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La voz originaria: el derecho a ser escuchadas

Por Florencia Bottazzi*

En las últimas décadas, el movimiento de mujeres y feminista avanzó en reivindicaciones, a la vez que puso en cuestión las concepciones académicas que se habían cristalizado a partir de la lucha política. La categoría género ya no alcanzaba para explicar la opresión patriarcal.  Las originarias cuestionaron que se hable por ellas y tomaron su propia voz. Aún pelean por ser escuchadas y contra la persistente ventriloquia académica.

Un día como hoy hace no muchos años atrás, seguramente nos encontrábamos en la escuela “celebrando” el Día de la Raza. Varias generaciones transitamos el sistema educativo con la reminiscencia de que el 12 de Octubre conmemora un “descubrimiento”, ese concepto que borra tiránicamente la existencia y agencia de los pueblos originarios, claro está, previos a la conquista. Su transmutación conciliadora a “Encuentro de dos mundos” no es menos polémica, ya que presupone una igualdad de condiciones que nunca fue tal y enmascara la realidad: que la llegada de los españoles a América supuso uno de los mayores genocidios de la Edad Moderna, el avasallamiento, la vulneración y destrucción humana, social y cultural de pueblos milenarios.

Hace ya diez años que en Argentina dejamos de “celebrar” el Día de la raza para conmemorar el Día del respeto a la Diversidad Cultural. Sin dudas, este cambio implica un logro simbólico y cultural muy fuerte para la lucha de los pueblos originarios, una de las grandes luchas y venas abiertas de nuestra América Latina. La opresión que sufren las comunidades originarias se traduce en nuestra actualidad en desidia, vulneración de derechos básicos, pobreza e incluso la muerte.

Cerca de medio millón de esas venas que sangran[i] pertenecen a las mujeres originarias. Su inclusión en el feminismo y los movimientos de mujeres en Argentina son motivo de esta nota.

Feminismo ¿para quién y para qué?

A fines de los años 70 y principios de los 80 el sujeto político del feminismo tuvo una eclosión, se volvió trascendental una afirmación que quizás en la actualidad resulta obvia: la opresión de género no es igual para todas. El patriarcado no oprime de igual manera a una mujer blanca de clase alta que a una obrera o campesina negra. El feminismo encuentra que únicamente la opresión de género no basta para explicar las desigualdades y violencias sufridas. Esta opresión se entrecruza y superpone con otras condiciones: las gran mayoría de las mujeres somos doblemente oprimidas – por nuestro género pero también por nuestra clase – y, en el caso de las originarias, también debe contarse la opresión por su origen étnico.

Desde ese momento a aquí, el feminismo y los movimientos de mujeres han experimentado distintas modificaciones, reformulaciones y debates que mantienen vigencia hoy en día y que podríamos reducir a la pregunta esencial sobre quién es el sujeto político del feminismo: ¿desde dónde se construye feminismo? ¿para quién?

Dar respuesta a estas preguntas es indispensable para delimitar la estrategia política que tendrá el movimiento de mujeres y feminista en la lucha por la reivindicación de sus derechos y, a largo plazo, el derrocamiento de la opresión de género. Esta respuesta construye alianzas y precisa responsabilidades. Ubica de qué lado de la vereda -y con quiénes – nos encontramos.

La corporalidad y delimitación de ese sujeto político no puede escapar de las condiciones materiales reales que delinean cada país y región. No podemos construir una categoría de sujeto para el feminismo

ajena a la realidad de Argentina. La realidad de un país que hoy en día cuenta con un 40% de la población en la pobreza, donde la mujer sufre un 20% más el desempleo y donde las mujeres se ponen al hombro la lucha contra el hambre organizando ollas populares, comedores y merenderos. En particular, para pensar el caso de las mujeres originarias, también debemos partir de una caracterización que tenga en cuenta que el 40% de nuestra tierra está bajo el dominio de 1200 terratenientes.

El feminismo y los movimientos de mujeres tienen como tarea política irrenunciable abogar por la eliminación de las injusticias, violencias y desigualdades y, por ende, tienen el compromiso innegable de construirse desde la inmensa mayoría explotada: las amas de casa, campesinas, desocupadas, obreras y originarias.

Sin ellas, ningún cambio de fondo será posible.

“Lo que quiere decir es…”: el riesgo de la ventriloquia académica

Es así que en los últimos 40 años las originarias han sido una de las figuras disruptivas en el feminismo y movimiento de mujeres, tanto de nuestro país como en toda Latinoamérica. Sin embargo, su inclusión no fue directa y abrió debates con vigencia en la actualidad que suelen ser desdeñados y soslayados dentro de la academia. Es que muchas veces las originarias no accedían a las herramientas culturales y simbólicas para ingresar a la esfera política (por desconocimiento de la lengua o de prácticas discursivas concretas institucionalizadas como los discursos públicos, lejanos a sus roles de género en las comunidades) y, por ende, su ingreso era a partir de una intermediación letrada. Es decir, una periodista o escritora intervenía entre el testimonio de la originaria y la esfera pública.

En consecuencia, muchas veces este “dar voz” se convertía en un caso de ventriloquia académica: la letrada -consciente o inconscientemente – intervenía  sobre ese testimonio de manera que terminaba por modificar su interpretación original, la originaria decía lo que la letrada “le hacía decir”.

Quizás el ejemplo más recordado en Latinoamérica sea el del testimonio de Rigoberta Menchú, líder indígena guatemalteca y Premio Nobel de la Paz. En 1982 se publica el testimonio de Rigoberta con la edición de Elizabeth Burgos quien deliberadamente interviene sobre el testimonio de la originaria: reordena los sucesos en orden cronológico, introduce epígrafes, modifica la sintaxis, etc. Al final de esa operación en apariencia inocente, solo queda un relato desprovisto de la cosmovisión, sentires y conceptualizaciones de Rigoberta, una aproximación distanciada a lo que ella quería comunicar originalmente.

Esta tendencia a la ventriloquia académica se encuentra todavía presente entre los movimientos y el feminismo. No basta con “darle la voz” a las originarias, de nada vale sin su complemento imperativo: el derecho a ser escuchadas. No una escucha superficial y conformista que sirva sólo para alardear de pluralismo y luego imponer agendas, tiempo y temas políticos ajenos desde afuera. Las originarias reclaman una escucha activa y respetuosa que permita poner de relieve su realidad cultural y social, sus formas de ver el mundo, la realidad inmediata por la que luchan y, fundamentalmente, sus modos de organización. No un paternalismo académico que intente “hacerles entender” cuáles son las reivindicaciones por las que deben luchar o los debates que deben discutir.

Tal es el testimonio de Domitila Barrios de Chungara, líder del movimiento feminista boliviano, recogido en “Si me permiten hablar”. En él, Domitila relata el momento en el que asistió, por invitación de las Naciones Unidas, al Año internacional de la Mujer en México. La referente cree que esa participación contribuirá a difundir e integrar la lucha de las mujeres e hijas de mineros de Bolivia. Sin embargo, se encuentra con una tendencia a contraponer las luchas de las mujeres de Bolivia con las reivindicaciones del feminismo de la disidencia. Es en esa Tribuna donde se enfrenta con la feminista norteamericana Betty Friedan quien le retruca estar “manejadas por los hombres”. Domitila dice:

            Y dimos a conocer nuestros problemas comunes, en qué consistía nuestra promoción, cómo vive la        mayor parte de las mujeres. También dijimos que, para nosotras, el trabajo primero y principal no      consiste en pelearnos con nuestros compañeros sino con ellos cambiar el sistema en que vivimos por otro, donde hombres y mujeres tengamos derecho a la vida, al trabajo, a la organización.

            A un principio no se notaba tanto el control que había en la Tribuna. Pero, conforme iban saliendo las  ponencias, los planteamientos, ya también comenzó a cambiar la cosa. Por ejemplo, aquellas mujeres   que defendían la prostitución, el control de la natalidad y todas esas cosas, querían imponer aquello  como problemas primordiales a ser discutidos en la Tribuna. Para nosotras eran problemas reales, pero no los fundamentales.

Tener voz y ser escuchadas: la experiencia de los Encuentros Nacionales de Mujeres

En nuestro país hay, a la fecha, cerca de 34 pueblos originarios, cada uno con su idiosincrasia e identidad cultural particular. La organización del Taller de Mujeres y Pueblos Originarios del Encuentro Nacional de Mujeres es un ejemplo de estas prácticas de jerarquizar las luchas de las originarias sin riesgos de simplificar o paternalizarlas. En este taller se pone de manifiesto ese intento por suspender momentáneamente las jerarquías: allí son las originarias las únicas que toman la palabra, organizan la distribución de las tareas y los tiempos, las que toman en sus manos el deber de escriturar y moderar. Sin ninguna imposición ni mediación externa, por primera vez, son dueñas del tiempo, la palabra y la interpretación para poder elegir qué quieren contar y de qué manera. Tienen la libertad para construir el relato desde abajo.

Las conclusiones de este taller, por obvias limitaciones, nunca llegan a abarcar la totalidad de lo que allí se expresa, lo que muchas de nosotras tuvimos la suerte de escuchar y sentir cuando alguna toma la palabra, las vivencias que se hacen carne. Pero más allá de un anecdotario, las conclusiones vienen a impartir sobre nosotras -aquellas que quedamos por dentro de la academia y los medios de comunicación- una lección de humildad.

Cuando practicamos la escucha activa es cuando nos damos cuenta que el reclamo es fuerte, claro y continuo. Las conclusiones del Encuentro en Trelew comienzan:

            (Denunciamos) la usurpación de territorio comunitario Indígena Mapuche Tehuelche por parte de Benetton.   Desalojo de familias de la comunidad Qom en el contexto de lucha y resistencia contra el proyecto  “Master Plan” y el desalojo de 60 familias del barrio Fontana en la provincia del Chaco. Denunciamos el desmantelamiento de la ley E.I.B (33 ENM, Trelew, 2018)

Las originarias construyen su propia agenda de lucha: primero, la tierra. Es impensable un movimiento de mujeres y un feminismo que incluya a las originarias pero no discuta el irrenunciable derecho a la tierra, ya que de él se desprenden todos los demás: derecho al agua, a la electricidad, a la medicina, al trabajo digno.

En los últimos encuentros, ha sido añadido como reclamo el derecho a la autodeterminación lingüística y contar con traductoras en el poder judicial en todo el país. El derecho a tener voz y ser escuchadas se plasma en todas las esferas:

            Exigimos trato digno e igualitario cuando vamos al hospital, cuando vamos a la policía, cuando vamos a  la escuela, cuando vamos al ANSES, cuando vamos a la fiscalía, cuando vamos al banco, cuando vamos a los negocios comerciales, incluso cuando vamos al IDACH, cuando vamos a cualquier oficina pública.   Es decir, humanamente, reiteramos que somos ciudadanas que merecemos ser tratadas como cualquier otro sujeto de derecho (32 ENM, Chaco, 2017)

Estos testimonios nos ponen en un lugar incómodo porque nos hacen reflexionar sobre nuestras propias prácticas ¿Qué lugar tienen los relatos construidos desde abajo y en primera persona en nuestras teorías académicas? ¿Cuántas veces nos adjudicamos la representación de una causa que compete a una comunidad de la que somos ajenas, solo por colmar las expectativas del progresismo de turno? ¿Practica la academia una escucha real y atenta? ¿Acaso no constituye un paternalismo colonial querer imponer debates desde afuera, queriendo simplificar la complejidad que constituye un entramado de 34 comunidades originarias en nuestro país?

La escucha y revalorización de los saberes del pueblo no pueden quedar por fuera de ninguna teoría emancipatoria o revolucionaria. El feminismo no es la excepción.

*Florencia Bottazzi es estudiante del Profesorado y la Licenciatura en Letras de la Universidad Nacional de La Plata. Integrante de la comisión organizadora del 34 ENM La Plata.

Ilustración de Ana Clara Reindhat. IG: @aclaradibuja


[i]       El último censo nacional contabilizó casi un millón de personas que se reconocen pertenecientes o descendientes de pueblos indígenas u originarios. De estos, 473.958 eran mujeres.

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