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Terrorismo mapuce: un invento a la medida de la derecha

*Por Sabrina Aguirre

A raíz de los eventos recientes en El Bolsón, en los que una vez más se endilga la responsabilidad por hechos de destrucción al pueblo mapuce, los medios de comunicación se han vuelto nuevamente una caja de resonancia de un conjunto de falacias. El invento del “mapuce terrorista” no es nuevo, pero se reactualiza cada vez que resulta conveniente para la derecha. La negación de la preexistencia y los derechos indígenas van de la mano con la negación de la historia profunda de los conflictos territoriales actuales.

Raíces históricas del conflicto: un juego sucio

En el siglo XIX, la Patagonia no era ni chilena ni argentina, era indígena. Pero el Estado argentino avanzó anexando estas tierras para destinarlas a la actividad ganadera que, para generar mayores ganancias, ya no podía restringirse a la pampa húmeda. Cuando el Estado anexó las tierras patagónicas, estableció nuevas condiciones de juego en un espacio que tenía reglas propias.

Por la fuerza se eliminó y expulsó a una importante porción de la población preexistente. Esta operación se constituyó como un verdadero genocidio. El exterminio físico no solo era uno de los objetivos, sino que se hicieron carne situaciones que hoy claramente podemos caracterizar como violaciones a los derechos humanos: el traslado forzoso, la conformación de campos de concentración, la violencia sexual, el desmembramiento de familias, entre otros. Con la población sobreviviente, se trató de que las familias se volvieran sedentarias y se insertaran como mano de obra barata para los nuevos “dueños” de la Patagonia. Para esto se les dio las tierras más marginales de la época: las de difícil acceso, las faltas de agua, las más yermas.

Se dictaminó así su existencia subordinada. Además, posteriormente se instaló el terror como forma de que la identidad de quienes fueron masacrados o expulsados no pudiera resurgir para aglutinar los remanentes. En este sentido, todo el clima posterior a las campañas militares fue en sí mismo una prolongación del genocidio. La reconstrucción de esa identidad, la reconexión con el pasado del pueblo, fue algo que no se logró con inmediatez luego de la anexión del espacio por parte del Estado argentino, justamente por esta imposición del terror, que se traducía en la persecución, la estigmatización y la exclusión para quienes abiertamente se reconocieran como indígenas.

Esto venía de la mano de estas nuevas reglas del juego que el Estado imponía con su avance. Entre ellas, reivindicarse abiertamente como mapuce significaba virtualmente quedar excluido de la posibilidad de titularizar las tierras habitadas, mientras estancieros extranjeros o amigos del poder no encontraban ninguna traba para privatizar grandes extensiones. Así fueron los indígenas arrinconados a tierras marginales.

Todo esto formó parte de las nuevas reglas de juego impuestas a los pueblos indígenas. A ellos se les dio, para empezar a jugar en este nuevo escenario, una mano de cartas bastante pobre. El juego fue, desde entonces, un juego sucio. Los buenos pobladores eran, en la mente de los sectores dominantes que buscaban ofrecer la Patagonia como destino turístico a los europeos, los blancos.

Para ellos hubo facilidades y agilidades en la titularización de las superficies. Para los indígenas, hubo desplazamientos forzados y casi nulas seguridades legales para el uso de sus tierras. Tierras a las que, recordemos, se los había desplazado antes. Esta desventaja histórica configura de nuestro lado, el de quienes nos identificamos como parte de la nación argentina, una deuda pendiente con los pueblos indígenas. Con el paso del tiempo y el desenvolvimiento de diferentes intereses, estas tierras antes marginales se volvieron el foco de quienes buscaron desarrollar el turismo, o los hidrocarburos allí donde se descubrían. Y allí resurgió la violencia del despojo, aunque también el dolor funcionó como una chispa que animó a algunos a recuperar lo históricamente perdido.

Las sagradas escrituras

Existe una idea bastante arraigada en nuestra sociedad, y es que el título de propiedad individual determina quién tiene “la razón” para ocupar un territorio. No importa el origen, no importa qué había antes. Ese documento se vuelve sacrosanto y nadie osa cuestionarlo. En el caso de las disputas territoriales en las que toma parte el pueblo mapuce, estas sagradas escrituras parecen tener la última palabra.

No es de extrañar que ante la re-emergencia de los conflictos territoriales indígenas, los medios de comunicación manejados por sectores que responden a intereses económicos concretos funcionen como caja de resonancia de argumentos racistas. “Los propietarios versus los usurpadores” parece ser la versión actualizada de “civilización versus barbarie”. Se acusa a los mapuce de reconocerse como nación e inmediatamente de querer construir un Estado dentro del Estado argentino. Se les imputa la “grave falta” de no reconocerse como argentinos e inmediatamente se los señala como chilenos.

En lo primero hay una grave confusión entre nación y estado. No todas las naciones conforman estados y no todos los estados tienen dentro de sus tierras a una sola nación. Los estados y las naciones no son hechos que se dan de una vez y para siempre: en mucho, depende de nosotros construirlos, modificarlos o destruirlos. En lo segundo hay otro problema, que es el mirar al pasado pensando que encontraremos en él una copia del presente. Pensamos que un grupo que dominaba un espacio -antes que el Estado argentino o chileno llegaran- debería considerarse argentino o chileno. Así se está haciendo la vista gorda al hecho de que lo argentino y lo chileno llegaron a este lugar después de que toda una civilización se desarrollara aquí.

De la misma forma se hace la vista gorda en torno a los procesos por los cuales las propiedades se conformaron como tales. Estas auténticas varas para medir la “legitimidad” de la ocupación del espacio tampoco existieron siempre. Ni se construyeron en un juego limpio y democrático. De hecho, durante la última dictadura militar se avanzó bastante en el corrimiento de los mapuce, tanto en la zona de la Cordillera como en la meseta donde hacía poco se había descubierto petróleo y gas.

Mapuce separatistas y terroristas: un invento a la medida de la derecha

Los argumentos que estos días se han vertido en la prensa acerca del conflicto territorial, que más que argumentos son falacias, son enarbolados por sectores para quienes la Argentina ideal es “blanca y pura”. Para estos actores, la Argentina solo puede ser de ellos y para ellos. No es para el pueblo mapuce. Pero tampoco es para nosotros, quienes nos entendemos como parte del pueblo argentino.

En este contexto, hay que pensar en la utilidad que los argumentos racistas contra el pueblo mapuce tiene para estos sectores con posicionamientos políticos reaccionarios. Por una parte, hay una concreta exageración periodística. Mientras se grita a los cuatro vientos que los mapuce son una amenaza mortal para el orden y la seguridad en la Argentina, no se da cuenta en ningún momento de que los referentes de las organizaciones mapuce más importantes de la Patagonia han repudiado estos hechos violentos que se les imputan careciendo de toda prueba que pudiera esclarecer responsabilidades.

Muy por el contrario, los hechos de violencia son presentados en un contexto en el cual resultan sumamente útiles para dar rienda suelta al ataque contra los indígenas. Este proceso ocurre cuando Cambiemos está en plena campaña, buscando ganar los favores de quienes desde siempre reclaman la mano dura como una solución a todos los problemas sociales y de los desprevenidos que crean sus maquinaciones.

En el terreno electoral, esta campaña es funcional a estas expresiones de la derecha que responden a determinados intereses económicos. Sirve como estrategia para acusar al gobierno de defender “terroristas”. Al mismo tiempo resulta en una presión efectiva sobre ese gobierno que inicialmente planteaba que no se iban a enviar fuerzas represivas a Río Negro y que terminó llevando a la Gendarmería.

En el terreno de los intereses económicos defendidos, las falacias sirven para deslegitimar y frenar la prórroga a la ley de relevamiento territorial indígena que incluya un presupuesto propio para ejecutarse eludiendo así las detracciones de algunos gobiernos y sectores reacios a que se conozca la extensión precisa de las tierras reclamadas por los mapuce. Intenta obstaculizar, también, el camino de la aprobación de una ley de propiedad comunitaria indígena.

Además de todo ello, la campaña sirve como espacio de encuentro de diferentes expresiones de la derecha que no necesariamente provienen de idénticos espacios políticos. En este sentido funcionan las expresiones de la gobernadora Arabela Carreras (Juntos Somos Río Negro) de que el pueblo mapuce busca “socavar el orden constitucional” y su reclamo de una mayor intervención nacional, llegando a acusar al gobierno nacional de una supuesta “complicidad” con la “violencia mapuche”.

La hipótesis del “terrorismo” suele venir acompañada de la del “separatismo”, o del crimen de secesión. No existe mejor prueba contra estos argumentos que el derrotero mismo de las organizaciones indígenas en la actualidad. Sin ir más lejos, la Confederación Mapuce de Neuquén viene transitando hace años un camino de progresivo acercamiento intercultural al pueblo argentino con el fin de defender causas que atraviesan a ambos de formas igualmente graves. En palabras de Jorge Nawel, coordinador de esta institución mapuce:

“La bandera argentina representa en el pasado al Ejército de Roca que cometió el mayor genocidio en la historia de la Argentina, pero hoy representa a esa enorme masa popular de argentinos que aspiran a un mundo mejor, a un mundo más justo, por lo tanto, todo nuestro respeto a ese símbolo”.

Así se ha defendido el bosque nativo en la cordillera, y se ha luchado junto a los pueblos como Añelo por la provisión de agua potable y mejor infraestructura urbana. En los barrios populares de las ciudades más grandes de nuestras provincias, el pueblo mapuce tiene una presencia enorme, y tiene su destino atravesado por las mismas problemáticas y carencias que quienes se reconocen como argentinos. Desde allí se han construido luchas por techo, tierra y trabajo, se han levantado comedores para paliar la crisis que la derecha misma nos dejó y se trabaja todos los días por la dignidad de los pueblos.

La división que se quiere propiciar con el pueblo mapuce es una reinvención del mito del enemigo interno, con el cual nos separaría una frontera ideológica que justificaría la represión absolutamente desmedida que reclaman las derechas en los medios. Esta frontera imaginaria busca apelar a lo rancio del nacionalismo argentino, desempolvando argumentos de superioridad racial disfrazados de visiones objetivas sobre la historia. Son “bárbaros”, porque vienen por nuestras propiedades. Quieren “toda la Patagonia”, son “indios al ataque”.

La verdadera frontera ideológica está entre quienes desean el territorio para desarrollarse en convivencia y dignidad, y quienes lo quieren acaparar para colmar sus propios intereses, presentando su defensa como una defensa del bien común. Incluso cuando estos intereses objetivamente están en contra de los del pueblo argentino como tal. Alcanza con recordar la enorme propiedad privada a manos del empresario inglés Lewis en la margen del Lago Escondido que ha anulado el libre acceso a la costa del lago para cualquier otra persona.

El camino de trabajo y lucha intercultural abre posibilidades que, claramente, preocupan a quienes hoy se empecinan por mostrar a los pueblos indígenas como la nueva amenaza interna del país. Lejos del mito del “mapuce terrorista”, los senderos transitados nos llevarán a profundizar la pregunta por la deuda con los pueblos indígenas, y las salidas para reparar una histórica situación de despojo, terror y negación de quienes hoy nos acompañan en la pelea por un país más justo. Los destinos del pueblo mapuce y argentino, como pueblos oprimidos, más que separados, se hallan inexorablemente unidos.

*Sabrina Aguirre: Doctora en Historia. Docente del área de Historia Argentina de la Universidad Nacional del Comahue, Neuquén.

FOTOGRAFÍAS: Juan «Negro» Ramírez. IG: @negrodeneuquen

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