Por Germán Mangione*
La nueva Ruta de la Seda es la iniciativa económica más importante de China desde que inició su política de “salir afuera” en la década pasada. El proyecto promete grandes inversiones que generan expectativas en países en desarrollo y alerta a EE UU y otras potencias sobre el impacto geopolítico de la propuesta. “One Belt, One Road” (La Franja y la Ruta) se extiende por el mundo hasta llegar a América Latina. En Argentina, referentes políticos de diferentes sectores expresaron su intención de que nuestro país forme parte de la iniciativa. ¿Qué puede implicar para nuestro país?
La vieja ruta que no para de volver
La ruta de la seda es tan vieja como el comercio. Desde hace cientos de años China abre caminos para salir de su aislamiento en busca de nuevos mercados para sus productos. Al encontrarse geográficamente aislada de las civilizaciones de Occidente por grandes cadenas montañosas y extensos desiertos, los comerciantes se vieron obligados a abrirse paso entre los accidentes geográficos para poder comerciar.
Las dinastías Shang (1600 – 1046 a. C.), Zhou (1046 a. C. y 256 a. C) y Han (206 a. C. hasta el 220 d. C.) de China dominaron la producción de varios tipos de productos que eran importantes y únicos, como la seda, la porcelana y el papel, muy apreciados en Occidente. Se fue desarrollando la “Ruta de la seda” para satisfacer esa necesidad comercial. La de oriente para colocar sus productos, la de occidente para conseguir lo que sólo China podía brindar.
Casi 3500 años después la historia se repite, con otros escenarios pero con similares motivaciones. China tiene algo que occidente necesita, inversión directa y fondos frescos para infraestructura. Por otra parte, occidente representa un doble interés para el Estado chino: nuevos mercados para una potencia industrial en expansión y a su vez la fuente de aprovisionamiento de materias primas necesarias para dar sustento a ese proceso de crecimiento.
Para eso en 2013 anunció el lanzamiento del plan “Una franja, una ruta”. Un plan de inversión en infraestructura, para constituir una ruta terrestre y una marítima que mejoren la conexión de la potencia asiática con sus mercados. La iniciativa es la continuidad de los planes chinos de “salir afuera” lanzados a comienzos del 2000, mediante el cual la potencia asiática daba comienzo a la internacionalización de su economía.
Sin embargo, la expansión china, principalmente en Europa, había ya comenzado unos años antes. La crisis del 2008 fue la oportunidad para que el gigante asiático saliera, billetera en mano, a comprar empresas vinculadas a puertos, ferrocarriles y energía en el viejo continente.
Según la consultora estadounidense RWR Advisor, desde que la iniciativa empezó en 2013 China ha prestado US$461.000 millones a naciones participantes para poner en marcha el plan de La Franja y la Ruta -“One Belt, One Road” (OBOR) de Xi Jinping. Dentro de la infraestructura proyectada, se destacan dos centenares de centrales eléctricas, obras de tendido ferroviario, rutas, puentes y gasoductos entre otras inversiones distribuidas en los cinco continentes que hoy ya integran la iniciativa china.
Como quedó plasmado esta semana en el Quinto Pleno del XIX Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh), donde se adoptaron las propuestas del Comité Central del PCCh para la formulación del XIV Plan Quinquenal (2021-2025) y Objetivos 2035, todo converge en el objetivo de que China alcance para 2035 lo que se ha definido como el socialismo moderno.
Para eso se orienta a lograr “grandes saltos en la fortaleza económica, la destreza tecnológica, así como la fuerza nacional en general”. La producción económica total y los ingresos urbanos y rurales deberán alcanzar un “nuevo nivel”, y deberán lograrse “grandes avances en las tecnologías básicas”.
América Latina está en la ruta
Con la publicación del Libro Blanco en 2008 China dejaba claras sus intenciones de profundizar las relaciones comerciales con América Latina. Las necesidades de Infraestructura de nuestro subcontinente y su capacidad de producción primaria forman el combo perfecto para el desembarco de los intereses chinos. Esto provocó un aluvión de inversiones chinas de tal magnitud, que América Latina ya es el segundo destino –sólo superado por Asia- que persiguen los capitales chinos en el extranjero. Hasta el presente las empresas chinas que se han interesado en la región, superan las 2.500.
Para China, “los países de América Latina y el Caribe forman parte de la extensión natural de la Ruta de la Seda Marítima y son participantes indispensables de la cooperación internacional de la Franja y la Ruta”. Así quedó reflejado en la declaración final de la segunda reunión ministerial del Foro que reunió al gigante asiático y a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Santiago de Chile en enero pasado 2018
El presidente Xi Jinping ya había planteado en 2014 un esquema de cooperación bajo el concepto “1+3+6”, un único plan de cooperación con América Latina y el Caribe para el período 2015-2019; tres motores de esa relación: el comercio, la inversión y las finanzas; y seis en áreas estratégicas: energía y recursos, infraestructura, cultura, industria manufacturera, innovación científica y tecnológica, y tecnología informática.
Sin embargo, no todos ven tan natural, y sobre todo tan provechosa, la llegada de la iniciativa que profundiza el camino iniciado hace dos décadas por China en el continente. En principio cabe destacar que la participación de América Latina en el proyecto nace de las necesidades y objetivos estratégicos de China, y no de los objetivos políticos o económicos de nuestro subcontinente. A partir de esa necesidad, nacida de la planificación de la dirigencia china, es que las clases dominantes de nuestros países fomentan la alianza con oriente para beneficio de esas minorías nativas.
¿Argentina firme o firma?
En la actualidad 19 países latinoamericanos y caribeños ya han adherido a la iniciativa china, pero no las economías más importantes como Brasil, México, Argentina y Colombia. Sin embargo, Argentina va dando pasos en ese sentido y en las últimas semanas se convirtió en “miembro prospectivo” del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), el soporte financiero de la “nueva ruta de la seda”.
Argentina y China tienen una asociación estratégica desde 2004, que se ha elevado a nivel de estratégica e integral desde 2014, y firmó en 2015 el Plan de Acción Conjunta que fue renovado en 2018 para el periodo 2019 – 2023. En este período el intercambio con China no ha cesado de crecer. Pasó de 3.300 millones de dólares en 2003 a 14.300 millones en 2019. En abril la potencia asiática desplazó a Brasil como el mayor socio comercial de nuestro país.
Más allá de los vaivenes políticos argentinos, la relación con China nunca ha cortado lazos desde que comenzó a profundizarse a mediados del 2000. Con idas y vueltas se ha profundizado no solo la relación comercial sino el carácter de la misma. El rol de Argentina como proveedora de materias primas y de China como financista y proveedora de productos industriales se ha mantenido intacto.
Los sectores de la gran propiedad agraria en alianza con las multinacionales que controlan el comercio exterior argentino, centralmente de los productos agroindustriales, han sido el lazo central de la continuidad de la relación binacional. Queda claro, por ejemplo, en el plan que el lobby agroexportador (rebautizado Concejo Agroindustrial Argentino) ha presentado al gobierno como la salida a la crisis económica nacional.
La necesidad de dólares, la promesa de inversiones y de generación de puestos laborales son la carnada que parece haber mordido la dirigencia política argentina, casi sin excepción, a la hora de analizar la posibilidad de que Argentina profundice su relación con China firmando la adhesión de nuestro país a la Ruta de la Seda. En julio pasado, a pedido del gobierno argentino, China renovó uno de los dos lotes del swap de monedas con Argentina, que en conjunto suman US$18.5 millones, y que son parte de las menguadas reservas internacionales en el Banco Central argentino, de unos US$43.3 millones.
Cristina Fernández de Kirchner se encargó de dejar claro que impulsaría la misma orientación de las relaciones internacionales que impuso durante su gobierno. A minutos de asumir la vicepresidencia recibió en su despacho a los representantes de China y de Rusia y desde ese momento tomó al mando de la relación bilateral
La relación con las autoridades del Partido Comunista Chino lo lleva adelante José Luis Gioja, presidente del PJ. El punto más álgido de esa relación se dio en el último seminario virtual entre el Partido Justicialista y el Partido Comunista de China (PCCh), del que participaron desde Buenos Aires más de 100 dirigentes del peronismo y empresarios argentinos y chinos, según informó ese espacio político en un comunicado.
“Taiana anunció que Cristina le manifestó su voluntad de que se avance en la firma de convenios para ser parte de la iniciativa impulsada por el presidente Xi Jinnping y que para China constituye el proyecto del Siglo”, se anunció en el comunicado del PJ, y destaca que “la incorporación de Argentina a La Franja y la Ruta abre un abanico de posibilidades de financiamiento para obras de infraestructura y para desarrollos de distintos tipos”.
Entre los empresarios que participaron estuvieron Jin Wenmo, gerente General de la Sucursal Argentina de China Gezhouba Group Cooperation, empresa que forma parte de la UTE que construye las centrales hidroeléctricas en la Provincia de Santa Cruz, quien además tiene una fluida relación con la vicepresidenta. También participaron del encuentro Liu Ming, presidente y director Gerente de CRRC América Latina, el mayor proveedor de material ferroviario de Argentina a cargo de la renovación del Belgrano Cargas. Por supuesto que en la pata del empresariado local no podía faltar Gustavo Idígoras, presidente de la Cámara de Industria Aceitera de la República Argentina y principal figura del Concejo Agroindustrial Argentino.
Francisco Cafiero, secretario de Relaciones Internacionales del ministerio de Defensa y presidente del Centro Latinoamericano de Estudios Políticos y Económicos de China, quien también fue de la partida explicó que “Argentina y China ya son socios estratégicos y el posible ingreso a la plataforma de la Franja y la Ruta sería un paso más para la consolidación de los vínculos de confianza y entendimiento mutuo”, algo que comparte Jorge Taina, quien preside la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, y afirma que “19 países de América Latina firmaron un convenio con China, y creo que tenemos que sumarnos y hacerlo desde una perspectiva de integración regional”. Por su parte Sabino Vaca Narvaja, designado por el presidente Alberto Fernández a principios de mayo como segundo en la embajada en China presidida por Luis María Kreckler en Beijig, también ve con buenos ojos la posibilidad de que Argentina se integre a la ruta china ya que según afirma “esto puede estimular la apertura externa de las economías regionales y el crecimiento del comercio intrarregional. Básicamente, a través de la financiación de obras de integración física y logística, el transporte y la conectividad regional. Pongo como ejemplo los corredores bioceánicos, que permitirán que productores de nuestro país tengan una salida directa a los puertos del Pacífico chileno, pudiendo exportar a China reduciendo tiempos y costos logísticos”, asegura.
Sin grietas
No solo el PJ y kirchnerismo ven con buenos ojos la profundización de esta alianza. En mayo de 2017 el entonces Presidente argentino Mauricio Macri, junto con la Presidenta de Chile Michel Bachelet, fueron los únicos mandatarios latinoamericanos invitados a firmar los principios rectores de la iniciativa durante el Foro Internacional de la Nueva Ruta de la Seda.
Macri en aquel momento subrayó que para América Latina la participación en la Ruta de la Seda “es una oportunidad que no queremos dejar pasar, ya que se alinea con los objetivos locales de desarrollo de infraestructura y reducción de pobreza”. “América Latina es la extensión natural de la nueva ruta marítima de la seda del siglo XXI”, le dijo Xi a Macri en ese lanzamiento, y lo conquistó.
El ingreso de Argentina al Banco Asiático de Inversión de Infraestructura (BAII), es otra muestra de la continuidad de la política exterior de alianza con china al pasar de los gobiernos. Acordado por Cristina Kirchner en 2015, Mauricio Macri envió el proyecto de adhesión en 2018, y se aprobó este año en el Senado y Diputados sin rechazos ni oradores.
“Hay un programa de cooperación alimenticia muy importante de China en África, y a ellos no les sobra comida, importan comida. Nuestro planteo es abastecerse de alimentos a China para cooperar con África y también tecnología agrícola. Hacer lo que se llama cooperación triangular”, explicaba el ex embajador argentino en Beijing y actual nuevo director de la empresa Vicentín Diego Guelar, consultado sobre el rol que nuestro país podía ocupar en la iniciativa.
La ruta llegó hace rato
¿Cambiará la relación bilateral o el carácter de las inversiones chinas la firma de la adhesión Argentina a la iniciativa?
Hasta ahora la inversión directa china argentina estuvo concentrada en energía, ferrocarriles, puertosy obras viales. Inversión orientada a mejorar los costos y la infraestructura de su propio aprovisionamiento de materias primas, comprometiendo esa inversión además a la participación de empresas chinas en el negocio y a la compra de insumos industriales chinos. Algo que se propone profundizar con la Ruta de la Seda.
Entre las obras que podrían incluirse y que entusiasman al gobierno está el tercer Túnel Internacional de Agua Negra, una vía de interconexión binacional entre la provincia de San Juan y la región chilena de Coquimbo a través de la cordillera de los Andes. El objetivo es mejorar sensiblemente la integración transfronteriza y agilizar la conectividad del Corredor Bioceánico Central, una vía de comunicación de 2472 kilómetros que une Porto Alegre (Brasil) con Coquimbo (Chile) y atraviesa uno de los principales ejes productivos del continente.
De los diez consorcios internacionales que presentaron propuestas para llevar adelante la obra cuatro son chinos. [2] Como viene sucediendo las inversiones chinas traen consigo empresas e insumos de ese país. Lo mismo sucede con la ampliación del Belgrano Cargas, orientado a mejorar la llegada de los commodities agrícolas a los puertos (con ingresos ferroviarios directos incluidos) para ser embarcados en su mayoría hacia China. La obra incluye la construcción de la playa de maniobras con plataforma giratoria en la localidad de Oliveros y diez kilómetros de vías nuevas que permitieron triplicar el transporte por tren desde el norte argentino a las terminales. Allí también tras los créditos chinos llegaron las maquinas ferroviarias fabricadas en oriente, y hasta los durmientes y rieles vinieron desde el otro lado del mundo.
Otra de la inversiones que se enmarcan en los objetivos de La Ruta tiene que ver con el anuncio, por parte del gobierno argentino, de obras para la restauración del ramal carguero del Ferrocarril San Martín que une Buenos Aires – Mendoza y conecta con los puertos del Gran Rosario, un ambicioso plan que requiere la renovación y puesta a punto de 1.830 kilómetros de vías.
El ministro de Transporte Mario Meoni anunció que está negociando un crédito por la totalidad del monto con la China Railway Construction Corporation (CRCC), una de las cinco empresas líderes a nivel mundial en montaje e infraestructura logística. El plan integral, al igual que en el Belgrano Cargas, consiste en la compra de locomotoras, vagones y la construcción de vías, arreglos y mejoras de trazas antiguas.
Otras obras que se incluyen en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta son el parque fotovoltaico Cauchari, el más grande de su tipo en Sudamérica, ubicado en la provincia de Jujuy, y la reconseción de la Hidrovía Paraguay Paraná. Esta última obra tiene como interesados a la empresa china Shanghai Dredging, una subsidiaria de la China Communications Construction Company (CCCC) del Gobierno chino y tienen también muy preocupado al gobierno de Estados Unidos, por su importancia comercial y geopolítica.
Campo de batalla de la pelea de gigantes
Es que está claro que no son solo objetivos comerciales los que persigue la iniciativa impulsada desde 2013 por la administración de Xi Jinping, y eso es lo que tensa la relación con EEUU.
El desembarco de la iniciativa del gobierno chino en la región viene a disputar la hegemonía que han tenido históricamente EEUU y las instituciones crediticias que operan bajo su paraguas, tanto es así que Washington debió desplegar un plan de inversiones similar que lleva por nombre “América Crece”.
En el plano financiero, por ejemplo, la iniciativa es imposible de despegar de la intención china de internacionalización su moneda, el renminbi, clave en su intención de posicionarse como potencia global. Iniciativa que toma la forma tanto de política crediticia para las inversiones de la ruta como la creación de los swap cambiarios como los acordados con nuestro país.
China provee financiamiento que se paga con la misma producción y es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (al que Argentina ingresó en las últimas semanas) la clave para financiar los proyectos para la Franja y la Ruta, además de lo que aportan otras entidades crediticias chinas como el ICBC, Exim Bank, el Banco Nacional de Desarrollo y el Bank of China. Todas entidades que hoy financian proyectos en Argentina.
Y si faltaban puntos de tensión en la disputa entre las potencias imperiales del mundo, llega con el desarrollo de la infraestructura el debate de las redes de 5G, el punto de mayor tensión entre EEUU y China, que tiene como uno de sus principales campos de batalla América Latina.
La cancillería a cargo de Felipe Sola, intenta algunas respuestas “multipolares” al debate y el canciller declaró que “No creemos que haya que sentirse obligado a tomar partido” entre EEUU y China, y dijo no saber si “esa pelea” que se da entre “dos colosos” seguirá después de las elecciones presidenciales de noviembre: “Somos espectadores activos”, afirmó.
¿Ganamos o perdemos en la ruta?
Más allá de las hipótesis sobre los posibles efectos de la firma de adhesión de Argentina a la iniciativa de la Ruta de la Seda, esta sellaría una profundización de la relación actual en la que los resultados no han sido beneficiosos para el país.
Más allá de los cantos de sirena que anuncian diversificación productiva y agregadode valor, en lo concreto la relación con China ha estado orientada a profundizar el modelo agroexportador basado en la repimarización de la economía y la explotación de recursos naturales. Remachando el lugar de proveedor de materias primas y mercado de las manufacturas extranjeras que las potencias históricamente asignaron a nuestro país y nuestro continente. Un camino que traba y deforma el desarrollo local, anulando las posibilidades de crecimiento y desarrollo industrial en sectores claves como el de los bienes intermedios, la industria ferroviaria o la industria naval, solo para dar algunos ejemplos.
El ingreso a la ruta y el consiguiente prometido “aluvión de inversiones” en caso de darse (cosa que hoy en medio de un convulsionado y pandémico panorama económico mundial nadie puede asegurar) tendrían que ver con afirmar este rumbo y este tipo de relación que está muy lejos de ser simétrica, complementaria y de “sur-sur” como afirman algunos entusiastas tanto desde el lobby agroexportador como desde las usinas intelectuales del progresismo.
“Se debe aprovechar la ventaja relativa de materias primas para que apoyen, acompañen y sirvan de base para establecer acuerdos de cooperación científica, tecnológica y de industrialización en sectores estratégicos que el país identifique para desarrollo futuro. La especialización de una nación debe ir escalando hacia productos que conformen eslabones de mayor valor agregado en cadenas globales de valor, para así alcanzar un upgrading (mejora) cualitativo”, afirma Francisco Cafiero.
Sin embargo, más allá de las buenas intenciones de los funcionarios, la experiencia argentina muestra que esa no es una vía de desarrollo sostenible que permita el despegue a mediano y largo.
Las inversiones se dirigen principalmente a recursos naturales y responden a las necesidades de abastecimiento del país asiático, una clara apuesta para abaratar los costos logísticos y de transporte de materias primas, energía y minerales.
Lo que va quedando claro es que hace falta mucho más que inversión en infraestructura para la reconversión de la economía hacia una matriz productiva que se aleje de la exportación de materias primas y apueste por el desarrollo industrial.
El presidente Alberto Fernández comenzó a definir la agenda final de su viaje a China que está pendiente desde el momento mismo de la asunción presidencial, el 10 de diciembre de 2019, cuando el presidente chino Xi Jinping envió su saludo al nuevo mandatario.
La fecha estimada para el viaje de Estado a China, que comenzará en Beijing y ya tiene escala programada en Shanghai, centro de negocios de ese país, es marzo cuando se estima que lo permitirá la merma de la pandemia mundial. Una de las hipótesis es que sea el escenario de la firma de la adhesión Argentina a la iniciativa mundial china.
Mientras la pandemia sigue afectando el comercio y la economía mundial, y China tiene la mirada fija en la construcción de lo que denomina el “socialismo moderno”, los países de América Latina se debaten entre la construcción de un camino propio de desarrollo o ceder ante el “soft power” chino que promete lluvias de inversiones a cambio de mantener incólumes las estructuras económicas que nos trajeron hasta este presente lamentable.
[1] https://www.rwradvisory.com/
[2] China Railway Tunnel Group (CRTG), asociado con Benito Roggio e Hijos y la chilena Sigdo Koppers; China Railway Construction Corporation (CRCC), con la local Panedile; Power China, con la Sociedad Argentina de Construcción y Desarrollo Estratégico (SACDE), de Marcelo Mindlin; y China Communications Construction Company (CCCC), con la argentina JCR
*Periodista. Editor en Revista Lanzallamas y en La Brújula. Director del Observatorio de Actividad de los Capitales Chinos en América Latina