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¿Educar o adoctrinar? Un problema tridimensional

Por Emmanuel Benigni

Una vez más, los y las docentes quedamos en el ojo de la tormenta. En esta ocasión fue por la divulgación de un video filmado a escondidas y luego viralizado, en el que una profesora de historia tenía una discusión política con un estudiante de nivel secundario, en forma bastante acalorada y como si lo hiciera con un par. Al instante, los medios de comunicación hegemónicos convirtieron el caso en el de una “docente K” que estaba adoctrinando a un alumno; Larreta lo tomó para la campaña electoral de Juntos por el Cambio, haciendo gala de ser los que pelean porque los chicos estén en las aulas, y nuevamente todo el modelo educativo pasó a estar en tela de juicio por sus supuestos tintes adoctrinadores.

Si bien el tema dispara toda una serie de ejes para discutir, creo útil que podamos reflexionar acerca de esta palabra que parece haberse puesto de moda durante los últimos años. Resulta que hace un tiempo, un sector heterogéneo de conservadores en lo social, y liberales en lo económico, ha venido difundiendo la idea de que en la escuela los profesores adoctrinamos a los estudiantes, ya sea por una supuesta veneración al Estado, o bien con una imaginaria “ideología de género”, etc. A lo que se sumaron las más recientes declaraciones de la ministra de educación de la ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, que llamó a denunciar a los docentes que expresaran posturas políticas frente a sus alumnos.

Son dos caras de la misma moneda, que se conjugan en el caso de la escuela de Ciudad Evita: no por casualidad la discusión se dio durante la clase de Historia (y no de otra asignatura), y la señalada es la docente (y no los estudiantes). Por lo que me voy a sentar algunas posiciones en dos planos, no para cerrar, sino para poder seguir la discusión, en otros términos:

  1. El ¿problema? de las Ciencias Sociales. Hasta el día de hoy, sigo comenzando las clases en 5° año del secundario, y encontrando que, cuando les muestro a los y las estudiantes un manual de Historia, entienden que ese libro contiene “la Historia” del período que vamos a intentar conocer. Esto es un problemón, y es al mismo tiempo la madre del borrego, que nos tiene que permitir a los docentes seguir interpelándonos para enriquecer nuestras prácticas. Porque resulta que ese libro no contiene “la Historia”, sino que es una producción historiográfica acerca de aquella, para la cual, al mismo tiempo, los autores seleccionaron investigaciones e hipótesis de determinados historiadores, y no de otros, que a su vez prefieren usar determinadas teorías y conceptos, y no otros.

La deformación de la realidad que esto implica, es similar a la de mostrar todo el tiempo un prisma, como si fuera un rectángulo. Es decir, se presentan la Historia -como realidad pasada- y la Historiografía -en tanto estudio científico de aquella- como si fueran una y la misma cosa, pegadas, en dos dimensiones. Siendo que el conocimiento histórico tiene 3 dimensiones, tiene una profundidad, en tanto siempre vamos a aquella realidad a través de lo que investigó alguien, con un determinado bagaje teórico y conceptual. Al negar esto, se crea el mito de la Historia “objetiva” o “neutral”, como si no hubiera en el medio un sujeto con deseos de conocer, movido por problemas, hipótesis, intereses, etc.

Lo que se hace un poco más complejo con una característica que es propia de las Ciencias Sociales: son disciplinas donde no hay un solo paradigma, sino varios; digamos que no hay un acuerdo unánime en la comunidad científica acerca de las explicaciones para los fenómenos en cuestión. Otro ejemplo muy común es el de la Economía: muchos de nosotros tuvimos clases de esta disciplina donde el profesor explicaba el mercado, el Estado, la ley de oferta y demanda, los agentes, dando a entender que eso era “La economía”; siendo que en realidad es: 1. Un intento de conocer aquella, 2. Una construcción que, para hacer eso, selecciona los puntos de vista, en aquel caso, del liberalismo. Pero podría hacerlo con los del keynesianismo, del marxismo, etc.

Con esto vienen aparejados dos problemas. Primero, que abordar el conocimiento de lo social “en dos dimensiones” es ocultador de la realidad. Un ejemplo puede ser lo que pasó con la Historia en nuestro país durante mucho tiempo: la escrita por Bartolomé Mitre se tuvo por relato oficial, objetivo y neutro, durante mucho tiempo, siendo que había sido realizada por un miembro de una familia terrateniente, vinculado al poder estatal, con una visión muy alejada de los padecimientos populares, y que además había sido parte de esa misma Historia. Segundo, que, como el lastre de la “neutralidad” sigue pesando, puede suceder que parezca que enseñamos una Historia “politizada” o “no objetiva” cuando en realidad sólo sinceramos las perspectivas desde las que enseñamos; de ahí sale el famoso “zurdo adoctrinador”.

  • La cuestión del educando. En este plano también arrastramos una “pesada herencia”: la de entender a los y las estudiantes como “tablas rasas” en las que podríamos imprimir nuestros pareceres. A esta altura esto ya es indefendible, y de hecho queda demostrado en el famoso video. Solamente alguien que nunca estuvo frente a un curso con chicos y chicas de 14, 15, 16 años, podría pensar que son esponjas que van a absorber nuestras ideas y pareceres. Ellos piensan, sienten, opinan, acuerdan o no, polemizan, cuestionan, etc. Y es lo mejor que nos puede pasar, ya que esas actitudes, siempre en el marco del respeto mutuo, son también motores de poderosos actos educativos.

Detrás de actitudes como el llamado de Acuña a la delación, entonces, puede haber varias cosas. En primer lugar, un desconocimiento de los diseños curriculares, que señalan que la política es parte del aula, y que los y las docentes tenemos como misión formar ciudadanos críticos, responsables, participativos, que puedan tomar en sus manos la necesidad de transformar esta sociedad para mejorarla. Y, en segundo lugar, podríamos pensar que se halle una subestimación de los adolescentes y sus capacidades; pero quizá no sea tal cosa, y se trate más bien de una política delineada para adoctrinar.

Es que el famoso adoctrinamiento pasa por uno de los carriles del camino que anduvimos a lo largo de esta opinión: el del ocultamiento. Nunca es abierto, ni sincero; siempre es velado. Y pasa por silenciar la diversidad de voces en la monotonía de lo único, por deshistorizar lo que es histórico y presentarlo como natural, para que parezca que no puede ser cambiado. No habría formas de explicar o enseñar la Historia o la economía, sino sólo “Historia” y “Economía”; tampoco docentes que estimulen el debate, promoviendo opiniones sólidas, ayudando a fortalecer la capacidad de argumentar, a partir de sincerar ellos mismo muchas de sus opiniones, sino sólo profesores y profesoras que irían a hacer “lo que tienen que hacer”: transmitir lo que alguien más diseñó; obviamente alguien sin interés político ni partidario…

Entonces, si estamos de acuerdo en que el posible adoctrinamiento debe ser combatido ¿No será mejor tomar, en todos los planos, el camino de las “tres dimensiones”? Sincerar los paradigmas que elegimos para explicar, y al mismo tiempo, dar posibilidades para la contrastación con otras explicaciones, puede dar lugar a argumentaciones mucho más sólidas. Abrir el lugar desde el que hablamos, nuestras opiniones y nuestras posiciones políticas, es sencillamente no mentir, y puede utilizarse como trampolín para debates muy enriquecedores, siempre que entendamos que no somos pares de los estudiantes, y que estamos ahí para ayudar a que desplieguen sus propias capacidades. Para los docentes es más riesgoso, porque perdemos una posición de poder: la que nos da ser los poseedores del conocimiento, el que tiene una apariencia indestructible cuando se presenta como dado e infalible y casi como divino, pero una esencia con pies de barro. Y que al mismo tiempo posee una apariencia más endeble, pero una esencia sólida, cuando se presenta como lo que es: resultado de una construcción, de un proceso de prueba y error que lo fortaleció y que al mismo tiempo es indicador de que puede ser mejorado o superado. Será cuestión de animarse.

Emmanuel Benigni es Profesor de Historia. Docente en nivel secundario y superior.

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