*Por Juan Mathias
Hay un botón, en las PC de escritorio que sirve para resetear la máquina. El concepto de “reset” se aplica comúnmente a la Unidad Central de Procesamiento (CPU), el cerebro que la controla. Cuando reseteamos una CPU, esta vuelve a su estado inicial, como si acabara de ser encendida.
Es como si la CPU luego de una crisis o confusión, se “despertara” y comenzara a procesar información desde cero, siguiendo las instrucciones de inicio del sistema. Este proceso se utiliza para solucionar errores, aplicar cambios de configuración o simplemente iniciar el sistema operativo.
Esta explicación técnica, aplicable incluso a un teléfono celular, puede extrapolarse casi literalmente a la política actual de Argentina tras el triunfo de Javier Gerardo Milei en las elecciones nacionales de noviembre de 2023.
Quienes fiscalizamos mesas de votación en aquel balotaje, fuimos testigos de una “lluvia de boletas violetas” que desbarató la premisa inicial con la que habíamos comenzado ese día: “Este loco es imposible que pueda ganar”. Pero ganó, y en apenas 18 meses, Milei ha cumplido gran parte de sus promesas, salvo algunas excepciones como la venta de órganos o la quema del Banco Central, que parecían más destinadas a la polémica que a la realidad. El resto, en su mayoría, se ha puesto en marcha. Entonces, desde ese día se produjo un reseteo en la política nacional. Un volver a empezar para corregir errores, y tratar de entender como seguir. Un nuevo comienzo que no implica olvidarse lo viejo, pero si inevitablemente pensar nuevas herramientas de análisis y de organización para entender que pasó y a donde vamos.
Cuando reseteamos una computadora, además de lo que ocurre internamente en ese momento, el proceso suele estar precedido por un funcionamiento lento, trabado, o una falta de respuesta. Esta analogía encaja perfectamente para graficar el Gobierno de Alberto Fernández.

La “Pos-Vicentinización” de la Política
Para comprender la realidad social de junio de 2025, es crucial analizar el gobierno del Frente de Todos en el período 2019-2023. Todavía no dimensionamos la esperanza que Alberto Fernández logró generar en una parte de la población, y mucho menos, la profunda desilusión en la que terminó.
Inicialmente, el 48% que lo votó comprobó que el gobierno de Macri no resolvía los problemas de fondo de los argentinos, especialmente la inflación, que se había duplicado. Pero la desilusión se acentuó cuando la pandemia de COVID-19 se hizo carne y Alberto apareció como una figura paterna para una Argentina sumida en el miedo y la incertidumbre. Por algunas semanas, el país depositó su confianza en él como capitán de un barco a la deriva global. Supo pararse en la proa, mirar al frente y unir diferentes sectores en un punto común, logrando, aunque por poco tiempo, priorizar la contradicción principal como ningún otro en la historia.
Pandemia, que nobleza obliga, cambió de manera significativa nuestras vidas, mas allá de todo tipo de gobierno. No solo con la digitalización absoluta, sino ayudando al aislamiento cultural, que logró transgredir valores rotundamente. Principalmente en la psiquis de los mas jóvenes. La pandemia les cambió la vida a nuestros pibes.
Luego, por motivos que no son el foco de este escrito, su gobierno terminó como terminó. El fracaso de no poder avanzar desde el caso Vicentin en adelante generó, en el sector más afín en política, una alerta de que quizá ese “volver mejores” no estaba pasando. Pero la subestimación hacia las clases dominantes por el gobierno de Alberto, paso del “Vacunatorio VIP” a la inexplicable “Fiesta en Olivos” que terminó de consolidar, en la gente que tenía esperanza en él, una profunda sensación de desilusión, que primero se manifestó con dolor y luego con apatía.
Alberto se convirtió en un “chanta” que nos llenó de bronca, nos volvió apáticos, insensibles e indiferentes, pero sin duda fortaleció una cultura que hoy tiene un fuerte arraigo en la población gracias a las políticas de odio, meritocracia e individualismo que lleva como bandera el gobierno actual. Es similar a lo que ocurre con una traición, una estafa. La desilusión es enorme y luego cuesta volver a creer. Este fracaso de Alberto Fernández, sumado a la dificultad de un frente político que priorizó el loteo de cargos a un programa de fondo, coronó a Milei como presidente, en una cachetada de la que aún cuesta reponernos.
El Mago de la Rosada
Milei supo capitalizar muchas cosas en la sociedad, un fenómeno que ha sido objeto de análisis desde su asunción. Pudo abordar debates que no solo el gobierno de Alberto, sino también las bases militantes previas, no se atrevían a dar. Abordar temas de fondo o considerados tabú es clave para sostener su política comunicacional. Con una inteligencia y un desparpajo enorme, se atrevió a discutir, desde una visión totalmente unilateral, el sentido común. Logró quirúrgicamente extraer los debates que insensiblemente negábamos con la comodidad de quien desconoce la dialéctica, para ponerlos en el centro de la escena.
Para quienes nos apasiona la comunicación política, Milei es un libro abierto de novedades, transgresiones y disrupciones. Con el correr de los meses, empezamos a encontrar un hilo conductor en sus acciones, que sugieren una estrategia muchísimo más elaborada que la de un tuitero desubicado devenido en jefe de Estado. Muchos hablan que es un pichón de Steve Bannon, que viene analizando la nueva forma de comunicarse para desinformarse. Por eso su tipo de comunicación se centra en las redes sociales y en la militancia de “títulos” o “placas” que a menudo difunden información sesgada, aprovechando la sobreinformación fruto de la digitalización de nuestras vidas. Como señala el filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han, la digitalización y la sobreexposición han llevado a una saturación de información que, paradójicamente, socava la verdad y la credibilidad. Para Han, la información falsea los acontecimientos y la constante necesidad de nuevos estímulos erosiona la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso, contribuyendo a una profunda desconfianza. En su visión, la información ha ocupado el lugar de la verdad, y su fuerza centrífuga tiene un efecto destructivo sobre la cohesión social.

Esta cita nos invita a reflexionar sobre una sociedad profundamente digitalizada, especialmente después de la pandemia, donde es difícil discernir qué es real y qué no para el conjunto de la sociedad. Te bombardean con títulos irreales, te dan línea y te terminan de ganar los debates. Primero en las redes, y luego en las calles. ¿La universidad no se deja auditar? ¿El Garrahan está lleno de “ñoquis? ¿Los homosexuales son pedófilos? ¿Cristina se robó un PBI y lo tiene escondido en la bóveda de su marido? Como cuenta Roger Ailes, fundador de Fox News “La gente no quiere estar informada. La gente quiere sentirse informada”. El gran triunfo de Milei es haber comprendido el momento de la comunicación política, y, sobre todo, cómo se comunica la gente, qué cree y cómo elige la información para validar una idea preexistente, seguramente influida por esa misma información que, en un círculo interminable, le fue suministrada. Un meme circulando lo grafica muy claramente: una persona se queja a otra diciendo: “¡Cómo va a ser mentira lo que dice ese periodista si es exactamente igual a lo que pienso!”.
Este no es un trabajo que arrancó Milei, sino que logró, volvemos a decir, fruto de gravísimos errores económicos y políticos del gobierno anterior, capitalizar la idea que venían instalando los sectores de poder más enquistados en la Argentina, sobre el campo popular en general y el peronismo en particular. Vienen poniendo toda la maquinaria mediática hace muchísimos años, en denostar, quizá parados en algunas cosas reales, pero llevándolos a fondo para despojar de programa político y de seriedad al movimiento más grande y transformador de la argentina. “Kukas, vagos, chorros, planeros…” lograron fortalecer otro movimiento histórico quizá más grande aun: El antiperonismo
Pero aquí se abre otra cuestión: ¿Esta batalla cultural y de sobreinformación desinformativa está separada de la realidad económica? Claramente no. Milei puede sostener una batalla cultural mientras siga bajando la inflación y el dólar se mantenga planchado. Parte fundamental de su plan económico es llegar a octubre en estas condiciones. Después de las elecciones, ni Mandrake sabe qué pasará. Algunos creen que será inevitable una devaluación; otros, que Estados Unidos sostendrá su política con préstamos para seguir garantizando el “saqueo” y otros, que empieza una profunda venta de empresas estatales que le permitirá sostener esta política económica más allá de lo pensado. Falta para eso.
Esperando el impacto
Hasta ahora tenemos: desilusión en la población, apatía, desinformación, individualismo, tendencia a la polarización y nuevos valores culturales de una nueva época. Si creen que esto es un bajón, aún no terminamos.
Milei casi no encontró resistencia a sus políticas: ajuste, despidos, quita de planes sociales, desintegración de equipos de salud y educación, avasallamiento de libertades, entrega de recursos y cambios geopolíticos muy peligrosos, entre varias atrocidades más.
Pero encontró dos claves muy importantes: baja inflación con dólar barato y planchado. Sabemos a qué terrible costo, pero eso no es lo que está en discusión para una gran parte de la población que sintió cómo los últimos gobiernos y la “política” subestimaban su preocupación por el valor de las cosas. No saber dónde comprar o cómo la distorsión de precios le complicaban el día a día. Esa sensación, Milei la borró, le guste a quien le guste. Y si bien el tono puede gustar menos o se puede estar en desacuerdo con algún comentario desubicado, a la hora de elegir, mientras haya algo de trabajo, esta política, que ya vivimos en Argentina, cuenta.
Ahora, la pregunta sobre ¿por qué no estalla Argentina? Además de todo lo anteriormente citado, hay que agregar: ¿Cómo estallaría hoy? Si bien esto parece una mala remake de los 90, y vivimos las mismas sensaciones de esa época, sería un error pensar que la solución es la misma y que inevitablemente terminará como en 2001. Ni son los 90, aunque parecidos, ni las consignas, organizaciones y debates son los mismos. Copiar o trasladar con la cabeza de los 90 sería un gravísimo error, quizá el mismo que olvidar las enseñanzas de esa época.

Ahora … ¿Quién Dirige al Movimiento Obrero y Popular?
Según el Indec más del 55% de la población activa está en condiciones de trabajo precario o informal, sin contar con la modalidad monotributo que crece día a día.
En el 2004, teníamos más o menos 5 millones de trabajadores asalariados formales entre público y privado. A su vez había 4 millones de asalariados no registrados y unos 3 millones de cuentapropistas.
Esos 5 millones de asalariados formales se convirtieron en 8,5 millones en 2012. El salario real de estos trabajadores formales subió un 80%. Aumentó el empleo asalariado formal y el salario real.
A partir de 2012 el PBI se estancó. Entre ese año y el 2024 el crecimiento total fue del 0%. Los 8,5 millones de asalariados formales pasaron a ser 9,5 millones, sólo que ese casi millón fueron en su gran mayoría empleados públicos. Pero los trabajadores no registrados aumentaron más de 3 millones. De este aumento, 1 millón están en el monotributo y los otros 2 millones están totalmente en negro.
Entonces el rol de los sindicatos, que son más pequeños y con varias, no todas, direcciones cuestionadas por sus bases, ¿siguen siendo estos sindicatos los que pueden torcerle el brazo a un gobierno? ¿Es hoy la CGT quien tiene el poder de frenar la Argentina y poner en jaque al gobierno? ¿Son los sindicatos el lugar donde acuden los trabajadores para expresar sus descontentos u opiniones políticas?
Los movimientos sociales, que surgieron en Cutral Co en 1997 y se extendieron luego a Tartagal y, finalmente por toda Argentina, con el nombre de piqueteros y fogoneros fueron la nueva expresión de una Argentina que comenzaba a calentarse desde el 93 con el “Santiagueñazo”. Estos movimientos, salvo pocas organizaciones, se han reducido considerablemente debido a la quita de planes laborales o de contraprestaciones. Hoy por hoy, no son la expresión de los más oprimidos o del hambre en la Argentina. Por lo menos, con la masividad que contaron desde los 90 a la fecha. Este impacto, sumado a la expectativa (y el voto) que se dio sobre el gobierno de Milei, donde este sostuvo ciertas “sogas” hacia abajo, ha provocado que, en los lugares más oprimidos, no crezca el hambre y la bronca hacia el gobierno. No es igual a decir que no se la está pasando mal en los barrios, o que está política genera equidad y proyección a futuro. Sino que muchas veces se repito el “cliché” de que hay elementos por abajo que quizá no estén. Esto es una foto de hoy, quizá en lo endeble de la economía del gobierno nacional, esto pude precipitarse y cambiar.
Hoy, solo los más politizados se suman a los movimientos. El resto puede recibir la tarjeta alimentar y la AUH sin necesidad de ir a una marcha o hacer algo a cambio. A esto se le suman años de “punterismo político” y la nueva batalla cultural del gobierno. El grueso (no todos) de los movimientos sociales hoy están reducidos a una mínima expresión. No ver esto, es pensarnos que esos movimientos aún pueden sostener las mismas formas de organizarse que se arrastraban desde los 90. Algunas no cambian desde hace mil años, pero hay otras donde tienen que aparecer formas nuevas.
Y si hablamos de cambios y nuevas formas de hacer política, la uberización de la vida, además de lo antes mencionado, permite la posibilidad de obtener una “changa” a través de Uber, el mundo cripto, las apuestas, o rappi para llevar un ingreso a casa, en lugar de organizarse para luchar. Al menos por ahora. Y esta precarización de la economía digital, que es una realidad innegable, plantea una problemática al individualismo de esas changas: el problema no es organizarse para mejorar las condiciones, sino menos presencia del Estado para no tener trabas en la popularización de estas apps.


¿Qué Nos Queda?
A pesar de este sombrío panorama que detallé como termómetro en las calles, la gente está luchando. Quizás sean luchas aisladas, pero día a día, ante la destrucción de la industria, el comercio y el achique del Estado, hay quienes salen a luchar en cada lugar: los jubilados, el Garrahan, los universitarios, los docentes en Catamarca, los discapacitados y sus familias, los obreros metalúrgicos de Tierra del Fuego y Santa Fe, azucareros de Tucumán, los algodoneros, los científicos, los aceiteros, los obreros del puerto de Mar del Plata y tantos otros. Entonces, a la pregunta de si la gente está luchando, la respuesta es sí, hay luchas y cada vez son más. Pero es importante el desarrollo de instancia de unidad que permitan coordinar las luchas. La solidaridad fortalece desde abajo la unidad, y la discusión espuria de internas inentendibles ayuda a la división por abajo.
Entonces, ¿qué nos falta? Si volvemos a la analogía del “reset” del comienzo del artículo, debemos entender que ese cambio en la computadora es el fin de un momento, una desconexión para volver a comenzar. Cuando una PC se resetea y arranca de nuevo, no olvida los algoritmos programados con los que llegó hasta ahí. Sino que, después de la crisis y la confusión que “tildó” esa máquina, se dispone a empezar de nuevo, con los elementos reordenados y con más claridad en los archivos.
Nosotros debemos repensar la organización política, social y de masas de cara a la realidad de extrema gravedad que vive nuestro país. Tal vez, desde el retorno democrático no se vio un gobierno de ocupación imperialista como este, con un nivel de entrega y sumisión sin precedentes.
Organizar desde el “reset” es atreverse a dar todos los debates nuevamente, incluso los más incómodos. Ir a los barrios a discutir; es mentira que si a la gente no le das algo no te da bola. Eso les pasa a quienes subestiman la discusión con los más de abajo. Hay que discutir en todos lados: en las fábricas, las escuelas, el campo. Hay que discutir cara a cara. Ir a los debates más incómodos. Hablar de todo, aceptar errores y pensar qué es lo que más nos conviene. A partir de un debate de masas, con una propuesta de salida, corriéndonos de internas y chicanas, y sobre todo pensando en cómo luchar, sin pensar en qué cargo ocupar, es que podemos pensar en un proceso, aunque largo, de construcción política seria que nos permita pensar una Argentina distinta y que se sostenga en el tiempo. Y quizá hacer ese ejercicio olvidado, de ganarse a lo intermedio, poder interpelar a un sector que duda, vacila o no encuentra la salida.
Esto de ninguna manera borra el cómo llegamos hasta acá. Por eso, cuando la maquina se resetea, no desaparece lo anterior, sino que puede recuperar lo previo. Ergo no podemos desconocer la historia, ni la militancia que precedieron este difícil momento político y social. Las asambleas, el “casa por casa”, los bloqueos de fábricas. Los compañeros que esperaban la noche para volantear centros de concentración, los cuerpos de delegados, esos documentos que llegaban adentro de cajas de cereales, o los mensajes ocultos en golpeteos de paredes en medio de la dictadura entre celdas. No podemos olvidar a quienes murieron en una mesa de tortura sin delatar a compañeros, o quienes se pusieron al frente de la represión para cuidar a un otro. Somos eso, eso es el campo popular. La solidaridad y la convicción de llegar hasta el final con nuestras ideas. Llegamos hasta acá militando, soñando con un país mejor, para nosotros y para que nuestros hijos puedan así vivirlo. Ahora estamos perdiendo, hay que buscarle la vuelta con ese espíritu, sabiendo que somos más y mejores, aunque a veces no lo recordemos.
¿Qué va a pasar con Cristina? Este es el “debate madre”
En un juicio amañado, trucado y con una clara intencionalidad política, Cristina fue detenida y condenada a 6 años de prisión. Hace pocos días, vimos un revuelo enorme de dirigentes peronistas y de diferentes ámbitos del campo nacional y popular. Se organizaron marchas, y al momento de escribir esto, se comenzaba un acampe y una marcha el miércoles, última instancia antes del cumplimiento de la injusta condena.
Cristina, le guste a quien le guste, es la principal referente del peronismo y del campo popular. Este es un hecho inobjetable de la realidad. Por su gobierno, su retórica y su construcción política, hoy recibe la venganza de los sectores más concentrados del poder en Argentina. Su encarcelamiento implica un plan de los verdaderos dueños del país, a terminar con la idea de la justicia social, los derechos laborales o la ascensión social de los trabajadores. Yanquis, monopolios, círculo rojo y la derecha local, son parte fundamental de este fallo que no golpea solo a una mujer con la que uno puede o no estar de acuerdo. Golpea el corazón de las masas populares y pone su futuro en una incertidumbre pocas veces vista. Hoy a división es esa, con Cristina de un lado y las clases dominantes del otro, la consigna está clara: “Libertad a Cristina. Unidad o Milei”.
El altísimo nivel de abstención en las elecciones de este año, donde en su mayoría son votantes que se han inclinado por “Unión por la Patria” en las últimas elecciones, fortalece la teoría del desencanto y la desilusión, del “reset” y la confusión que venimos desarrollando en estas líneas. Ese desinterés, que es desilusión, es una forma también de expresar la bronca. Es quizá hoy el elemento más importante para analizar la política, como lograr que esa frustración se convierta en acción en las calles y en las urnas.
En ese contexto, es de vital importancia profundizar las luchas a largo plazo por la libertad e inocencia de Cristina, como bandera de lucha por la democracia y como puente para unir, debatiendo a fondo, todo lo posible para terminar con la nefasta política del gobierno de Javier Milei. Son momentos bisagra en la historia. Por eso necesitamos dar batalla en todos los terrenos, pensando en poder unir las luchas sociales con una perspectiva política. La lucha social y el armado electoral. Porque hace tiempo, solo nos venimos inclinando por este último, dejando la organización social y el combate popular atado a conveniencias electorales, que las pruebas demostraron no fueron acertadas. Sin estos dos aspectos, no tenemos chances.
El “reset” nos generó confusión. Pero también una oportunidad para marcar una línea entre amigos y enemigos de la nación, pensar nuevas formas de organizarnos, viejas maneras de ir a los debates, y la profunda necesidad de analizar la particularidad argentina, para poder sintetizar un programa de masas que permita recuperar la idea de que un país justo, soberano y con oportunidades, es posible.
*Juan Mathias es Consultor y Comunicador político – Agencia QuMa
Fotoperiodista Argra
Una respuesta en “El “reset” de Argentina: Reflexiones sobre un país en transformación”
excelente análisis