externa.
Este escenario de acuerdo no hace más que remachar la dependencia de la economía argentina con los mercados internacionales, fortalecer el poder de negociación de actores concentrados que controlan palancas claves (como terratenientes o el sector agroexportador) como acabamos de ver con el no aumento de las retenciones, impide al país tener una política soberana respecto al manejo de sus recursos financieros y nos estira la agonía del pago de intereses, sobretasas y capital de la deuda por años lo que constituye un drenaje permanente de riquezas que no podrá ser utilizado para atender la enormes emergencias sociales de nuestro pueblo.
Además, perpetua la extracción de recursos y riqueza de nuestra economía en favor de los países centrales, profundizando la depredación del ambiente y la presión eco-sistémica e impidiendo la implementación de políticas de mitigación de la emisión de gases de invernadero o de transición energética hacia un matriz más limpia, ambas necesarias en términos climáticos-ambientales y en las posibles ramificaciones en empleo que podrían generar.
Si bien, como señalamos anteriormente el gobierno se “comprometería” a no llevar adelante una reforma laboral ni jubilatoria, la piedra de toque sigue estando en el valor de los salarios. Mientras que en 2015 el salario promedio valía U$D 500 hoy se encuentra en valores de USD 233. La clase trabajadora perdió más del 50% del valor de su salario, sumado a la inflación que carcome el poder adquisitivo de los hogares y ese es el problema principal. Llevamos cuatro años de caída sistemática del poder real de los salarios. Las jubilaciones y pensiones atraviesan una situación similar. La mínima está en niveles de indigencia.
Que el FMI entendiera que es importante mantener el gasto social no es un elemento nuevo. Al gobierno de Macri también le permitió aumentar las partidas sociales. Esto generó la idea de que “el Fondo cambió”, que ahora entiende la importancia de la política social. Esto es una vil mentira, lo único que entiende el Fondo es que necesita de “gobernabilidad” (estabilidad política y social) para que el país pueda hacer frente a sus obligaciones y por eso es más laxo con el gasto social. Sin embargo, aunque el gasto social es sumamente importante en el contexto de emergencia en que se encuentra el país, lo que verdaderamente necesita cambiar es el plan económico. Debemos poner en el centro dos elementos: la generación de empleo y la reducción de la desigualdad social. Sin estos dos horizontes podrá haber recuperación económica (como la hubo durante el 2021) pero esta no llegará a la gran mayoría de los hogares.
*Luciano Moretti es Licenciado en Ciencia Política. Doctorando en Estudios Sociales. Universidad Nacional del Litoral.
Referencias:
Frank, André Gunder. 1998. ReOrient: Global Economy in the Asian Age. Berkeley: University of California Press.
Hickel, Jason, Dylan Sullivan, and Huzaifa Zoomkawala. 2021. “Plunder in the Post-Colonial Era: Quantifying Drain from the Global South Through Unequal Exchange, 1960–2018.” New Political Economy 26(6):1030–47. doi: 10.1080/13563467.2021.1899153.
Hopkins, Terrence, and Immanuel Wallerstein. 1994. “Commodity Chains in the Capitalist WorldEconomy Prior to 1800.” in Commodity chains and global capitalism. Praeger Publishers.
Patnaik, Utsa, and Prabhat Patnaik. 2021. Capital and Imperialism: Theory, History, and the Present. Monthly Review Press.
Wallerstein, Immanuel. 2004. World-Systems Analysis: An Introduction. Duke University Press.
Foto: Reuters