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Prostitución: sacar el velo de la “polémica”

Por Belén Spinetta*

Así como las demandas del feminismo entraron definitivamente a la agenda pública, también avanzó la lógica de la “polémica”. Una estrategia dañina y marketinera que convierte a las diferencias que hay en el movimiento de mujeres en un campo de batalla donde se anulan opiniones, se mellan las trayectorias y se reparten etiquetas para reducir argumentos. Así sucede con el debate acerca de la prostitución como violencia de género.

La realidad es que los movimientos populares y de resistencias, históricamente han tenido puntos de vista, estrategias de luchas y horizontes de emancipación diferentes. La unidad y la disputa es lo que prima en el campo popular. Pero el crecimiento exponencial del movimiento de mujeres, las opresiones que ha desnudado y la rebeldía que manifiesta preocupan demasiado a los sectores que necesitan “dividir para reinar”; a tal punto que toman reivindicaciones para potenciar las diferencias y fraccionar al movimiento. Esto es lo que sucede con aquel punto de vista que pone a la prostitución como un ejercicio de la libertad individual a disponer del propio cuerpo. Una libertad funcional sin duda al mantenimiento del orden social, incluso una legitimación del cuerpo femenino como mercancía. Pero detrás del discurso de la “libertad sexual”, se vigorizan conceptos que estaban en declive del feminismo liberal posmoderno, para darle aire y seducir a las nuevas generaciones que se forjaron en la gesta de un movimiento feminista que está ávido de revoluciones.

Cuando el Ministerio de Desarrollo Social incluyó en su Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP) la categoría de “trabajo sexual”, resurgieron esas voces que incluso un sector del feminismo venía negando. La de las sobrevivientes del sistema prostituyente y las del feminismo abolicionista. 

Finalmente la categoría fue eliminada del registro, pero emergió nuevamente “la polémica”. Los medios hegemónicos suben la discusión a un ring entre quienes buscan reglamentar la prostitución y quienes entendemos que es una de las formas de violencia más estructurales. El debate permaneció “picante” en la escena mediática por algunas semanas, y luego volvió a bajar de tono. Pero la discusión no es nueva, el problema es que muchas veces se la aborda livianamente y las posiciones se discuten sin una perspectiva que tienda a pensar políticas serias para repensar la sexualidad, los cuerpos, el deseo y desde una mirada de clase como eje central de la problemática.

HISTORIAS

La discusión sobre la prostitución tiene múltiples aristas, algunas ya las mencionamos, se han escrito páginas y páginas de papers académicos, artículos periodísticos, películas y documentales. Detrás de todo eso hay mujeres de carne y hueso, historias de sufrimiento, de sobrevivencia y de organización. Esta es la manera en que elijo “entrar” al tema, dándoles la voz a esas mujeres, para que desde la experiencia como punto de partida nos ayuden a reflexionar sobre las implicancias políticas y sociales de que avancen los sectores que abogan por que el Estado reglamente la prostitución como trabajo sexual. Esto no anula bajo ningún punto de vista, la urgencia de que se elaboren políticas públicas concretas que permitan mejorar las condiciones de vida de las mujeres en situación de prostitución, sea cual sea su postura frente al debate.

Sasha Zavaleta Tapia es una mujer trans, migrante peruana, llegó a nuestro país hace más de 15 años como varón; su transición de género la dejó fuera del sistema laboral, empezó a prostituirse frente a la falta de otras opciones. Graciela Collantes es una histórica militante por la abolición de la prostitución, fundadora de AMADH (Asociación de Mujeres por los Derechos Humanos) y compañera de lucha de la recordada Lohana Berkins. Antes de eso, estuvo presa del sistema prostituyente. Dos historias entre muchas, un punto de partida para la introversión desde la empatía.

SASHA

“Es una historia muy fea la que pasé cuando llegué acá. Tenía 19  años y me asumí como gay, fue difícil, a mi mamá le costó aceptarlo”.  Por aquel entonces, como varón, trabajaba para una empresa textil de una importante cadena de cosméticos que sin embargo era un lugar clandestino. “No teníamos los documentos y papeles en regla y nos teníamos que esconder cuando llegaba alguna inspección”, recuerda.

Fueron momentos difíciles, pero para ella el problema de verdad empezó cuando salía a bailar, se empezó a teñir el pelo y le gustó como le quedaba. Asumió que se sentía mujer, y pese a las discriminaciones que ya sufría por ser gay, y al rechazo de su madre, comenzó su transición. “Me puse tres litros de aceite de avión en la cola, un litro en el pecho y me fui a trabajar a la calle”, su relato es calmo, son momentos de la vida que sufrió pero que ya siente superados. El aceite de avión es y sigue siendo la opción para mujeres trans que quieren feminizar su cuerpo y no pueden acceder a las cirugías de siliconas. Me cuenta que se lo puso de forma clandestina con otra chica trans que “tenía experiencia en eso”, que era seguro y no tenía miedo… “igual se le murieron un par”.

Estudió peluquería y marroquinería, tenía la ilusión de poder ingresar a una fábrica de cuero. “Pero me rebotaron tres veces, tampoco tenía dinero para poder poner mi peluquería, así empecé a ir a la calle”. De las primeras veces que salió por la zona de Once, recuerda que sufrían las persecuciones de banditas de pibes que les pedían plata como cupo para poder estar ahí: “eran violentos y homofóbicos y si no les daba te pegaban y te mandaban al hospital… una vez me desmayaron de una piña a las 9 de la noche”.

Al principio atendía 8 o 10 clientes por noche.  “El mundo de la prostitución es horrible y peligroso: hay clientes que no quieren pagar, estas expuesta a enfermedades; ganas un poco de dinero sí, pero es feo acostarse con hombres por dinero. Yo no lo hacía por gusto sino por necesidad. Lo intenté y no me dejaron otro recurso. Es un asco, no podes elegir… puede venir una persona que no te gusta, personas sucias… después estaba mucho tiempo en la ducha porque me sentía sucia y quería sacarme todo el olor de los hombres”.

De esos años comenta que no tenía que pagarle a un tercero por su trabajo, pero sí había otras mujeres que no las querían ahí porque veían a las trans como “competencia”. La maltrataban, aparecían las banditas, pero ella volvía a ir. También había mujeres afroamericanas, que también las veían como rivales potenciales y que además trabajaban para un cafishio que en general era el marido.

Le pregunto qué opina sobre quienes entienden a la prostitución como un trabajo como cualquier otro – como cuidar enfermos o lavar el baño-  y me responde que su pelea es por el cupo laboral trans. “La prostitución para nada es igual a lavar los pisos o cuidar enfermos, eso es mucho más digno. Hay muchas como yo que no pudimos terminar la escuela o que sufrimos discriminación y por eso llegamos a la prostitución, no porque lo elegimos”. Sin embargo, dice que “no se mete” con las que piensan que es un trabajo.

Ya llegando al final de nuestra charla hablamos sobre el rol de los varones y por qué pocas veces se los involucra en esta discusión. “El hombre se siente dominante, se siente un animal. Una vez escuché un dicho de que ‘un hombre tiene que tener una mujer en casa, una mujer por si acaso y una travesti de repuesto’”.

Después me cuenta que de a poco empezó a salir, su actual marido fue un cliente que la ayudó  también. Ahora forma parte de una organización social, trabaja en un  merendero, hace un programa de radio y sueña con poder estudiar para locutora. Aun no pudo hacer los trámites de cambio de identidad de género, porque comenta que para las personas migrantes es mucho más difícil. La situación en la pandemia es difícil, sólo cobra el salario social y tres mil pesos del gobierno de la ciudad.  “Me encana el lugar donde estoy  porque mi organización me da una oportunidad, me siento muy bien y conozco a la gente. Siempre vamos por la gente pobre”.

GRACIELA

No necesita demasiadas presentaciones. Es una reconocida luchadora por la abolición del sistema prostituyente, sistema en el que estuvo atrapada por varios años pero del que logró salir. Fue fundadora de Asociación de Meretrices Argentinas (AMMAR), donde las mujeres en situación de prostitución comenzaron a organizarse para cuidarse, denunciar la existencia de los códigos contravencionales,  la violencia institucional y pelear por salidas laborales. Cuando AMMAR fue copada por quienes buscaban reglamentar la prostitución varias de sus fundadoras se fueron.  Hoy preside la asociación civil AMADH, Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humano, y es periodista.

“Desde que entré, quise salir de la prostitución, pero no era una tarea fácil. Me llevó mucho tiempo. Me quedaban dos vías: o luchaba por salir como sea, o me quedaba ahí para el resto de mi vida. Opté por la primera opción. Muchas veces imaginé o incluso hice planes que, por h o por b, nunca podía concretar porque no solo se trataba de mí sino también de mi hija, que era menor de edad. Era realmente difícil lograrlo porque si bien yo quería irme, ellos tenían a los hijos e hijas como rehenes. Cuando nosotras estábamos fuera de la casa, eran ellos quienes se quedaban con nuestros hijos”.  Cuando dice ellos, habla de los proxenetas que las explotaba junto a otras mujeres. Eso que se llama “explotación sexual”, que se insiste en afirmar que ya no existe y que lo que supuestamente ahora prima es las que deciden elegirlo libremente.

Graciela dice que quien la salvó fue su hija, porque creció y empezó a darse cuenta de algunas cosas y comenzó a contarlas en la escuela. Ella no detectaba bien qué era lo que pasaba, pero sabía que su mamá a veces no volvía casa, y cuando volvía había discusiones y golpizas evidentes que le preocupaban. “Empezó a contarlo y así me salvó, sino no sé que hubiera sido de mi vida hoy. Estoy eternamente agradecida con ella.  Con sus relatos, la escuela y la justicia comenzaron a actuar, y el tipo se vio acorralado y huyó. Pero no fue tan fácil, sufrimos muchos años de amenazas y qué se yo.  Fue la primera vez que no sentí ausencia del Estado, porque en general lo que hacían los funcionarios del Estado, policías y jueces eran apoyar a los proxenetas, no perseguirlos (…) esto es justamente lo que nosotras reclamamos desde el abolicionismo, que dejen de perseguir a las personas en prostitución y comiencen a poner el ojo donde tienen que ponerlo, que es en quienes viven de la explotación sexual ajena

Eso fue el principio para ella, después tuvo la suerte de encontrar gente que la apoyó, fundamentalmente mujeres que pasaron por su misma situación y Lohana Berkins, quien fue fundamental en su vida.

ALGUNAS RESPUESTAS A AFIRMACIONES PELIGROSAS

Cómo sobreviviente del sistema prostituyente le pregunto a Graciela qué opina de las visiones que ubican el ejercicio de la prostitución como una libre elección de las mujeres. “Repudio esa visión, no solo porque no fue mi experiencia sino porque no es la experiencia de un montón de mujeres, trans y travestis que conocemos en el territorio y que se acercan a nuestra organización.  La prostitución es una opción o un destino para nosotras, las mujeres, trans y travestis que no hemos accedido a educación ni tenemos nuestros derechos humanos básicos garantizados. Hablar de libre elección es desconocer no solo la desigualdad económica sino también la desigualdad patriarcal que nos atraviesa y nos obliga a hacer cosas que muchas veces ni nos llegamos a preguntar”

Por otra parte, desde bastante tiempo el Estado no asumía una posición activa de “habilitar” el debate sobre la regulación de la prostitución como quedó claro luego del episodio del registro de la economía popular y de que las representantes de AMMAR fueran recibidas por el Ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, y la Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta. Sobre esto, Graciela entiende que “el Estado no está habilitando una discusión sino un discurso que, además, siempre ha sido apoyado por ciertas personalidades de la política argentina y grandes organismos internacionales como la OIT o parte de la ONU, pero nadie se había atrevido todavía a darle tanto lugar a este discurso que banaliza la lucha de las sobrevivientes”.

Siguiendo con su relato reflexiona  sobre la lógica de la polémica, las dos campanas y el campo de batalla: “este diálogo, entre ambas partes, es realmente difícil… porque implica escuchar dos discursos que se contradicen: ellas dicen que la solución a nuestros males se da a partir del reconocimiento de la prostitución como un trabajo, y nosotras estamos seguras que no es por ahí, sino que se trata de que el Estado garantice nuestro derecho a un trabajo genuino, a la educación, a una vivienda, a acceder a la salud, a no ser explotadas y violentadas, todos derechos que han sido vulnerados en la prostitución o que facilitan nuestro ingreso a ésta.  Es indignante que el Estado habilite un discurso y desoiga otro en una temática que es una problemática compleja e incluye muchas aristas, entre ellas la vulneración de derechos humanos”.

Última pregunta en nuestra conversación ¿Qué opinas de la comparación habitual que se hace desde algunos sectores del reglamentarismo de que prostituirse es tan digno como lavar pisos o cuidar enfermos? “Primero que nada, creo que no se trata de dignidad. Todas las personas son dignas, estén en la situación que estén. Ahí ya hay una primera trampa. Yo no pienso que mis compañeras que están en prostitución no son dignas, creo que ven vulnerados sus derechos y que su situación de vulnerabilidad – que algunas otras llaman trabajo – debe ser atendida como tal”.

Y de ahí vamos a un tema que parece olvidado o casi tabú, y es el del ejercicio pleno del goce y la sexualidad de las mujeres. “Si algunas de nosotras expresamos que preferimos lavar pisos o cuidar enfermos, es porque también entendemos que la sexualidad es un plano de lucha y no la ponemos en juego en otras tareas que podemos realizar.  Prostituirse es anular una dimensión fundamental que es el placer y el disfrute de la propia sexualidad a costa de llenar la olla. Eso no es justo, porque en la sociedad somos las únicas que tienen que perder su sexualidad para lograr sobrevivir. Resistirnos a ello, que además es el lugar que la sociedad patriarcal más le gusta ponernos, ha llevado a que se nos catalogue de moralistas. Lo que yo me pregunto es si realmente puede considerarse conservador, y sino es más bien básico exigir el ejercicio libre de nuestra sexualidad y de nuestros derechos sexuales y reproductivos.  Lavar pisos o cuidar enfermos para muchas de nosotras ni siquiera ha sido una opción”.

*Belén Spinetta es Comunicadora Social (Universidad Nacional del Comahue) y periodista. Patagónica -nacida y criada- actualmente viviendo en Buenos Aires. Integra la Red Par (Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación No sexista). Co editora de Revista Lanzallamas.

Ilustración: Coqui Peirano (IG: https://www.instagram.com/dibujosdecoqui/)

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